Hubo un tiempo en que las mejores calas no estaban en Google Maps. Te las contaban en voz baja, con cierto recelo, como si compartirlas fuera traicionar a algo que va más allá, que no nos pertenece.

Lugares que se descubrían con paciencia, con curiosidad, con ganas de perderse.

Hoy, antes de reservar un vuelo, ya tenemos la lista de los “10 rincones secretos que no te puedes perder” en tu ciudad de destino recién descubierta en Instagram. Secretos con mil reseñas en TripAdvisor. Recomendaciones que se repiten en reels, TikToks, stories y mapas colaborativos. Rutas trazadas antes de poner un pie en el destino.

La globalización de la información ha democratizado el acceso a datos que hasta ese momento se quedaban entre los que estaban en tu círculo. Lo desconocido ya no lo es tanto. Basta un hashtag para encontrarlo todo: qué ver, dónde comer, qué evitar, cuál es la mejor hora para que no haya gente (spoiler: siempre hay gente).

Y con esta sobreexposición, llega la turistificación. Lo que era un paisaje natural se convierte en escenario. Lo que era una experiencia íntima, se convierte en checklist. Las Dolomitas ya no son solo un paraíso alpino, ahora son el fondo perfecto para un carrete bien editado con efecto vintage.

El viaje deja de ser exploración para convertirse en ejecución. Un “ir para poder contar que estuviste”, más que un “ir para vivirlo”.

Una forma de entender el turismo que se ha trasladado a todas nuestras formas. De buscar, de hablar, de filtrar, de decidir.

El acceso libre a la información es un hito, pero cuando sobreinformación reemplaza la curiosidad y el criterio, algo se diluye. Se pierde el matiz, la sorpresa, el hallazgo casual.

Quizá el reto hoy no sea encontrar calas escondidas, sino aprender a buscar de otra forma. Ir más allá de lo que recomiendan los algoritmos, dejar un poco de espacio para lo no planeado, preguntar a ese que hace tiempo sentado en una acera y lleva toda la vida en el pueblo.

Y tal vez, a no publicar cada rincón que descubrimos. Para que, al menos algunas veces, lo secreto siga siéndolo, al menos un rato más.

Lili Lorenzo 

Lili Lorenzo es consultora en estrategia digital y project manager digital, experta en marketing estratégico y posicionamiento de marca. Seis años como autónoma, más de 70 proyectos en puestos de decisión y dos empresas propias autofinanciadas a sus espaldas; con 34 años recién cumplidos. Tiene un objetivo como directora de Acto Voltaje: inyectar en empresas tradicionales todo lo aprendido durante más de una década entre negocios digitales, sin dependencias del algoritmo ni costes insostenibles en publicidad. El branding y el talento como pilares de marketing estratégico. Hacerlo bien, hacerlo raro, hacerlo imborrable.