Ginebra, Madrid, Nassau. En ese triángulo geográfico —y financiero— ha orbitado durante décadas Dante Jacques Canonica, el jurista suizo que, aún siendo una persona reservada y discreta, diseñó algunas de las estructuras fiduciarias más sofisticadas de Europa. El de Canonica no era un nombre que sonara usualmente en los medios. Hasta ahora.
El hombre que movía discretamente millones de euros en nombre de reyes, empresarios y magnates, se ha convertido esta semana en protagonista involuntario de una de las jugadas judiciales más sorprendentes del emérito Juan Carlos I: una demanda por fraude presentada contra su antiguo testaferro y su examante, Corinna Larsen.
En un movimiento que muchos interpretan como "un intento desesperado de restaurar su legado", el exjefe del Estado ha activado una estrategia legal en solitario. Hace tan sólo unos días fue Miguel Ángel Revilla, ahora Canonica y Larsen. El objetivo: limpiar su nombre. Y quizás, también, su patrimonio.

Juan Carlos y Corinna, en una imagen de archivo.
El savoir-faire de Dante
Dante Canonica (1953) estudió Derecho en la Universidad de Ginebra, ciudad donde también ejercería como profesor asociado. Comenzó su carrera en Nueva York a finales de los años 70, pero fue en Suiza donde consolidó su nombre como abogado de grandes patrimonios, fundando el despacho Canonica Valticos de Preux & Associés, donde ahora no aparece su nombre pero sí el de sus dos hijos.
Su especialidad: el derecho financiero, las sociedades offshore, los trust familiares —una herramienta jurídica que permite administrar y proteger el patrimonio de una familia, incluso después del fallecimiento del titular, y las fusiones. Su reputación: impecable. Sus operaciones: invisibles. Hasta que dejaron de serlo.

El abogado suizo, en una imagen de archivo, en Cerdeña (Italia).
En julio de 2008, Canonica constituyó en Panamá la fundación Lucum, con él como secretario y Arturo Fasana como presidente. A nombre de esa fundación, el Ministerio de Finanzas de Arabia Saudí transfirió 64,8 millones de euros. Un regalo, se dijo entonces, del rey Abdalá a Juan Carlos I por "gratitud". Un gesto de hermandad. Una versión que nunca fue verificada.
En cualquier caso, el dinero acabó en manos de Corinna Larsen, quien años más tarde explicaría que fue un regalo romántico. Pero en 2012, poco después de la conocida cacería en Botsuana, Juan Carlos quiso recuperar esos fondos. Ahí empezó el problema. Y la historia salió del despacho. Canonica era, a su vez, abogado de Larsen, aunque su relación se enfrió cuando la alemana se negó a devolver los 64,8 millones.
Blanqueo agravado
En 2018, las grabaciones del excomisario Villarejo destaparon una caja de Pandora. En ellas, Corinna aseguraba que el monarca había puesto a su nombre propiedades y cuentas utilizando a Canonica como intermediario. "Me están haciendo la guerra porque no quiero cometer un delito", se la escuchó decir.
La Fiscalía de Ginebra entró en acción. Registró los despachos de Canonica y Fasana. Se hallaron documentos que hablaban de cuentas en Nassau (capital de las Bahamas), operaciones con los Albertos —propietario, junto con su primo Alberto Alcocer (de ahí el apelativo), de varias sociedades patrimoniales—, transferencias millonarias en efectivo a Madrid… y una estructura llamada "Soleado" donde, según algunas fuentes, habrían circulado hasta 15.000 millones de euros de varias élites españolas.

El fiscal suizo Yves Bertossa junto a la Corte de Justicia de Ginebra, en 2018.
Canonina fue en aquel entonces imputado por blanqueo agravado. Declaró ante la justicia que actuó con base en la confianza que le generaba Fasana y el propio Juan Carlos I. Nunca verificó el dinero saudí. Y tampoco lo declaró a las autoridades contra el blanqueo. Desde entonces, no ha hablado jamás con la prensa. Su silencio, en estos años, se ha convertido en su única defensa. Pero también en su condena.
De hecho, EL ESPAÑOL contactó con el despacho Canonica Valticos de Preux & Associés mediante una solicitud formal de comentario enviada el martes 8 de abril, ofreciendo a Dante Canonica la oportunidad de compartir su posición respecto a la demanda presentada por el rey Juan Carlos I. La petición, enviada con plazo hasta el viernes 12 a las 12:00 CET, no había recibido respuesta al cierre de este reportaje, publicado casi una semana después.
El relojero legal
Muchos en Suiza lo siguen respetando. "Un abogado serio, fiable. No es un cowboy del derecho", aseguran colegas con sede en Ginebra. Y sin embargo, su nombre quedó marcado por una única fundación. Lucum. Una palabra que evoca paraísos fiscales, estructuras opacas, y ahora, una guerra soterrada entre las tres figuras que alguna vez lo compartieron todo: un rey, una amante y un abogado.
Discreto hasta la caricatura, quienes han tratado con él lo describen como meticuloso, educado, pero también distante, con un dominio absoluto de las normas del secreto profesional. En el microcosmos helvético, es visto como un "relojero legal", capaz de montar estructuras jurídicas tan complejas como precisas. Su hermano, François Canonica, fue presidente del Colegio de Abogados de Ginebra, lo que sitúa a la familia en la élite jurídica del país.

En la plantilla de juristas de 'Canonica Valticos Carnicé & Associés' ya no aparece Dante Canonica, jubilado, pero sí sus dos hijos.
Dante Canonica no asistía a conferencias, ni firmaba artículos jurídicos. Su nombre solo aparecía en registros mercantiles de Malta, Luxemburgo o las Islas Vírgenes Británicas. Su oficina hace años no tenía una página web. Su reputación, sin embargo, era incuestionable entre sus clientes. "No es un abogado mediático. Es un abogado que hace desaparecer problemas", resume un jurista español con base en Ginebra en una conversación informal.
Sus clientes hablaban idiomas distintos, vivían en continentes distintos, pero compartían algo esencial: la necesidad de no dejar huella. Canonica no solo conocía los vericuetos legales de la fiscalidad internacional; conocía también el carácter de quienes temen más a la exposición pública que a la ley.
La demanda del emérito
Ahora, la demanda presentada por el emérito podría tener un recorrido limitado. Quizá se archive, quizá no prospere. Pero ha servido para reactivar un foco sobre el lado más incómodo del antiguo monarca: el manejo de su fortuna, la gestión de sus silencios, la elección de sus aliados. Y sus rupturas.
Canonica ya no es solo un nombre en una grabación o un sello en un acta panameña. Ahora es parte activa del relato de un rey en declive que, desde Abu Dhabi, intenta reescribir su historia como si la realidad no tuviera memoria.
Durante décadas, figuras como Canonica han operado en el corazón de Europa como engranajes silenciosos de la arquitectura financiera del poder. No eran delincuentes, ni tampoco santos. Eran necesarios. Juristas que sabían cómo crear estructuras para que la propiedad se diluyera, para que el dinero fluyera sin rozar el radar fiscal, para que las herencias cruzaran continentes sin pasar por notarios.
En países como Suiza, Mónaco o Luxemburgo, sus nombres apenas se mencionaban fuera de los bufetes. Pero todos los grandes patrimonios los conocían. Canonica pertenecía a esa estirpe de abogados fiduciarios que combinaban el savoir-faire helvético con una ética profesional que no siempre resistía el escrutinio de los nuevos tiempos.
La aparición de los Paradise Papers, los Panama Papers, y más tarde los audios de Corinna, rompieron el hechizo. Lo que antes era virtud —la discreción, la lealtad, la opacidad— empezó a parecer sospechoso.