Guerra civil del callejero: 50 pueblos 'enemigos' frente a la memoria de Largo Caballero y Prieto
EL ESPAÑOL bucea en los mapas de calles para darle dimensión al debate: medio centenar, situadas por todo el país, podrían sufrir cambios.
5 octubre, 2020 02:50Noticias relacionadas
Con un tecleo rápido en el móvil, y apenas un par de coordenadas, cualquier español puede plantarse en la plaza Indalecio Prieto, en La Coruña. O en la calle La Pasionaria, en Puerto de Sagunto (Valencia). O en la avenida Largo Caballero, en Almería.
Puede que les quede poco tiempo ahí colocadas. Puede que, quizás y en cambio, se queden para siempre. Pero, con la vista puesta en la decisión del Ayuntamiento de Madrid de que tanto Largo como Prieto pierdan su reconocimiento en virtud de la ley de Memoria Histórica diseñada por Zapatero en 2007, de repente asalta la gran duda: ¿ha llegado la guerra civil también a nuestras calles?
¿Cuántas hay en España con los nombres que ahora señalan PP, Ciudadanos y Vox? ¿Dónde se encuentran? ¿Correrán la misma suerte que sus homólogas madrileñas? EL ESPAÑOL bucea en el callejero para darle dimensión al debate: en total, casi medio centenar de calles en todo el país pueden sufrir -o no- el mismo cambio.
Pasionaria, por toda España
Están salpicadas a lo largo y ancho del país, con especial agarre en tres territorios: Andalucía -principalmente-, la Comunidad de Madrid y la cornisa cantábrica. Políticos de los primeros instantes del siglo XX, como los que ha señalado el consistorio dirigido por el popular José Luis Martínez-Almeida, pero también iconos comunistas como Dolores Ibárruri.
Suelen gozar de un reconocimiento vial normalmente aprobado en años posteriores a la Transición, con su espíritu imbuyendo las decisiones.
Pasionaria está presente, especialmente, en el sur. Con su conocido sobrenombre hay placas instaladas en San Luis de Sabinillas, Alameda, Manilva (las tres en Málaga) o El Coronil y en Martín de la Jara (Sevilla), entre otras tantas. Es algo que llama poderosamente la atención, no tanto por el arraigo de las ideas progresistas en Andalucía, sino porque Dolores Ibárruri era vasca de nacimiento.
De hecho, por su nombre real tiene más presencia fuera de esta región -también en su autonomía natal, donde tiene una vía en Bilbao o en Vitoria-. Principalmente, en Madrid, donde desarrolló la segunda etapa de su vida política tras volver del exilio, en 1977, y donde falleció. Hay calles en su honor en Fuenlabrada, Alcobendas, Getafe, Torrejón...
Algo similar sucede con Prieto. Su figura reúne bastante consenso territorial. También está presente en Getafe o Leganés, pero también en Sevilla -y en varios pueblos de la provincia- Alicante, San Sebastián, Oviedo, La Coruña o Bilbao. También salpica varios letreros en pequeños municipios de la provincia de Toledo, Granada o Asturias.
Largo Caballero, por su parte, extiende su figura hasta las Islas Canarias. Aparece por Almería, Añover de Tajo (Toledo), Talavera la Real (Badajoz), Chauchina (Granada), Maracena (Granada), Motril (Granada), El Coronil (Sevilla), Getafe, Culleredo (La Coruña), Viladecans (Barcelona), Santa Lucía de Tirajana (Gran Canaria), Alcobendas o Leganés, entre otros.
Cómo cambiar una calle
Realmente, la única complicación que reúne el poner -o quitar- una calle reside en que el pleno del Ayuntamiento correspondiente tome la decisión. Cada municipio tiene sus normas. En el caso de Madrid, fuentes del consistorio explican a EL ESPAÑOL que el único coste es el de “quitar y poner una placa nueva” -cuyo precio no han querido especificar- si se retira el honor, o esperar a que se abra una calle nueva.
Todo pasa por las Juntas de Distrito, que son quienes recogen las propuestas de denominación -ya sea por parte de ciudadanos particulares por vías oficiales, organizaciones vecinales, o de cualquier otro tipo-. Ellos se rigen por la Ordenanza reguladora de la denominación y rotulación de vías, espacios urbanos, así como edificios y monumentos de titularidad municipal y de la numeración de fincas y edificios. Concretamente, por el artículo 4.
Una vez ellos lo aprueban, tiene que dar el visto bueno la Junta de Gobierno de la Ciudad de Madrid. Y, una vez sale publicado en el Boletín Oficial del Ayuntamiento de Madrid, se procede a su inscripción en el Callejero Oficial y al cambio del nombre de la calle.
Los nombres no se eligen así porque sí. E importan. Mucho. Tanto que, hasta la asignación del nuevo nombre a las vías y espacios urbanos tramitados, se puede asignar una denominación provisionales, “únicamente a los efectos de gestión urbanística”, según la normativa madrileña.
Revisionismo político… sin base
El problema es evidente: ¿se puede mirar con la óptica de 2020 lo sucedido un siglo atrás? ¿Los personajes, los escenarios, lo que se hizo y lo que no? ¿Cómo de determinante es el cuándo, el contexto histórico, para valorar unas actuaciones que son, como todo, poliédricas?
Son cuestiones que no tendrían por qué salir del plano teórico, pero que de un salto se han instalado en nuestra actualidad. En poco o nada afectan al día a día del ciudadano. “Sólo hay una intención política, de pelea por la calle, por el control del espacio público y por el asunto de la memoria”, suspira en conversación con EL ESPAÑOL el profesor de Historia Contemporánea de la UCM Gutmaro Gómez Bravo.
“Esto no tiene interés como tal, es una cuestión simbólica, lo que representa para cada uno”, comenta. El momento político y social que vivimos no puede ser más diferente del que había durante la Transición, donde había un acuerdo para mantener un reconocimiento. Nada más lejos de la España del 2020.
Por eso, para Gómez Bravo, la decisión del Ayuntamiento de Madrid, “desde el punto de vista histórico, es retorcerlo todo por completo. Es lo más sangrante. Sólo se puede sostener desde el punto de vista político”, aduce.
“Se busca generar confrontación y polémica, eso y no se sostiene en los datos. Cualquier libro serio, cualquier fuente seria no puede argumentar ese cambio bajo la ley de Memoria”, indica el experto. “El asunto es que se abra una guerra de arrojarse personajes históricos a la cabeza. Como en América, con las estatuas de Colón”, lamenta.
Al final, se trata del significado que cada uno le da al pasado, pero no tiene nada que ver con la realidad. Está por ver quién es el siguiente… o si ese consenso de hace medio siglo vuelve a poseer a nuestros políticos.