Sevilla en primavera te abraza como una amante perezosa. Te embriaga de jazmines y te obliga a elegir entre Sevilla y Triana, el Sevilla o “er Betis”, entre la verónica de Morante y la puerta frente al Guadalquivir que se abría para El Juli por séptima vez. Disparan los confidenciales: “Rosario Domecq, el mejor talismán para El Juli en la plaza de Sevilla”. Sevilla y sus 3.000 viviendas (¿alguien las contó alguna vez?). Sevilla que anunció esta semana que abrazará a las nuevas estrellas Michelin 2019, el día que murió Franco, que no sabemos si entonces seguirá en el Valle o se habrá mudado a El Pardo. Me da a mí que su traslado depende de los pactos, también. Mayte Carreño nos lo contó en el Real Alcázar y alli estuvieron Ángel León y Paco Morales. No dejen de visitar Noor que cierra en verano cuando los calores cordobeses arrecian. El entusiasmo de Paco es contagioso.

Una hora después en el Hotel Colón, el de Pérez-Reverte y su ciclo de literatos para la Fundación Caja Sol que capitanean Antonio Pulido y comunica Rosa Santos, se presentó el séptimo número de “el periódico” -que no revista- de Toros y Toreros dirigido por Antonio J. Pradal. El arquitecto Carlos Manzano, y Jaime González Castaño, presidente de la Peña Antoñete (en la que milito) hicieron los honores para el trabajo, espectacular, del fotógrafo Aitor Lara (Barakaldo 1974).

Morante de la Puebla no se quedó, se hizo un selfie de camisa floreada y se marchó conduciendo su “mercedaco” negro todo camino, razones tenía. “Lo perfecto no tiene explicación” titulaba Antonio Lorca su crónica: “Quién quiera ver como toreó Morante a la verónica que vea las imágenes. Lo perfecto no tiene explicación”.

Minotauro, diseñada con la maestría de Fernando Gutiérrez, ya lleva tres años entre nosotros. Coleccionarla, como el saber, ocupa lugar, pero compensa. En la presentación escuchamos a Paco March, “nuestro hombre en Polonia”, que desgranó las desdichas de un taurino en Barcelona. “Antes la Casa del Libro tenía los libros sobre tauromaquia escondidos... pero ahora, ahora no, ahora los tiene en la sección de Bricolage”. El descojone fue general.

Antes la Casa del Libro tenía los libros sobre tauromaquia escondidos... pero ahora, ahora no, ahora los tiene en la sección de Bricolage

Coincidimos que ahora ser aficionado es ir a la contra y que la tauromaquia no es cultura en estos días de pactos discretos sino contracultura. Manda carajo que ser aficionado implique un posicionamiento político. Lo que hay que ver. Lo bien visto, lo políticamente correcto, en estos tiempos en los que la Salvia edulcora y el azúcar mata, es declararse en público antitaurino. Anti. Ser taurino es ser antiguo. Que como dice Joaquín Sabina “lo mejor de los antitaurinos es que son razonables” y que lo que necesita la tauromaquia es ser explicada (porque es muy difícil de entender y de invocar) y no defendida.

Lo políticamente correcto, en estos tiempos en los que la Salvia edulcora y el azúcar mata, es declararse en público antitaurino. Anti. Ser taurino es ser antiguo

Querido lector, ávido de alimento, estas son las recomendaciones del cronista que no sabe si come para escribir o escribe para comer. La tortilla al whisky (¡Sí, han oído bien!) de la Bodeguita Las Columnas, casi esquina con el Hotel 1800 y sus vistas de La Giralda, andamiada, pero regia. Apunte las espinacas con garbanzos de El Rinconcillo, fundado en 1670 casi con la calle Alhondiga. Digo yo que algo tendrían que ver el almacen de cereales y la taberna más antigua de la ciudad. Los jereces de Taberna Manolo Cateca y las discusiones taurinas a favor y en contra del presidente que fue tacaño con el rabo de mi tocayo Roca Rey. Mira que nos desgallitamos porque queríamos que la infanta Elena se desmelenara y aplaudiese al peruano (¡22 años señores!) al abrir la Puerta del Príncipe. Pero nada oye, habrá que esperar a Las Ventas, esa plaza dura, en la que se torea sin música, que hace todo lo posible porque no triunfes pero que si lo consigues te eleva más alto que el pirulí.

Las almohadillas de La Maestranza, fuente de ingreso para la Cruz Roja Española

Las almohadillas de La Maestranza, fuente de ingreso para la Cruz Roja Española

No me fallen con la poesía. En la heladería Creéme, frente al Museo de Bellas Artes, con sus patios ajazminados de helechos magnum, el artesano Antonio Chami vende un helado Antonio Machado de chocolate con naranja. Basta una cuchara para pensar en “aquellos días felices, y ese sol de la infancia”.

Sevilla es de ponerse tibio de comer y beber. De no sentarse. De homenajearse de pie. Con la croquetas de Casa Ricardo, en cuya televisión siempre, verano o invierno, se proyectan vídeos con los pasos de semana santa. Y se grita. Se vocea la ensalada de tomate con melva y se disfruta la Cruzcampo defendiéndose a empujones del agresor que quiere acercarse para que el camarero le escuche.

“Si tu te vas, si tu te vas”, como cantaba Rafael Amador en el Blues de la Frontera (mejor álbum del año 1987) al frente de Pata Negra, “yo me quedo en Sevilla”. Cuando la canto con el fogón bajo dorando la cebolla, siempre le pregunto a mis chiquillos. “¿Hasta cuando?” Y los chicos, disciplinados, sin entender ni mucho ni poco, de mis emociones, contestan por turnos, “Hasta el final, papá”.