
Imagen del grupo que integra la misión comercial, a su llegada a Trípoli.
Los nueve españoles atrapados en la guerra civil de Trípoli tienen la embajada a 2 km pero no pueden llegar por el tiroteo
Son parte de una misión comercial de la Cámara de Comercio de Tarragona, que regresaba al país norteafricano después de 20 años sin poder hacerlo.
Más información: Roberto Barros, líder de la misión comercial española bajo fuego en Trípoli: "La situación es difícil, pero nos protegen".
Los nueve ciudadanos españoles atrapados desde hace dos días en un hotel de Trípoli no estaban allí por turismo ni por azar cuando las milicias abrieron fuego. Forman parte de una misión comercial organizada por la Cámara de Comercio de Tarragona que, tras dos décadas de ausencia, decidió regresar a Libia para explorar oportunidades de negocio. Su objetivo era "tender lazos económicos" en un país marcado por la inestabilidad, pero también necesitado de reconstrucción.
El viaje comenzó el pasado lunes con optimismo. Se trataba de una expedición multisectorial con representación de empresas de Madrid, Cataluña, Málaga y Valencia, centrada en sectores como alimentación, construcción, mobiliario o energía. El martes, sin embargo, una emboscada que acabó con la vida de un líder miliciano desató una oleada de enfrentamientos que paralizó Trípoli. Desde entonces, el grupo permanece confinado en el hotel Radisson Blu de la capital.
Aunque el aeropuerto de Mitiga —único operativo en Trípoli— sigue cerrado, las perspectivas para evacuar a los empresarios a la embajada española, situada a sólo dos kilómetros del hotel, son moderadamente positivas. Según ha podido saber EL ESPAÑOL, la policía diplomática está en contacto con la delegación y se busca el momento más seguro para su traslado. Las calles del centro continúan parcialmente bloqueadas, lo que complica el desplazamiento, pero no lo imposibilita.

"Estamos tranquilos. No hemos sentido nunca que nuestras vidas corran peligro", explicó Roberto Barros, director de Internacional de la Cámara de Comercio de Tarragona, en un vídeo remitido a este medio desde el hotel. "Las milicias no se han acercado, no tienen nada contra nosotros. Solo hemos bajado al sótano por precaución", añadió. Instantes después regresaron a sus habitaciones, donde esperan.
Un viaje especial
La expedición tenía un alto valor simbólico. Era la primera misión comercial española a Libia desde hace casi 20 años. "Libia es un mercado atractivo por la fuerte demanda de productos para la reconstrucción. Hay una necesidad real y urgente", explicaba Barros antes del viaje. Esa percepción motivó a la Cámara a reactivar sus vínculos con un país donde muchas embajadas y empresas occidentales dejaron de operar tras la guerra civil de 2014.
Entre los atrapados está también Begoña Costales, directora de la empresa Bego Costa África y presidenta de la Federación de Mujeres Empresarias de Asturias. Con más de una década de experiencia en África —y dos años trabajando en Libia—, Costales no ocultaba su preocupación en declaraciones a otros medios: "Nunca me había encontrado en una situación semejante. Oímos tiroteos y bombardeos toda la noche".
Desde el fin del régimen de Muamar el Gadafi en 2011, Libia se ha convertido en un Estado fragmentado, sin autoridad única reconocida sobre todo su territorio. Entre 2014 y 2020, dos gobiernos paralelos —uno en Trípoli con respaldo de la ONU y otro en el este del país, bajo el mando del mariscal Jalifa Haftar— se disputaron el poder con el apoyo de distintas potencias extranjeras, como Turquía, Rusia, Egipto o Emiratos Árabes. Las instituciones colapsaron, y el territorio quedó en manos de milicias locales con intereses cruzados.

Un miembro del Ejército Nacional de Libia (LNA), comandado por Khalifa Haftar, es visto mientras se dirige a Benghazi para reforzar las tropas que avanzan a Trípoli, en Benghazi, Libia , el 7 de abril de 2019.
En la capital, esas milicias ejercen el control de facto sobre barrios, infraestructuras y rutas estratégicas. Aunque en 2021 se formó un Gobierno de Unidad Nacional para pacificar el país y organizar elecciones, el proceso quedó estancado. La seguridad sigue dependiendo de pactos entre grupos armados que compiten entre sí por influencia, acceso a recursos y reconocimiento político. La ciudad funciona sobre un precario equilibrio que puede romperse con cualquier provocación.
Eso es precisamente lo que ocurrió esta semana, cuando uno de los líderes de esas facciones fue asesinado en una emboscada. Su muerte ha desencadenado represalias violentas entre milicias rivales, con enfrentamientos en varias zonas de Trípoli. La escalada ha cogido por sorpresa incluso a los residentes locales, acostumbrados a una inestabilidad latente pero que no había alcanzado este nivel en meses.
Salida inmediata
El Aeropuerto Internacional de Trípoli, el principal y más grande de todo el país, dejó de recibir operaciones regulares en julio de 2014, cuando fue gravemente dañado durante los enfrentamientos entre milicias rivales en el contexto de la segunda guerra civil libia. Los combates destruyeron aproximadamente el 90% de las instalaciones del aeropuerto y al menos 20 aviones, lo que obligó a su cierre indefinido
Desde entonces, el Aeropuerto Internacional de Mitiga, ubicado al este de la capital, ha asumido las funciones de principal terminal aérea de Trípoli. Aunque no tiene conexión directa alguna con ningún aeropuerto español, hace tan sólo cuatro meses que la italiana ITA Airways reanudó vuelos directos entre Roma y la capital libia. Fue y sigue siendo el primer enlace directo de una aerolínea de Europa Occidental con Trípoli tras una década de interrupción.
Imagen del grupo que integra la misión comercial, durante una cena en Trípoli.
Para los españoles la prioridad ahora es llegar a la embajada. Las imágenes previas al estallido del conflicto muestran al grupo en cenas, reuniones y trayectos desde el aeropuerto. La intención era clara: recuperar la presencia empresarial española en un país con recursos, mercado y urgencias. "Queremos estar presentes en la reconstrucción", afirmaban.
Hoy, su presencia se ha vuelto simbólica de otra forma: como recordatorio de lo difícil que sigue siendo operar en un país que aún no ha logrado estabilizarse. "Estamos bien. Esperamos instrucciones. Sólo queremos llegar pronto a casa", concluye Barros.