David Merino posa en un bólido en una imagen difundida por sí mismo en redes sociales.

David Merino posa en un bólido en una imagen difundida por sí mismo en redes sociales. E. E.

Reportajes

David Merino, el 'inversor' que engañó a 60.000 personas y les hizo perder 460 millones: la mayor criptoestafa de la historia

El supuesto gurú del trading se fugó a Dubái tras prometer rentabilidades imposibles a miles de pequeños inversores. Sólo dejó un rastro de estafados.

Más información: La UCO cifra en 460 millones la 'cripto-estafa' de FX Winning, cuyo "principal responsable" español sigue huido en Dubai

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Lo difícil no fue encontrar el dinero, sino el Excel. Una hoja de cálculo titulada "Seguimiento Inversiones FX Winning" con miles de filas y cientos de pestañas, como si fuera la Biblia oficiosa de la avaricia descentralizada. Allí, entre celdas y criptofórmulas, estaba el rastro de 460 millones de euros evaporados en criptodiós sabe dónde. En el centro de todo, con sonrisa de yate y verbo de coaching, David Merino: el gurú del trading de Gran Canaria, el hijo pródigo del metaverso financiero, el hombre que se creía Satoshi Nakamoto pero terminó como Carlos Ponzi, versión traje de baño y palo selfie.

Merino no tenía despacho. Tenía vídeos de YouTube. Tampoco tenía secretaria, sino un ejército de "embajadores" que vendían sus cursos como si fueran el ticket dorado a una jubilación en Bali. Prometía retornos del 20% mensual, "sin riesgo", "con liquidez diaria", y con un sistema "más seguro que la banca tradicional". Todo sonaba tan divino y perfecto como una estafa de manual, pero con fondo de reguetón y cortinillas motivacionales.

La clave del éxito —o del hundimiento— fue FX Winning, una supuesta plataforma de inversión que en realidad era un decorado de cartón piedra. Estaba registrada en Seychelles, operaba desde paraísos fiscales y se alimentaba de la fe de los incautos. Todo era tan turbio como opaco: cuentas sin auditorías, transferencias entre sociedades pantalla, y promesas que se revalorizaban con cada clic. Más que una empresa, era una religión de saldo con criptomonedas como hostias consagradas y seminarios de motivación. En la práctica, nadie sabía dónde estaba el dinero, ni siquiera los que decían manejarlo.

El pasado sábado, la Policía Nacional cerró la puerta del templo. Cinco detenidos por estafa agravada, blanqueo, pertenencia a organización criminal, pero no Merino. Él ya no estaba. Había huido a Dubái, donde el calor aprieta menos que los jueces. En el operativo participaron agentes de la UCO, que llevaban meses mapeando el engranaje de esta ingeniería del engaño. Encontraron propiedades, vehículos de alta gama y hasta una empresa de cosméticos que servía —dicen— para lavar parte del dinero. El champú también blanqueaba.

La magnitud del fraude estremece: 60.000 víctimas, 15.000 en España, muchas de ellas en Canarias, donde Merino jugaba en casa. Pero también afectados en toda España y América Latina. El sistema era siempre el mismo: alguien que ya había invertido convencía a su primo, a su tía, a su vecino. A todos les prometían que podían vivir del trading, conseguir retornos inmediatos. La codicia era contagiosa. Y Merino, con su bronceado perpetuo y su verbo de presentador de teletienda, sabía cómo venderte una batamanta versión cripto.

David Merino, en una foto de archivo.

David Merino, en una foto de archivo. E.E.

La red no se conformaba con mover dinerito local; su tentáculo llegaba a treinta países, de España a México, Colombia o Argentina. Merino, mientras tanto, vivía como una celebridad del criptoemprendimiento. Cenas exclusivas, relojes de cinco cifras, seminarios por medio mundo y una presencia digital diseñada para impresionar al algoritmo y al cuñado de turno. Su carta de presentación decía que era "visionario". La Fiscalía prefiere el término "estafador en serie".

Pero la parte más inquietante del caso no es la estafa en sí, sino lo que revela de nuestra época. Que un tipo sin licencia, sin formación acreditada y con un PowerPoint pueda arrastrar a 15.000 personas al abismo financiero no habla tanto de él como de nosotros. De la precariedad. Del miedo a no llegar. De la necesidad de creer que quedan atajos sin hacer daño a nadie y de esa nueva fe laica en la tecnología como redención final. No será Dios quien te salve, será el Bitcoin de David y sus 460 millones en humo.

El fenómeno no es aislado ni nuevo, pero alcanza cotas históricas en su género: es la mayor criptoestafa detectada en España hasta la fecha, y se ha convertido en un símbolo de la falta de regulación y vigilancia en un mercado que mueve miles de millones sin control.

Ahora, de momento, Merino duerme lejos de la Justicia, probablemente en un apartamento con vistas al Burj Khalifa. Las criptos han caído. Los afectados se organizan en grupos de Telegram que antes usaban para celebrar los retiros y ahora para preparar denuncias. Y el Excel, ese mapa de la codicia compartida, está en manos del juez. Hay quien aún busca ahí su inversión. Otros ya han entendido que la única rentabilidad garantizada era la de David.

Al final, la casa siempre gana. Al menos hasta que llega la Policía.