A veces me despierto con la sensación de que mi vida entera es un bar de mala muerte donde siempre llego tarde, el taburete está cojo y el camarero me mira como si le debiera dinero. Y quizá tenga razón. Uno pasa media existencia tropezando, cayendo, dándose contra puertas que solo estaban ahí para recordarte que la estupidez es un músculo que nunca se atrofia.

Equivocarse… joder, si te soy sincero, he sido un profesional del error. Lo he cultivado con disciplina militar, como quien pule un vicio caro. La gente se cree que acertar es cuestión de talento, de luces, de inspiración divina. Pero no. Acertar es la resaca después de una noche de derrotas. Acertar es ese momento en el que, de puro insistir, te das cuenta de que la pared contra la que te estampas cada día empieza a agrietarse.

La mayoría vive escondida detrás del miedo al fallo. No quieren equivocarse porque la hostia duele, porque deja marca, porque hiere más el orgullo que la piel. Pero la verdad —la única que merece un trago de whisky honesto— es que equivocarse es obligatorio. Es el impuesto que pagas por intentar algo que no sea vegetar en silencio mientras la vida se te escapa por debajo de la puerta.

Yo he cagado decisiones. He apostado mal. He confiado en quien no debía. Me he engañado a mí mismo porque era más cómodo que mirarme al espejo. Y aun así, cada error me dejó una cicatriz que hoy funciona como brújula. No es sabiduría, no es iluminación. Es pura supervivencia. El cuerpo aprende a no meter la mano dos veces en la misma trampa. La mente, con suerte, también.

La gente exitosa —esa que posa en las revistas con sonrisa de anuncio— suelta discursos de autoayuda que huelen a ambientador barato. Te venden la mentira de que todo es cuestión de mentalidad positiva. Pero Bukowski lo dijo mejor que cualquiera: “A veces, levantarse ya es suficiente acto de rebeldía.” Pues eso. Levantarse. Volver. Intentar otra vez. Tropezar mejor.

Porque la verdad es esta, escrita sin maquillaje ni metáforas de coaching:
Acertar no es un premio. Es una consecuencia. La consecuencia de equivocarte muchas veces sin rendirte.

Así que, si te has pegado otro batacazo, si acabas de meter la pata hasta el fondo, si sientes que hoy vuelves a ser el idiota del bar al que nadie invita a la siguiente ronda… enhorabuena. Estás en el sitio correcto. Estás donde empieza todo lo que importa.

Acertar viene después. Siempre viene después.
Lo demás son cuentos.