Si al fundador de Rodilla y sus imbatibles sándwiches de pollo al curry le dicen en la Nochebuena del año 1939 que su célebre cafetería iba a servir para despedir al director de la agencia oficial de noticias Efe, que tantos servicios prestó a la dictadura, seguramente no habría dado crédito.Hace apenas siete días, el reputado periodista y presidente de la agencia, Fernando Garea, descolgó el teléfono. La llamada provenía de Moncloa. Le citaban en una de aquellas famosas cafeterías para comunicarle su destitución.

Aquella conversación fue, desde luego, bastante distinta a la otra que mantuvo apenas unos cuantos meses atrás, cuando le propusieron para el cargo.

En esta ocasión, y a diferencia de la anterior, al otro lado de la línea se encontraba el secretario de Estado de Comunicación, Miguel Ángel Oliver, y no la vicepresidenta primera del Gobierno, Carmen Calvo. El mensaje era claro y la localización, también. Garea y Oliver se verían en una accesible cafetería madrileña, en uno de los núcleos al norte de la capital: el Paseo de la Castellana.

Allí, donde nace una de las calles con más renombre de España, se sitúa uno de los negocios más clásicos de Madrid. Una marca de renombre, que se encuentra revitalizada tras haber sido comprada una gran empresa y plena expansión, con un origen familiar muy pegado a la villa madrileña: Rodilla.

Tras la guerra civil

Los sándwiches de Rodilla, su producto estrella e insignia, fueron, en realidad, el plan B de un emprendedor proveniente de Guijuelo (Salamanca). Antonio Rodilla Rodríguez, siguiendo con la tradición ganadera de su lugar natal, fundó en 1939, justo al término de la guerra civil, un despacho de embutidos en una mítica plaza del Madrid de la época.

Era la Nochebuena de 1939, la primera con Franco ya establecido tras la sublevación contra la República y la instauración del régimen dictatorial. Pero por Callao — el enclave elegido por Antonio Rodilla, que por el momento contaba con treinta años, para inaugurar su nuevo negocio— ya corría el olor de los pasteles, de los fiambres y del pan que elaboraba en su obrador, de unos sesenta metros cuadrados.

El primer establecimiento de Rodilla, en la madrileña plaza del Callao. Rodilla

El horno se situaba en el sótano, tal y como detalla la escritora Carmen Santamaría, especialista en la historia de Madrid, en su libro Balcones, caminos y glorietas de Madrid. De ahí brotaba, expandiendo al aroma por toda la Gran Vía, la clave del éxito que encumbraría al empresario salmantino.

Para el nombre no hubo duda alguna: el apellido familiar. La fórmula fue sencilla: un rótulo que presidiera la puerta, grandes ventanales y expositores y la descripción de todo lo que ahí se vendía. También helados, otra de las líneas de negocio que se exploró.

Pan de molde frente al tradicional

Pero Antonio Rodilla se encontró con un inconveniente. A los madrileños de la España de la posguerra no les interesaba, de ninguna de las maneras, el excedente de los embutidos que él expendía. Especialmente, de aquellos que vendía en barra, como el jamón.

Así, y con la idea de aprovechar al máximo la materia prima con la que contaba, “Antonio Rodilla decidió vender sus productos en forma de sándwiches, con un pan muy suave y ligero, inspirado en el pan inglés”, afirman desde la empresa.

Lo cierto es que ese matrimonio formado por un pan diferente, blando y altamente resistente al paso del tiempo, más barato en una época de alta escasez, de la mano de diferentes rellenos —jamón, queso, ensaladilla. Todo muy tradicional— amasó una popularidad brutal, que hizo que se convirtieran en la comidilla de la ciudad.

El producto, al final, no difería en demasía de los bocadillitos que se sirven en las casas británicas a la hora del té y por el que toma el nombre el tipo de pan de molde, o pan lactal. Su primer gran éxito fue el de ensaladilla, que aún continúa como superventas de la marca, y que lanzó en los años 50.

Lugares históricos para la expansión

Cuentan las crónicas de la época que Rodilla se planteó la expansión del negocio, pero con calma. Antonio Rodilla había dado con la clave y se estaba haciendo de oro, aunque fuera con un único local. Tardó varias décadas en hacerlo. Tanto, que le pilló la Transición de por medio.

En 1972 abrió la sucursal de la calle Princesa. Y, después, le tocó el turno a un nuevo Rodilla, el tercero, en la zona de Orense, al norte de la capital. Más tarde se extendería por todo Madrid y, finalmente, daría el salto a otras provincias españolas.

Los locales escogidos buscaban perseguir las zonas más castizas, más madrileñas, con un público devoto de esos sándwiches. Pero con lo que nadie contaba era que el patriarca fallecería prematuramente, en 1983, con el negocio boyante y en plena consolidación.

Primeras expansiones de la marca. RODILLA

 

Construcción y crisis

Antonio Rodilla se había casado y había tenido tres hijos: Bernardo, Antonio y Ana. Junto a ellos instauró el concepto de fast food: en el sector se les considera los pioneros de este tipo de restauración en nuestro país. Con el despacho de sándwiches, principalmente para llevar pero también con la construcción de barras en sus locales para que los clientes pudieran hacer una parada rápida e ingerir uno de sus emparedados.

Bernardo y Antonio tomaron las riendas de la empresa familiar tras el fallecimiento del patriarca. En los 90 deciden pasar de la manufacturación artesanal de sus bocadillos al modelo de franquicias, con lo que conllevaba la elaboración de sus rellenos de manera industrial: lo hicieron a través de la constitución de la empresa Artesanía de Alimentación. En 1995 se firma la primera franquicia, en la calle Goya de la capital. También comienza la expansión por otras ciudades.

Pero los herederos del fundador decidieron diversificar. Los hermanos hicieron su incursión en otro tipo de negocios. Pusieron el ojo en el sector de la construcción e inmobiliario. Y, como cualquier trato de este tipo durante la crisis de los noventa, salió mal. Lo arrasó todo.

La tercera generación de 'Rodillas' ahora se dedican a otros sectores, según ha podido comprobar EL ESPAÑOL: alguno de los nietos del salmantino Antonio Rodilla se dedica a la arquitectura; otros, a los negocios; también a la consultoría, e incluso varios de ellos al periodismo o a la producción de contenidos audiovisuales. Todos comparten recuerdos infantiles en los obradores, donde habitualmente se ganaban algún dulce, pero, en la actualidad, sus derroteros profesionales discurren por caminos bien alejados de los sándwiches.

Cuando los hermanos decidieron dar un paso más en su negocio y adquirir, en el año 2007, dos empresas cafeteras —entre ellas Café de Indias, la cadena líder de cafeterías en Andalucía— para continuar su apuesta para tostar y producir su propio café, no previeron el sobreesfuerzo económico que les supondría con la llegada de una nueva crisis económica.

Así, y como tabla de salvación, el Grupo Damm entró en 2012 en la compañía. La familia aún mantenía buena parte del accionariado. Todo cambió en 2014: los Rodilla venden las participaciones que les quedaban sobre la empresa y se desvinculan por completo. En la actualidad, y desde hace más de un lustro, no queda ni rastro de la familia en la gestión de la empresa.

El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, inaugura la placa conmemorativa de Rodilla en su 80 aniversario.

Sándwiches castizos

Los Rodilla son casi una religión para muchos de los habitantes de Madrid. Suelen dividirse en dos equipos: los del sándwich de ensaladilla frente a los que prefieren el de pollo al curry.

La identificación de la ciudad con los triángulos de bocadillos es tal que el Ayuntamiento quiso conmemorar a la cadena de restaurantes con una placa en su 80 aniversario, en diciembre de 2019. Actualmente, el grupo cuenta con un total de 163 restaurantes en España y 2.250 empleados.

“En este local (1939) abrió el primer establecimiento Rodilla. 80 años formando parte de la vida y la cultura gastronómica de los madrileños”, rezaba la señal, que forma parte de la céntrica plaza del Callao. Quizás ahora, en 2020, deba instalarse otra placa. Esta vez en el restaurante del Paseo de la Castellana. Desde luego, porque no es común que nadie sea despedido allí… y menos un alto cargo designado por el Gobierno.

Noticias relacionadas