Íñigo Segurola, jardinero de Bricomania.

Íñigo Segurola, jardinero de Bricomania. Cedida

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La vida no contada de Íñigo Segurola, jardinero de 'Bricomanía': su año de catarsis fuera de la tele

EL ESPAÑOL habla con quien fuera el jardinero de Bricomanía durante 25 años y que ahora se dedica a la obra paisajística que le ha robado todo su tiempo: "No he tenido vida estos últimos años".

6 febrero, 2022 02:35

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Cuenta una antigua leyenda de Amézqueta que durante una mañana despejada, la primera tras varias semanas de lluvias torrenciales, la joven Kattalin perdió a una de las ovejas del rebaño que cuidaba. Temerosa de las represalias, subió a la cima del monte Txindoki a buscarla y, en la entrada de una cueva, encontró a su oveja. Junto a ella estaba una hermosa mujer que le propuso un trato: si se quedaba siete años ayudándola, la haría rica.

Kattalin aceptó y pasó los siguientes siete años junto a la misteriosa dama. Ella le enseñó las cualidades mágicas de las plantas y el inaccesible idioma de los animales. Llegado el momento, la mujer le dio un enorme pedazo de carbón y se marchó. Kattalin lo recibió con decepción. Pero, al salir de la cueva, el carbón se convirtió en oro; un gran pedrusco de oro que la liberó para siempre.

La misteriosa mujer era la diosa Mari, quien –como Samovila, Deméter o Flora– representa las fuerzas de la naturaleza en la mitología vasca. Y, como Kattalin, Íñigo Segurola –otrora jardinero de Bricomanía– tiene una relación estrecha con ella: “Yo sí soy creyente; creo en la diosa Mari. Creo en las fuerzas de la naturaleza. Además, me gusta que sea mujer”.

Íñigo con 25 años

Íñigo con 25 años Cedida

Íñigo nació en San Sebastián el 7 de abril de 1967 y creció en la parte vieja de la ciudad, un entorno que no podía ser más urbano. Por tanto, su encuentro con la diosa Mari tuvo que esperar. “Creo que ese ejercicio que mandan en el colegio de poner una semilla encima del algodón para que vayan saliendo las primeras hojas de las alubias es lo que me enganchó”, cuenta a EL ESPAÑOL.

Después ya llegó lo demás: lo de Ingeniería Agrícola en la Universidad de Navarra, lo de Arquitectura Paisajista en la Universidad de Heriott-Wat de Edimburgo y lo del Curso Internacional de Planificación y Diseño del Paisaje en la Universidad de Paisajismo de Wagheningen; lo de Bricomanía en Televisión Española, Antena 3, Telecinco y Nova y lo de Decogarden en Youtube y Atresmedia. Y, por supuesto, lo de LUR Garden, el proyecto paisajístico de su vida: “Instalamos el estudio en una parcela de 20.000 m², en Oiartzun. Tiene 16 espacios temáticos distintos y ha sido mi odisea durante los últimos nueve años de mi vida”.

Principio y fin

El éxito televisivo llegó casi sin quererlo. En 1996, durante su segundo año de emisión, Bricomanía contactó con su estudio para que les hiciesen diez guiones técnicos de jardinería. Además, se rodaba en Oiartzun. “Íñigo Urreaga, director del programa, me hizo una prueba de cámara deshonesta, por ver qué tal. Y, bueno, parece ser que le gusté”.

Al principio, Íñigo no las tenía todas consigo. No quería que se le valorara como “el jardinero de la tele”. Pero, visto con perspectiva, no se arrepiente de nada: “Me permitió hacer todo tipo de entrevistas donde hablar de paisajismo”. A esto hay que sumarle el bienestar económico propio de quien hace más de 1.000 programas de televisión, una comodidad que no habría podido tener como paisajista. También, claro, el reconocimiento de la gente aún hoy en día. Y otra cosa más: “Gracias a estar en la televisión he podido seguir llevando el pelo largo”.

Tras el primer confinamiento por covid, no se llegó a un acuerdo con Nova y el programa se terminó. A Íñigo no le habría importado seguir haciéndolo. De hecho, aprovecha para dejar caer, como quien no quiere la cosa, que le gustaría realizar un programa serial “poniendo en valor toda la riqueza paisajística de España: los jardines hispanoárabes andaluces, los pazos gallegos, las Islas Canarias…”.

Jardín espejo de Íñigo

Jardín espejo de Íñigo Cedida

Lo cierto es que aquello acabó y tenía que continuar con su vida. Dentro, muy dentro, la espinita de que en España aún no se valore lo suficiente su trabajo. “Si Bricomanía fuese en Reino Unido, yo ahora sería una estrella. Aquí somos más de la sangría, la paella y la fiesta, no de sentarnos a mirar un jardín…”, se lamenta. Tocaba empezar nueva etapa, pero con la misma fuerza. Y la larga melena que no se toque. ¿Cómo ha sido la vida de Íñigo en este tiempo? Como siempre, con auges y caídas: tocó fondo y renació de sus cenizas.

“Trabajar, trabajar, trabajar”

En 2021, Íñigo dejó de ser persona. Se convirtió en una máquina que trabajaba y no hacía otra cosa más que trabajar. “Toco fondo porque estaba en un proceso de huida personal, refugiado construyendo este jardín como si fuese una droga”, confiesa. Su cuerpo dijo basta en las pasadas Navidades. La fecha no era casual. Cuando se vive en el campo, se está sometido al exterior. El cuerpo se conecta con los ciclos vitales de la naturaleza y, en otoño, empieza el declive. Los días se acortan y llegan las heladas matutinas. Finalmente, “la Navidad es tocar fondo”.

Pero con el nuevo año comenzó el lento proceso de remontada. Porque Íñigo es de esas personas de todo o nada, que pasa de lo más alto a lo más bajo con una facilidad frágil y herida. Tampoco ayudó, claro, el no querer elevar la cabeza del hoyo, aunque “las cosas fuera no animaban a ello, no es que estuvieran muy bien”.

Cuando se atrevió a mirar más allá se replanteó todo: “Digo 'hostia, ¿qué es este mundo?' y me doy cuenta de que tengo que restaurar esa relación con el espacio y con mi propia vida”. Quien antes era un energúmeno con el jardín, pasaba a ser un observador pasivo. Algo que también aplica a su persona: “Antes no tenía vida, estoy buscándome. ¿Quién soy? No lo tengo muy claro aún, pero voy en buen camino hacia esa respuesta”.

Íñigo Segurola

Íñigo Segurola Cedida

El proyecto que le ha llevado a esta catarsis es LUR Garden. Lo puso en marcha hace nueve años con Juan Iriarte, quien no solo era su socio sino también su marido. Sobre cómo es trabajar con quien también amas, Íñigo da la contestación breve de quien no quiere volver a un lugar doloroso a buscar respuestas más extensas: “El trabajo era fluido”.

En aquel momento, LUR Garden era una vía de evasión. “Para ser buen paisajista hay que ser jardinero –explica Íñigo–; un arquitecto, en cambio, no tiene que ser albañil, pero yo trabajo con seres que tienen vida y ellos con elementos muertos”. Su idea inicial con el proyecto era un jardín de habitaciones. Por tanto, se puso a crear setos.

Después llegó el momento mágico que todo el que ha creado algo sin más mediación que su imaginación ha experimentado alguna vez. Quien entonces aún era su marido dibujó una forma de huevo frito e Íñigo vio en esas formas ovoidales el diseño geométrico del jardín: “Lo he hecho con la conciencia de empoderar la feminidad. Las formas ovoidales son más femeninas y las, de línea recta, más rígidas y masculinas. Y, en esa búsqueda ovoidal, el jardín lo ha tenido sometido desde entonces.

“Un jardín es como una persona dependiente que necesita el cuidado del jardinero el resto de su vida”, justifica Íñigo. Cada uno de los 16 espacios los trabaja de forma distinta: el jardín de la extravagancia, el de hortensias, el blanco y gris, el jurásico o el jardín espejo que refleja todo lo que pasa alrededor. “Es la obra de mi vida. La noche que vi ese potencial dormí tres horas y, lo primero que hice al despertarme, fue dibujar el plano de lo que se visita hoy en día”, dice Íñigo para hacer entender esta obsesión.

Adicto a la belleza

En el programa No te metas en política, Íñigo se definía como un “adicto a la belleza y víctima del tecno”. Lo segundo viene de que es lo que escucha a primera hora de la mañana. Sí, Íñigo tiene un lado punki que lo hace especial (aunque recalca que ya solo trabaja ocho horas, “como todo el mundo”). Pero, lo de la belleza tiene para él un significado especial: es un estilo de vida.

- ¿Qué es la belleza?

Íñigo necesita varios minutos para pensarlo. Es su vida, pero quizá por eso mismo le ha pillado sin respuesta, como tampoco la tenía para la pregunta de quién es. Al final, lanza un intento.

- La belleza es cuando hay armonía, verdada, sinceridad. Cuando todo está en orden y no hay agresividad. Es pureza. Es alma. Una vivencia estética que llena un espacio y trasciende lo puramente estético.

Para Íñigo, la belleza estará, seguramente, en ese terrenito a las afueras de Oiartzun que compraron sus padres cuando era pequeño y donde hizo su primera huerta. El mismo lugar, alejado de la civilización, adonde se fue a vivir ya de mayor y que ahora acoge su jardín.

La belleza estará también, seguramente, en el monte adonde se echa a andar cuando quiere desconectar. Y en los libros de filosofía oriental y en la gastronomía que, “como buen vividor, es importante ir de vez en cuando a un buen sitio a gozar de la vida”. Y en el conocimiento de saber que es imposible dominar el espacio natural y que todo cambia sin parar y que entender eso “te imprime una actitud más humilde y alcanzas la paz interna”.

Por eso –porque la naturaleza es superior al ser humano y el éxito y el fracaso son relativos– Íñigo, a punto de sus 55, no cree en la suerte. No es la persona que te comprará un boleto de lotería. En diez años ni se plantea dónde estará, pues “ni siquiera sé si me veo, y me da igual estar o no estar”.

Y por eso espera que en 10.000 años el ser humano esté extinguido: “El ser humano es tan necio con respecto a otros seres vivos que me importa un bledo lo que pase con el mundo cuando yo me muera, pero el ser humano no se merece existir mucho más tiempo”. Porque, fiel a sus principios, Íñigo no dejará descendencia. Íñigo tan solo cree en Mari, diosa de la justicia y la naturaleza y que desprecia a quienes no respetan al resto de seres vivos. Pero cuidado, que más allá de programas de televisión, aún queda Íñigo Segurola para rato. Y, como la diosa Mari, cuando llega la tormenta significa que se está acercando.