Fernando Simón, a la izquierda, junto a Pedro Sánchez.

Fernando Simón, a la izquierda, junto a Pedro Sánchez. EFE

La tribuna

El segundo e imperdonable gran naufragio de 'Perico' Sánchez con la Covid y del doctor 'Lexatin'

17 agosto, 2020 03:27

Perico Delgado fue un gran ciclista: era trabajador, tenía pundonor y albergaba ansias de triunfo con dosis suficientes para ser inmisericorde con el rival si se trataba de ganar una carrera. Pero Perico adolecía de un gran defecto que marcó su vida profesional. A veces, se despistaba y llegaba tarde. Tras ganar en 1988 el Tour de Francia, una hazaña a la altura del mítico Bahamontes y de Luis Ocaña, el año siguiente se presentó tarde en la salida de la etapa prólogo de Luxemburgo. En una contrarreloj de apenas 7 kilómetros perdió unas decenas de segundos, suficientes para no conquistar por segunda vez los Campos Elíseos.

Perico Sánchez es también laborioso, orgulloso, ambicioso, capaz de pactar con Dios y con el diablo, implacable, incluso cruel, con sus rivales de dentro del partido y más aún con los de fuera. Pero, como le pasó a su homónimo Perico en 1989, se despista, seguramente ensimismado por los aplausos de sus ministros, y llega tarde. Le pasa a veces y, sobre todo, en momentos cruciales para el país.

La diferencia entre Perico Delgado y Perico Sánchez resulta brutalmente abismal en términos de consecuencias: el ciclista perdió la gloria de subirse de nuevo al podio en París, mientras que los retrasos y frivolidades del político en asuntos como la pandemia de la Covid-19 cuestan vidas humanas, ruinas, cientos de miles de empleos, con sus correspondientes desgracias personales y familiares.

Perico Delgado, en el centro, en el podio del Tour de Francia de 1988.

Perico Delgado, en el centro, en el podio del Tour de Francia de 1988. EFE

¿Los retrasos de Sánchez?

¡Para qué recordar lo sucedido entre los meses de enero y marzo pasados! Las sucesivas alertas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) desde los albores de 2020, con su tic-tac ante la presumible llegada del tsunami vírico, fueron recibidas con indiferencia por el Gobierno, con su presidente al frente, siempre secundado por su epidemiólogo de cabecera.

Recordemos sólo cuatro fechas para poner en hora la primera vez que Pedro Sánchez llegó tarde en la lucha contra el coronavirus, con las terribles consecuencias conocidas:

-El 14 de enero, la OMS alerta a la red mundial hospitalaria de un nuevo virus procedente de China.

-El 20 de enero, el Ministerio de Sanidad afirma que la probabilidad de que hubiera contagios por la Covid-19 en España era baja.

-El 27 de febrero, la OMS, tras anteriores alertas, denuncia que de no haber protección adecuada para los sanitarios ni equipos suficientes en los hospitales, España se expondría a una situación muy grave. Semanas antes había aconsejado un aprovisionamiento de material sanitario, como respiradores.

-El 28 de febrero, el ahora famoso doctor Fernando Simón tranquiliza. Según él, todo estaba controlado y el riesgo, delimitado.

Apenas un mes después, el 31 de marzo, en un solo día murieron cerca de 1.000 españoles por coronavirus, con el resultado de un exceso de más de 50.000 muertes por la pandemia en apenas tres meses, de marzo a principios de junio, de las que el Gobierno solo ha reconocido unas 28.000 como oficiales.

Ya sabemos perfectamente qué pasó: el bicho se extendió por España y no había mascarillas suficientes, ni equipos de protección EPI para los profesionales, ni respiradores, ni guantes; pese a los miles de millones gastados en el mercado persa mundial de la desesperación.

Pedro Sánchez, en la rueda de prensa posterior al último Consejo de Ministros antes de las vacaciones.

Pedro Sánchez, en la rueda de prensa posterior al último Consejo de Ministros antes de las vacaciones. ADP

Pero como agua pasada no mueve molino, olvidémonos de aquellos meses de muertes y de caos sanitario y gubernamental. Ahora, en la segunda quincena de agosto, estamos sobre el mismo escenario de coronavirus, menos dramático, sí, pero presidido por la misma tónica gubernamental, con medidas tardías y mal tomadas.

¿La frivolidad de Sánchez?

Pedro Sánchez pasará a la pequeña historia de la política, además de por no mirar a los ojos de sus contendientes, por numerosas frases fuera de lugar. La primera, en lo referido a la crisis de coronavirus, la pronunció cuando el país seguía en estado de alarma: el pasado 3 de junio, desde la tribuna del Congreso de los Diputados, sacó pecho y levantó la voz para decir “lo digo alto y claro, ¡viva el 8-M!”. Una provocadora afirmación a sabiendas de que aquellas manifestaciones masivas, en el momento más febril de los contagios, incidieron en la extensión de la infección y se tradujeron en un número de muertes indeterminado.

Su segunda ocurrencia verbal bailando con el lobo del coronavirus es más próxima. Sucedió el pasado 4 de julio y dejó a una parte de la sociedad en shock. La otra, la entendió en términos de barra libre. Después de haber tenido confinada, paralizada y agazapada a España entera desde el 14 de marzo hasta el 21 de junio, fecha ésta en la que se levantó el estado de alarma, el presidente del Gobierno animó al público en general a echarse a la calle.

Todos a la calle, a disfrutar de la nueva normalidad. Ese día, el 4 de julio, cuando 200.000 habitantes de Lérida capital y su comarca habían sido confinados ya, Sánchez habló de nuevo con una frivolidad a prueba de fieles y de votos: “Ahora que está habiendo rebrotes, me gustaría decirle a la ciudadanía que no baje la guardia pero que no se deje atemorizar por el miedo, hay que salir a la calle, disfrutar de la nueva normalidad recuperada”.

Se había ganado la guerra, aunque comenzaban a surgir rebrotes por toda España. ¡Si lo decía el presidente del Gobierno, que por seis veces consecutivas había ampliado el estado de alarma para todo un país, en asfixiantes y difíciles plazos de 15 días, tendría que ser verdad! Nada de dejarse atemorizar por el coronavirus. Sol, playa, cubatas, discoteca y turistas.

Un mes y medio después del señalado 4 de julio, en España vuelve a haber 4.000 contagios al día, casi la mitad de la cifra récord alcanzada el 20 de marzo, con 10.851 contagios por jornada. Francia, con 20 millones de habitantes más, apenas sobrepasa los 2.000 contagios diarios.

Carmen Calvo, durante la manifestación del último 8-M en Madrid.

Carmen Calvo, durante la manifestación del último 8-M en Madrid. EFE

Este pasado sábado, Tui, una de las touroperadoras más grandes del mundo, anunció que cancelaba todos los viajes a España. Sus clientes mayoritarios proceden de Alemania, país que aporta 10 millones de turistas al año con destino a las costas españolas.

Esto en términos económicos se traducirá en un tercer trimestre nefasto, con una bajada del PIB que, sin llegar a la histórica caída del 18,5 del segundo trimestre de 2020, será escalofriante para las arcas españolas. Tan vacías que tiritan en pleno agosto. Ni subida en V, como anunció la ministra María Jesús Montero, ni con la forma de la lámpara de Aladino, que prometía Nadia Calviño. La magia en economía no existe. El peor de los escenarios se ha cumplido: nos hemos quedado sin turistas, pero con mucho coronavirus. No lo han traído de fuera, pegado a sus euros, sino que nos hemos contagiado patrióticamente, estimulados por la ineficacia del Gobierno central y la complacencia de los gobiernos autonómicos.

Simón, el doctor Lexatin

Cuando Pedro Delgado se presentó en el punto de salida para disputar la etapa prólogo del Tour de 1989, José Miguel Echevarri, el director del equipo ciclista, comenzó a gritarle “Sal, sal ya, sal”, recuerda Delgado 31 años después.

El equivalente a Echevarri en la crisis del coronavirus sería el sabio doctor Fernando Simón. ¿Acaso Simón gritó a Sánchez cuando el presidente, el 6 de marzo, animó a los españoles a echarse a la calle, todos juntitos, en las manifestaciones del 8-M? Toda España recuerda cómo el epidemiólogo, en rueda de prensa el mismo 7-M, volvió a repetir que la epidemia estaba bajo control y que, si le preguntaba su hijo si podía manifestarse el día siguiente, él le diría que hiciera lo que quisiera. O sea, sí.

¿Recordará Sánchez alguna reprimenda de Simón por sus apreciaciones sobre el coronavirus? No. Al contrario. El pasado viernes, con 3.000 positivos diagnosticados el día anterior, el director del Centro de Coordinación de Emergencias y Alertas Sanitarias, quitó hierro a la cifra y la calificó como “una subida suave”. Pues ya tenemos 4.000 diarios. Y subiendo. Tan suave que cada vez son más los gobiernos de otros países que coadyuvan a sus compatriotas para que no viajen a España.

La frivolidad de Sánchez sólo la supera el doctor Simón, que en vez de un apellido evocando al vino cabría ponerle uno más médico, Orfidal o Lexatin.

El director del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón.

El director del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón. Efe

La antología de frases banales del epidemiólogo, también un gran trabajador, cuya entrega es incuestionable, no cabría en un día de tuits. Ya se estrenó el 14 de marzo, el día de la declaración del estado de alarma nacional: “Los primeros días (de confinamiento) pueden ser incluso ¡divertidos!, pero tenemos que ser conscientes que van a durar 14 días”. ¿Divertidos? También se equivocó en los 14 días.

Pues ahí sigue Simón, mantenido por Sánchez. El efecto sedante, opiáceo, del portavoz sanitario le viene bien a la gestión política del presidente del Gobierno.

En el debe de S&S (Sánchez y Simón) está su incapacidad, su impericia o su tacticismo para concienciar a la sociedad en general, y en especial a los jóvenes, de la perniciosidad y peligrosidad de la Covid-19, sin distinción de edades.

Sin spot publicitario

Un ejemplo: el 29 de junio se emitió un spot publicitario sobre la operación salida de coches por el verano. Se sabía que habría menos movimiento que otros años. Pero el director general de Tráfico, Pere Navarro, se empeñó en rodar el anunció y eligió el Palacio de Hielo, la morgue que había albergado cientos de féretros con muertos por el coronavirus. Con un mensaje muy directo: “Este país no puede soportar más muertes. Extrema las precauciones”. Se trataba de rebajar los 215 muertos en accidentes de tráfico del feliz verano de 2019.

¿No habría tenido más sentido utilizar este anuncio, o hacer otro con esta índole preventiva, con los patines de Javier Fernández o con Rafael Nadal fallando una volea, contra los previsibles contagios por coronavirus y sus fatales consecuencias? Había 50.000 razones como 50.000 féretros que justificaban un anuncio alarmante. Pero no convenía políticamente.

Si Pedro Sánchez está dispuesto realmente a cambiar –aunque el burro siempre tira al monte, dicen en La Mancha-, debería empezar por nombrar director del Centro de Coordinación de Emergencias y Alertas Sanitarias a Pere Navarro. Pero, por favor, que no funcionen las puertas giratorias y designe a Fernando Simón responsable de la DGT. Más que nada, lo digo por mis amigos de aseguradoras como la Mutua o Mapfre.

Pere Navarro, en la DGT.

Pere Navarro, en la DGT. EFE

Pero ahí seguimos, distraídos con asuntos importantes pero no tan letales como el coronavirus en términos de vidas y economía: que si dónde está el rey emérito, que si Felipe VI debería someterse una vez al año al control del Congreso de los Diputados, que si la caja B de los ejemplares. ¡Menudos ejemplares los jefes de Podemos!

Por cierto, hablando del Gürtel, ¿dónde está Pablo Casado? El desaparecido líder del PP debería evitar un regreso bronceado en su reaparición. Porque el líder de la oposición es el único que no puede desaparecer y descansar en España con la que está cayendo.

En realidad, al único que le salen las cuentas es a Alberto Núñez Feijóo: mayoría absoluta, con Galicia a rebosar, gracias a su buen tiempo, a su buenas cifras de contagiados y al no depender del turismo internacional. Y ahí sigue, saliendo en televisión, con la mascarilla puesta. A un gallego nunca hay que perderlo de vista.

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