Gabriel de Espinosa se hizo pasar por el rey de Portugal e instigó el sebastianismo contra la corona española.

Gabriel de Espinosa se hizo pasar por el rey de Portugal e instigó el sebastianismo contra la corona española. Wikimedia Commons

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Gabriel de Espinosa, el pastelero impostor que se hizo pasar por el rey de Portugal y acabó siendo descuartizado por Felipe II

Junto a fray Miguel, un exsoldado que quería la independencia, el 'Pastelero de Madrigal' fingió ser Sebastián I, el rey desaparecido en Alcazarquivir.

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En 1578, el rey Sebastián I de Portugal lideró una cruzada contra los marroquíes en Alcazarquivir mientras soñaba con un imperio cristiano en el norte de África. Su ejército fue aniquilado y él desapareció, dejando un reino sin heredero y un pueblo roto. Ese día nació el mito del "sebastianismo", la creencia de que Sebastián realmente aún estaba vivo, escondido, y que regresaría para restaurar la gloria de Portugal.

En 1580, Felipe II de España aprovechó el vacío para anexionar Portugal, reclamando el trono como nieto de Manuel I de Portugal, uniendo las coronas ibéricas bajo su cetro. Los portugueses, heridos en su orgullo, se aferraban aún al sueño de su rey perdido, alimentando conspiraciones y esperanzas.

Quince años después, un humilde pastelero español aprovechó ese anhelo para proclamarse el rey perdido resucitado de las arenas de Marruecos. Su treta no sólo engañó a casi todos, sino que provocó una crisis diplomática que hizo estremecerse a la corte de Felipe II.

Grabado de 1629 de la batalla de Alcazarquivir.

Grabado de 1629 de la batalla de Alcazarquivir. Wikimedia Commons

El "Pastelero de Madrigal", como lo bautizó la historia, fue un impostor que desafió a un imperio y pagó con su vida el precio de su audacia. Se llamaba Gabriel de Espinosa.

Hombre corriente, sueño imposible

Gabriel de Espinosa nació alrededor de 1550 en Castilla, probablemente en un pueblo cercano a Madrigal de las Altas Torres, en la provincia de Ávila. De origen humilde, trabajaba como pastelero y es descrito por las crónicas como un hombre de modales refinados, con un rostro que podía pasar por noble y una voz persuasiva.

Antes de su aventura, había sido soldado en Flandes durante la Guerra de los Ochenta Años y probablemente mesonero, oficios que le permitieron adquirir astucia y un gran talento para la persuasión. Seguramente llamaría la atención que el pastelero Espinosa dominara varios idiomas (al menos, francés y alemán), tuviese destreza montando a caballo y pareciese ser algo más que un humilde pastelero.

En Madrigal, Espinosa conoció a fray Miguel de los Santos, un fraile portugués del convento de Nuestra Señora de Gracia, y a doña María Ana de Austria y Mendoza, sobrina ilegítima de Felipe II, hija del archiduque Juan de Austria y que vivía recluida en el convento resentida por su exclusión de la corte.

Fray Miguel, un exsoldado y agitador sebastianista, soñaba con restaurar la independencia portuguesa, así que juntos urdieron un plan audaz: Espinosa, con su porte regio, fingiría ser Sebastián I, el rey desaparecido, para reclamar el trono de Portugal y desestabilizar la unión dinástica con España.

El sebastianismo era un terreno fértil. La desaparición del rey en Alcazarquivir en 1578 dejó a Portugal huérfana. Felipe II anexionó el reino en 1580 tras la muerte de Enrique, pero muchos portugueses se resistían a la dominación española. El mito de que Sebastián vivía en el exilio alimentaba esperanzas y conspiraciones y Espinosa, con su carisma y el respaldo de fray Miguel, se presentó como el monarca perdido, afirmando haber escapado de la batalla y vagado por media Europa.

La conspiración en Madrigal

En el verano de 1594, Espinosa comenzó su farsa. Vestido con ropas nobles, probablemente proporcionadas por María Ana de Austria, se presentó en Madrigal como "Sebastián, rey de Portugal". Su parecido físico con las descripciones de Sebastián (alto, delgado y con ojos claros) y su conocimiento de la corte portuguesa aprendido de fray Miguel, engañaron a todos (o a casi todos).

Además, doña Ana, fascinada por la posibilidad de recuperar su prestigio, lo acogió en el convento, presentándolo como su primo real. Los rumores comenzaron a correr como la pólvora: el rey perdido había regresado.

Fray Miguel, un hábil conspirador, organizó reuniones secretas con nobles portugueses exiliados, durante los cuales Espinosa narraba recuerdos de Alcazarquivir, mezclando detalles reales con invenciones. Prometió liberar Portugal de Felipe II, ganar apoyo en Lisboa y devolver el trono a los portugueses, lo que provocó que algunos nobles, hartos de la dominación española, le ofrecieran fondos y juraran lealtad.

Pero el plan tenía fisuras, por supuesto. Espinosa era un pastelero sin educación formal y cometía errores al hablar de la corte. Además, su acento castellano levantaba sospechas.

La conspiración creció hasta llegar a oídos de las autoridades. En octubre de 1594, un espía de Felipe II informó al Consejo de Estado, que ordenó investigar al supuesto Sebastián. El corregidor de Madrigal arrestó a Espinosa, a fray Miguel y a María Ana de Austria en noviembre de 1594, tras encontrar cartas comprometedoras entre los conspiradores.

La noticia llegó a Lisboa, donde los sebastianistas portugueses, esperanzados, comenzaron a agitar revueltas, desatando una crisis diplomática en la ya delicada unión ibérica.

El clímax del engaño

El juicio de Gabriel de Espinosa, celebrado en 1595 en Valladolid, fue un espectáculo de traición y ambición. Según el Archivo Histórico Nacional, Espinosa mantuvo su farsa incluso bajo tortura: "Soy Sebastián, rey de Portugal, y reclamo mi derecho", pero las pruebas lo condenaron.

Cartas de fray Miguel revelaban el engaño, y los interrogatorios expusieron sus contradicciones. Doña María Ana de Austria y Mendoza, protegida por su linaje, fue confinada a un convento en Ávila. Murió en 1620 en Burgos, a donde se había trasladado tras haber sido perdonada por Felipe III. Fray Miguel, acusado de traición, fue ejecutado en la horca. Espinosa, el pastelero, se enfrentó a un destino más cruel.

María Ana de Austria y Mendoza.

María Ana de Austria y Mendoza. Wikimedia Commons

El 1 de agosto de 1595, fue ahorcado, descuartizado y su cabeza expuesta en Madrigal como advertencia.

Pero la crisis no terminó con su muerte. En Portugal, el sebastianismo se intensificó, con rumores de que el verdadero Sebastián seguía vivo, lo que obligó a Felipe II a reforzar su control militar en Lisboa, temiendo una revuelta. La unión ibérica, ya frágil, se tambaleó, y la desconfianza entre españoles y portugueses creció. Espinosa, un hombre corriente, había sacudido un imperio con un engaño que explotó las heridas de una anexión forzada.

Hay quien considera que el “Pastelero de Madrigal” fue mucho más que un impostor, que también fue un símbolo de las tensiones de un imperio que intentaba unir dos coronas bajo una sola. Su temeridad reveló el poder de los mitos, ya que el sebastianismo alimentó rebeliones portuguesas hasta 1640, cuando Portugal recuperó su independencia bajo Juan IV.

La historia de Espinosa, relatada en multitud de crónicas, inspiró baladas y leyendas populares, convirtiéndolo en un antihéroe trágico. ¿Por qué un pastelero pudo desafiar a un rey? La respuesta está en el anhelo humano por la esperanza, incluso en las mentiras más osadas.

Hoy, en un mundo donde las narrativas falsas aún dividen naciones, la historia de Espinosa nos recuerda que un sólo hombre, con un sueño imposible y una buena historia, puede estremecer los cimientos del poder más profundo y establecido.