Pepe Barahona Fernando Ruso

Angelines no logra olvidar la conversación que tuvo con su hijo la última vez que estuvieron juntos. Fue en el aeropuerto de Jerez de la Frontera (Cádiz), de donde él partía rumbo a Malí, su primera misión como militar. A ella le llamó la atención la placa que colgaba del cuello del soldado. El chico le respondió con negra ironía que eso sería lo que le entregarían a ella si a él le pasaba algo.

La broma no sentó bien a la madre, que le afeó la gracia preguntándole a su hijo que si era tonto. Ni él ni ninguno de los que se despedían ese día de sus familias esperaba que pasara nada en esa misión. Pero Angelines tiene hoy la placa identificativa de su hijo en la palma de sus manos. El soldado Antonio Carrero Jiménez falleció dos días antes de regresar a casa en una carretera de Mali. El blindado en el que iba de tirador en la torreta se cruzó con un autobús. Sólo los que estaban allí saben lo que ocurrió. 

El teléfono sonó en casa de los Carrero Jiménez poco después de las once de la mañana del viernes 18 de mayo de 2018. Para Angelines fue un día más hasta esa hora. Madrugó para empezar a trabajar limpiando escaleras a las seis de la mañana. Cinco horas después ya estaba de vuelta a casa, un piso situado en la barriada Los Montecillos de Dos Hermanas. Allí, un barrio obrero, lleva viviendo la familia desde hace 37 años. 

“Cuando vi que el número que llamaba era de esos largos me eché a temblar”, recuerda Angelines. “Contesté. Me preguntaron que si era la madre de Antonio Carrero Jiménez. Respondí que sí —sigue—, y pregunté muy nerviosa que qué había ocurrido. Me contestó que había fallecido. Le grité que si era una broma. Y se me cayó el teléfono. Me pilló sola en casa y me caí al suelo. Mi marido llegó dos minutos después. Entonces él devolvió la llamada a ese número extraño. Ahí confirmó que lo que decían era verdad”.

Ese día fue el último que trabajó limpiando escaleras. Angelines se rompió. Tres años después, los reporteros de EL ESPAÑOL se encuentran con Angelines y Antonio en ese mismo piso de Los Montecillos. Ella viste de riguroso negro. De la pared cuelgan un sinfín de fotografías de su hijo. Saben que recordar la muerte del chaval les causará dolor, pero han decidido hacer pública su queja: no han recibido un solo euro de la indemnización por la muerte de su chaval. También han llevado su caso a la justicia.

Angelines llora desde antes de empezar a hablar. Sentada junto a su marido, Antonio, un albañil prejubilado, cuenta que apenas come, apenas duerme y apenas le quedan ya ilusiones en la vida. “Este dolor no me lo quita nadie, esto yo no lo supero”, se lamenta. 

Placa que colgaba del cuello de Antonio el día que partió hacia Malí. Ahora la conservan sus padres. Fernando Ruso

Militar pese a sus padres

Es Antonio quien cuenta cómo el sueño de su hijo de hacerse militar acabó tornándose en pesadilla. “Era buen estudiante, pero le llegó ese momento que siempre llega en las casas de las clases trabajadoras: empezó con su primer trabajillo, a manejar dinero y dejó los estudios. Un día nos dijo que quería entrar en el Ejército, y se puso a estudiar. Sin ayuda, consiguió su plaza a la primera. De entre todas las opciones eligió la más dura: Infantería de Marina”, recuerda el padre a sus 63 años. 

Ni Angelines ni Antonio vieron con buenos ojos la decisión del único varón de sus dos hijos, el pequeño. Le aconsejaron que en vez de elegir la carrera militar se decidiese mejor por un módulo de Informática. Pero pocos meses después ambos se encontraron yendo en coche de madrugada a Cartagena (Murcia) para la jura de bandera del soldado Carrero. “Nos quedamos con su alegría, que también era la nuestra”, recuerdan. 

A fin de cuentas, relatan los padres, el trabajo de su hijo como militar era como otro cualquiera. O eso les hacía ver el joven, siempre aligerando su relato para no preocupar a sus padres. “Estábamos tranquilos”, apuntan. 

Pasados los seis meses de instrucción, Antonio ingresó en el Cuartel de Batallones de San Carlos de San Fernando, Cádiz. Allí prestó servicio hasta ofrecerse voluntario para una misión en Malí. 

“Vivía con una chica, también militar, con la que compartían gastos; eso hizo que dejara a su novia, con la que llevaba cuatro años de relación”, explica su madre. Antonio iba a verla todos los fines de semana y hablaban todos los días. La joven con la que convivía también visitaba a los padres del soldado. A todas luces, la novia de Antonio.

Una misión que acabó en muerte

En enero de 2018 anunció que lo destinaban en una misión internacional de entrenamiento que la Unión Europea desempeña en Malí. “Nos engañó”, sentencian ambos al unísono. “Nos dijo que lo habían elegido por ser buen tirador, pero luego supimos que había ido voluntario”, explica el padre. “Él sabía que si me lo decía me iba a liar [a guantazos] con él”, asegura su madre en el único momento de la entrevista en la que esboza una ligera sonrisa.

Los dos tenían mucho miedo, pero él aparentaba estar tranquilo para calmar a sus padres. 

— ¿Por qué creen que fue voluntario?

— Por el dinero. Allí cobraba 3.500 euros al mes. Aquí apenas ganaba mil. 

Desde Malí hablaban todos los días. Videollamadas, mensajes por WhatsApp, fotos, vídeos suyos en la torreta, otros en los que repartía agua y comida a los niños que se acercaban al convoy. Así Antonio combatía la distancia y Angelines apaciguaba su preocupación. Todavía hoy guarda todos esos diálogos en el chat de su teléfono móvil. A la conversación con ‘Antoñito’ recurre para releer y releer los mensajes. 

La conversación se corta la noche antes de morir. Hay algo que inquieta a Angelines. Los mensajes son estos:

— Dime cómo se llama a donde estás ahora —pregunta su madre.

— No te lo voy a decir —replica él.

Últimos mensajes que Antonio y su madres intercambiaron antes de la muerte del joven. Fernando Ruso

— ¿Por qué? Eres tonto. ¿Porqué no me lo quieres decir? No me voy a asustar.

— Da igual. Qué más da.

— Pero ¿por qué no me lo quieres decir? Hay algo.

— No.

Angelines y su marido supieron tiempo después que su hijo había hecho una incursión por una zona con presencia terrorista, pero no quería preocuparles. “Estaban dando seguridad a alguien gordo que estaba en la zona”. Así lo resume su madre. Y no se equivoca, era un destacamento de protección de la fuerza en las labores de asesoramiento y formación militar a las Fuerzas Armadas Malienses y del G5 Sahel. 

Se desplazaron 14 horas en coche para completar el equivalente entre la distancia entre Sevilla y Madrid, de Sevare a Koulikoro. También supieron que la noche en la que murió su hijo apenas había dormido, que hicieron el viaje de ida y vuelta sin haber descansado.

Lo saben porque el conductor que habitualmente conducía el blindado, un Lince del Ejército de Tierra, había avisado de su cansancio y que sólo a él lo habían relevado. Antonio seguía en su torreta, aguantando el sueño, como tirador que cerraba el convoy de nueve vehículos. 

La tesis oficial no sirve

También han sabido estos padres que el chófer que se encontraba en el momento del accidente al volante del Lince apenas tenía cinco meses de experiencia con el carnet de conducir y que era la primera vez que conducía un blindado como ese. Por eso la tesis oficial sobre la muerte del soldado Carrero no encaja en la lógica de Angelines y Antonio. 

“Nos dijeron que, a las seis y media de la mañana, un autobús se cruzó en su camino y que el chófer había logrado esquivarlo”, recuerda el padre. El Lince dio varias vueltas y a Antonio lo pilló abajo. Los otros tres militares que iban en el vehículo apenas sufrieron algunas pequeñas lesiones sin gravedad. El accidente ocurrió en una carretera nacional que atraviesa la provincia de Mopti.

— ¿Cuántas veces imaginan el accidente?

— [Angelines]. Todos los días. Muchas. Sólo pienso que mi niño no murió en el acto, no murió en el acto, mi niño no murió en el acto. 

El soldado Carrero falleció media hora después por un politraumatismo. Y su muerte se considera ocurrida en acto de servicio.

Tiempo después, la familia ha ido recabando indicios que desmontan la tesis oficial. Hasta sus manos han llegado fotos del punto kilométrico en el que ocurrió el accidente. Allí, el Ejército ha colocado una placa en recuerdo del soldado Carrero. Es una zona de buena visibilidad, una carretera amplia, llana y bien asfaltada. También saben que el Lince no tiene restos de impacto con otro vehículo. Y que el blindado en el que iba su hijo no había pasado la ITV, según un informe que la Guardia Civil aporta a la jueza del Togado Militar número 12 de Madrid, Patricia Moncada, a la que relevaron del caso cuando empezó a solicitar más pruebas. 

Una foto de Antonio Carrero Jiménez con sus padres, en el aeropuerto de Jerez, antes de partir a Malí. Fernando Ruso

“Pidió que trajeran el vehículo de Malí a España, pero ahí la quitaron de en medio”, sostiene Angelines. “Ella mismo me dijo que el coche literalmente estaba hecho una mierda: tenía fallos en la dirección, en los frenos y en las ruedas”, afirma la madre.

Nuevos testimonios desmienten la tesis oficial: “Afortunadamente —añade el padre—, los dos compañeros de mi hijo que iban con él en el coche han cambiado su testimonio. Al principio dieron la versión oficial, pero ahora dicen que fue un fallo del chófer debido a la inexperiencia, que no supo controlar el vehículo”.

El seguro no responde

Lo que se relata es importante para el devenir de la historia, al menos de cara a la demanda contra el seguro con el que el Ejército tiene asegurados sus coches: la compañía AIG Europe Limited, con sucursal en España. A la que le piden una indemnización por los daños personales que asciende a 71.884,48 euros para cada uno de los padres del fallecido.

“No es legítimo ni debe considerarse como motivo de exención de responsabilidad achacar la misma a un vehículo no identificado, el autobús de Malí, que de haber tenido existencia real e intervención en el siniestro, se hubiera detenido y hubiera sido identificado; pero lo cierto es que no hay colisión ni identificación de tercero alguna”, argumenta el abogado Fernando Osuna, que representa a la familia del joven.

“Tal alegación por parte del seguro tiene por objeto tratar de imposibilitar a los perjudicados la reclamación, en cuanto es imposible demandar a un seguro desconocido en un país con estructuras judiciales arcaicas como Malí”, sostiene.

El abogado insiste en que es la ley española la que debe aplicarse, dado que así establece el reglamento del Parlamento Europeo relativo a las obligaciones extracontractuales.

También argumenta que, según se establece en el seguro de responsabilidad civil, “todo propietario de vehículos a motor que tenga su estacionamiento habitual en España estará obligado a suscribir y mantener en vigor un contrato de seguro por cada vehículo de que sea titular”. 

Entiende Osuna que el Ministerio de Defensa ocupa en un segundo plano en esta historia. “Ellos han contratado a una aseguradora para que responda ante cualquier accidente, para eso se paga un seguro, para no tener que responder —defiende—; ocurre como cualquiera de nosotros, que ante cualquier daño ocasionado a un tercero, se exime de la obligación de pagar porque eso le corresponde a la compañía con la que suscribe el contrato”. 

“Nosotros no hemos recibido ni un euro por la muerte de nuestro hijo. Ni del seguro ni del Ejército. Y por eso estamos batallando”, advierte Angelines.

"Nos han matado. Nos han quitado la vida de la noche a la mañana", se lamenta Angelines. Fernando Ruso

Una indemnización

La familia Carrero Jiménez tiene dos frentes abiertos. Por un lado, contra el seguro del vehículo en el que iba su hijo. Por otro, contra el Ejército, que considera que la otra indemnización, la que reconoce el Ministerio de Defensa, es para la novia de Antonio. De hecho, según cuentan los padres, ella sí ha cobrado 140.000 euros, por mucho que ellos sigan preguntándose cómo. 

“El dinero se lo han dado a ella. Ni casados ni pareja de hecho, sólo por ser convivientes”, narra Angelines. “Antes de que nosotros supiéramos que nos correspondía una indemnización, ella ya la había solicitado. Y a nosotros el Ejército nos lo ocultó”, completa el padre, que atribuye al padre de la joven, también perteneciente a las Fuerzas Armadas, un trato de favor para hacerse con la indemnización. 

“Mientras que el padre de la chica que vivía con mi hijo pedía el certificado de defunción, mi mujer estaba abrazada al ataúd de mi hijo. El mismo día que llegó el féretro a la base de Rota”, denuncia Antonio. 

Angelines conserva la bandera de España que cubría el ataúd de su hijo. Se la entregó, junto a unas insignias, la por entonces ministra de Defensa María Dolores de Cospedal.

El cuarto del joven fallecido sigue tal cual lo dejó. En el armario están todos los uniformes que el soldado tenía en Malí. También conservan una mochila repleta de libros con los que Antonio se preparaba las oposiciones para ser guardia civil. 

La familia trata ahora de desmontar la relación que su hijo tenía con la joven. “El nombre de ella no aparece jamás por ningún lado, sólo para cobrar los 140.000 euros por ser convivientes”, razona el padre del militar fallecido.

“Ella aportó pruebas circunstanciales que ahora trataremos de rebatir cuando se celebre el juicio, porque miente. Quería el teléfono porque había muchas conversaciones con ella en las que se descubren muchas cosas: que había cierto maltrato de ella hacia él y que mi hijo pondría fin a esa relación cuando regresase a España. Entre otras pruebas, tenemos el email con el que mi hijo solicita a su nombre una vivienda, entendemos que para irse a vivir solo. Ahí reconoce que ella antes de irse le había pegado”.

Gran parte de lo que ahora saben es gracias al teléfono móvil que Antonio llevaba en el momento del accidente. “Quedó hecho una uve, pero conseguimos arreglarlo y poder encenderlo”, asegura la madre. “Por eso ella quería el teléfono”, sigue el padre.

Gracias a ese terminal también han podido saber que el propio Antonio se quejó del estado del Lince en el que viajaba el día que a Angelines y a Antonio les cambió la vida.

Ella vive enlutada desde entonces. Se aferra al negro agarrándose el jersey negro con las manos envueltas en rabia. Y sigue llorando. 

— ¿Quién tiene la culpa?

— El sargento, que no mandó hacer los relevos, que no se preocupó de conocer bien las destrezas y carencias de los militares que servían bajo su mando y que cometió una temeridad. Y el Ejército, que desplegó vehículos que no tenían la ITV pasada

— ¿Cómo es su vida desde ese 18 de mayo de 2018?

—[Antonio]. No hay vida. Ir al cementerio todas las semanas. Hablamos con él. 

—[Angelines]. Nos han matado. Nos han quitado la vida de la noche a la mañana. Ya no hay ilusión. Ni tan siquiera el dinero. Lo que más me duele es que alguien haya negociado con la muerte de mi hijo.

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