A la derecha Ingrid, en el centro Irene y a la izquierda Noelia, junto a los niños.

A la derecha Ingrid, en el centro Irene y a la izquierda Noelia, junto a los niños. David Martínez

Reportajes

Los domingos de Noelia, Ingrid e Irene con los niños nacidos en la cárcel: "No soportan puertas abiertas"

Gracias a la labor de los voluntarios de la Fundación Padre Garralda, los niños que viven en las cárceles con sus madres presas pueden salir al exterior cada dos domingos. 

3 octubre, 2022 03:15

Es domingo en Sevilla. Los turistas extranjeros pasean por el interior de la Plaza de España mientras presencian un espectáculo de flamenco en uno de los puntos más conocidos de la capital andaluza. Los pequeños comercios locales aprovechan su día de descanso para echar el cierre y, mientras tanto, cientos de jóvenes se agolpan en las terrazas para disfrutar de una jornada de sol, muy similar a la de un día de verano. Sin embargo, es un domingo muy diferente para Irene, Ingrid y Noelia. O más bien, es un domingo más para ellas.

Como cada dos domingos al mes, estas tres jóvenes sevillanas se reúnen a las 10.00 horas en el mítico e histórico Bar Citroen, ubicado en la Avenida de Isabel la Católica. Allí les espera el taxi que les traslada directamente al Centro de Inserción Social Luis Jiménez de Asúa donde, en este caso, esperan junto a sus madres Erik y Juan (nombres ficticios). Tienen un año y nueve meses, respectivamente, y son niños que viven en la cárcel. El primero de ellos nació en el centro, mientras que el segundo ingresó al poco de nacer. Sus progenitoras cumplen condena en régimen semiabierto, un beneficio penitenciario que permite a los presos la rehabilitación a través de actividades de inserción familiar, laboral y social. 

Por ello, y gracias a la labor de los voluntarios de la Fundación Padre Garralda, los niños que viven en prisión o en centros de reinserción junto a sus madres en Sevilla tienen la posibilidad de disfrutar de una salida al exterior los domingos. Normalmente, salen de 10.00 a 17.00 horas. Van al parque, dan de comer a las palomas, ven los coches de caballos y disfrutan de la música de un violinista que ofrece un repertorio de canciones actuales pero en versión clásica. Esta es la primera salida oficial de ambos y, lejos de lo que ven día a día en el centro, extrañan todo. "Están flipando", dice una de las voluntarias.

Noelia e Irene junto a uno de los pequeños dando de comer a las palomas.

Noelia e Irene junto a uno de los pequeños dando de comer a las palomas. David Martínez

Después, una vez termina la jornada, vuelta al centro junto a su madres para continuar con su rutina diaria. Si llueve, la fundación les proporciona una guardería o una parroquia donde poder jugar con el resto de niños. Además, realizan a menudo diferentes actividades para favorecer la integración y socialización de los pequeños. “Luego, por ejemplo, el día 5 de enero les llevamos a la cabalgata, o en Semana Santa a ver los pasos. El año pasado estuvieron viendo a los nazarenos y pidiendo caramelitos”, cuenta Irene, de 19 años, a EL ESPAÑOL. 

Durante la semana, ella estudia un grado para ayudar a personas dependientes, aunque tiene claro cuál quiere que sea futuro y el motivo por el que accedió al voluntariado. “Quiero hacer las oposiciones para ser funcionaria de prisiones. Por eso me metí al voluntariado”, cuenta. Irene comenzó a ser voluntaria en el proyecto el pasado 31 de octubre, a diferencia de Noelia e Ingrid, que son más veteranas. 

[Los lunes al sol de Jimmy en La Palma: de vivir en una caravana a un hotel de cuatro estrellas]

“Yo estudio Educación Infantil en la Universidad de Huelva. Vivo en un piso de estudiantes allí entre semana y los fines de semana me vengo para el voluntariado. Llevo desde antes de la cuarentena”, explica Noelia, de 21 años. Misma edad que Ingrid, la tercera de las voluntarias. Ella estudia el Doble Grado en Relaciones Internacionales y Comunicación. “En un futuro quiero ser periodista”, asegura.

La universidad fue la encargada de llevarla directamente a la Fundación Padre Garralda. “Yo empecé en la uni y me apunté a mil cosas, aunque estaba estudiando un doble grado. Me dieron una lista con los voluntariados y el que más me llamó la atención fue el de Centros Penitenciarios de Horizontes Abiertos. Fui tan pesada que se sabían mi voz”, explica entre risas.

Dos domingos al mes

Ingrid lo tuvo claro desde el primer día. En realidad, todas ellas. Aunque los voluntarios cuentan con una jornada de prueba para decidir si quieren continuar o no, en sus casos entregaron la documentación previamente, teniendo claro de antemano que se quedarían. Y es que, aunque sus domingos son por y para el voluntariado, hablan orgullosas de la labor que realizan. “Yo lo pienso y es algo que a mi me gusta muchísimo. No pienso que me quita tiempo. Yo daría más tiempo, estaría todo el fin de semana con ellos. En realidad, es querer dar tu tiempo a los niños”, cuenta Irene. 

Ingrid, Irene y Noelia paseando a los pequeños.

Ingrid, Irene y Noelia paseando a los pequeños. David Martínez

Para ellas, lo más importante de su trabajo es el vínculo que generan con los propios niños. Coinciden en que el mejor momento es el de llegar al centro y que los niños las reciban con los brazos abiertos. “Tú imagínate llegar al sitio y que venga el niño corriendo a decirte que vayamos al parque…”, añade Ingrid. Definen su relación con ellos como la que tendrían con su hermano pequeño y resaltan constantemente el cariño que cogen a los pequeños. 

Tal es su apego con los niños que se emocionan al recordar a aquellos que cuidaron en el pasado y que ya han salido de prisión junto a sus madres. Es el caso de Irene, que asegura estableció un vínculo muy especial con una de las niñas del centro. Por eso, durante la entrevista con este periódico, cada vez que se mencionaba el nombre de la niña se le caía alguna que otra lágrima. 

Diferencias en los niños

En España, la ley permite que los hijos puedan estar con su madre mientras esta cumple condena hasta los tres años de edad. Después, en caso de que la progenitora no haya cumplido su condena, el niño pasa a vivir con la familia o en un centro tutelado. El principal inconveniente que se encuentran estos niños es que durante esos tres primeros años de vida, que es cuando desarrollan su personalidad, carecen de estímulos para su desarrollo. 

Noelia con uno de los niños.

Noelia con uno de los niños. David Martínez

“Se nota que no están estimulados. Aquí lo que hacemos es trabajar con ellos para que salgan y vean otras cosas. Dentro no ven coches ni animales. La idea es que se diviertan y el tiempo que estén allí sea más ameno”, señala Noelia. Son las propias madres quien deciden si sus hijos salen o no los domingos con las voluntarias aunque, tal y como cuentan, la mayoría de ellas lo permiten. “La madre de Erik nos ha dicho que sí quería que saliera hoy porque la que está presa es ella, no su hijo. La idea es esa, que el niño pueda salir porque él no está preso”, explica Ingrid. 

— ¿Notáis comportamientos diferentes en los niños?

— Yo siempre cuento esto porque fue lo primero que me pasó. Había una niña a la que la madre no le hablaba en español y solo sabía nigeriano. La niña sabía español solo por lo que le hablaba yo. De hecho, la madre solo se fiaba de mí y solo quería que estuviera conmigo. Esa niña nació en el centro y tenía muchas manías. Estuvo en la prisión de mujeres de Alcalá de Guadaira. Esa niña no podía ver una puerta abierta, siempre las cerraba. Para ella no existían las puertas abiertas. Siempre que íbamos a la guardería estaba cerrando las puertas. Además le tenía fobia a los hombres, no se podían acercar a ella y tenía miedo al agua y las fuentes. Ellas vinieron en patera y el miedo de la madre se lo pasó a la niña.

El contacto de las voluntarias con las madres es mínimo. Cuando llegan al centro, estas les entregan la mochila de los niños con lo básico: biberones, potitos, pañales, ropa de cambio y juguetes. “No podemos saber nada de ellas. Sabemos el nombre del niño y el de la madre a veces, pero otras no. Luego sí que es verdad que hay otras actividades donde nos relacionamos más con ellas”, explican.

Ingrid e Irene jugando en el parque con los dos pequeños.

Ingrid e Irene jugando en el parque con los dos pequeños. David Martínez

Una gran responsabilidad 

“Cuídalo como si fuera tu hijo” es la frase que más repiten las presas. Sin embargo, las voluntarias son conscientes del papel y la responsabilidad que conlleva la labor que realizan. “Mi primer día como responsable fue con mucha tensión. Me tocó ir a la parroquia y yo no quería que los niños se mancharan por lo que fueran a decir las madres y me agobié muchísimo”, cuenta Noelia. 

Misma sensación la de Ingrid, que relata con detalle la inseguridad que sintió los primeros días de voluntariado. Frente a los más de seis años de experiencia de sus compañeras, ella tuvo que enfrentarse el primer día a cambiar a un bebé y darle el biberón sin haberlo hecho antes. 

“Pero yo siempre lo digo mucho, hay que normalizar que al principio cometemos errores. Cuando viene alguien nuevo le digo que los pañales los va a cambiar mal 3.000 veces. Yo la primera vez los rompía todos, no sabía ponerle la etiqueta. Es algo que hay que ir normalizando”, señala Ingrid. 

Ingrid junto a uno de los pequeños.

Ingrid junto a uno de los pequeños. David Martínez

Sociedad de prejuicios

Entre los principales problemas que se encuentran estas tres jóvenes en su habitual rutina de domingo, es el prejuicio de aquellos que todavía no ven con buenos ojos que sus hijos jueguen con otros cuyas madres cumplen condena en prisión. “No lo solemos decir, no por los niños sino por los padres. Puede pasar que les excluyan y les digan que no jueguen con ellos. Si dices que eres madre soltera no te van a decir nada, pero si dices que su madre está en un centro te miran raro”, cuentan. No obstante, ellas creen en la reinserción social y consideran esencial las labores que se realizan desde la fundación. “Son personas y han cometido sus errores, pero están ahí para solucionarlo”, apunta Ingrid. 

A estos prejuicios hay que añadir, el papel que juega el voluntario y la idea que tiene la sociedad en torno a ellos. Aseguran que, en general, está bien visto, pero siempre hay un "pero". En este caso es “pero yo no lo haría”.

“Hubo una vez que estábamos vendiendo papeletas para conseguir dinero para la fundación y todo muy bien, pero hubo una persona que nos dijo que no nos iba a dar dinero para un voluntariado y que dejáramos de hacer las cosas gratis porque no nos iba a servir para nada”, cuenta Noelia indignada recordando aquel comentario. 

Las tres voluntarios jugando con los niños en el parque.

Las tres voluntarios jugando con los niños en el parque. David Martínez

Sin embargo, ellas lo tienen claro y seguirán realizando la labor que desarrollan. A pesar de que son conscientes de que, en un futuro, será difícil compaginar su trayectoria profesional con los trabajos de la fundación, continuarán ayudando a la fundación, de una manera u otra. “A muchas, por ejemplo, les dan el permiso y como no son de aquí no tienen cómo moverse por Sevilla. Tú puedes ayudarlas acompañándolas a los sitios y dándoles apoyo. Hay muchos voluntariados, algunos de dos horas. Lo importante es estar ahí y ayudar".

Se acaba la jornada. Las tres voluntarias se dirigen de nuevo hasta el Bar Citroen, donde el mismo taxi de por la mañana regresa para llevarlas de nuevo al centro. Piensan en cómo será la semana y comentan con pereza qué harán el lunes. Pero repiten constantemente la misma idea: su deseo y las ganas de que vuelva a ser domingo para tener de nuevo en sus brazos a los pequeños del centro.