Fotografía: Nuria Prieto

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Un edificio proa en la calle Historiador Vedía de A Coruña

La tipología de edificio proa, común en el racionalismo coruñés, presenta varios ejemplos a lo largo de la ciudad. El número 36 de la calle Historiador Vedía, obra de Tenreiro y Estellés, es un proyecto interesante que, aunque profundamente alterado, aún permite comprender su estética y su contexto social.

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En la película Laura de Otto Preminger (1944), el retrato de Gene Tierney es capaz de crear una ilusión basada en el recuerdo. La imagen de Laura, una joven aparentemente asesinada es objeto del enamoramiento y la obsesión de quien investiga el crimen. La belleza y el enigma se diluyen a través del rostro de Tierney que sirve de argumento y objeto. Y es que la imagen, detenida en el tiempo y envuelta de algo desconocido es capaz de convertirse en motor de historias y en creadora de mundos. La historia de la arquitectura define imágenes icónicas, fotografías o dibujos que descansan en las páginas de los libros y se reproducen una y otra vez creando un relato en torno a sí mismas.

Pero la arquitectura no es una imagen, incluso aquellas que se pueden percibir a través de esta. La arquitectura requiere experimentar el lugar, sentir la relación entre la escala del espacio y la propia persona, la luz, el color, la temperatura o el sonido. Estos parámetros crean una fenomenología en torno al lugar o al edificio, es decir, una lectura personal y atmosférica de la arquitectura. De alguna manera, la percepción fenomenológica de un edificio, es la ilusión que gira en torno al retrato de Laura, suma de misterio y, si se trata de una magnífica obra, belleza.

Y si bien “la belleza no hace feliz al que la posee, sino a quien puede amarla y adorarla” (Herman Hesse), su percepción permite un acercamiento a un estado de alegría. Es la experimentación de esta la que permite leer su aportación positiva al mundo y a la historia. Aunque Emerson puntualizaba que “aunque viajemos por todo el mundo para encontrar la belleza, debemos llevarla con nosotros para poder encontrarla”, es decir, algo tiene que abrirse en quien desea comprender una obra de arquitectura. Laura, Gene Tierney, representa una belleza inmarcesible, quizás porque era imposible de encontrar, porque ella y su personaje eran un enigma.

Fotografía: Nuria Prieto

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Pero la belleza de un edificio se borra con frecuencia, y es el observador el que tiene que hacer el esfuerzo por encontrar en la imagen perdida la lectura de su pasado, la expresión de la obra original. Una mirada triste pero no nostálgica, que busca obtener la percepción de una obra antes de una severa transformación. Se trata de un ejercicio de indagación, que conduce a una interpretación parcial, ya que la obra de arquitectura se percibe en su estado actual, sin embargo, al igual que la persecución de una obsesión, esa pequeña pieza del puzle es necesaria para formar la mirada contemporánea.

La Calle Historiador Vedía

El edificio de viviendas que forma la esquina de la calle Historiador Vedía con la calle Palomar, es una obra en la que se puede ver fácilmente el paso del tiempo. Este edificio se integra en un conjunto de alto valor arquitectónico, en el que el número 36 es obra de Antonio Tenreiro y Peregrín Estellés. Todo el conjunto fue construido en una etapa histórica compleja, entre los años 1937 y 1940, en plena guerra y posguerra. La escasez de materiales y el contexto social definían una coyuntura muy compleja en el sector de la construcción, pero más aún en el ámbito arquitectónico. La estética de la arquitectura somatiza la situación social, el lenguaje de las obras se vuelve silencioso, escueto y sencillo, una forma de comunicarse similar a la que muestra el director Victor Erice en la película El espíritu de la colmena.

El número 36 de la calle Historiador Vedía, es una obra que recuerda tipológicamente a otros proyectos de Tenreiro y Estellés en la ciudad, especialmente aquellos que se encuadran dentro de los ‘edificios-proa’, como el situado en la calle Galera con la calle Torreiro. El edificio original contaba con tres plantas y bajo y una composición simétrica respecto de la arista de la esquina. Esta arista se convierte en el argumento de proyecto. Cuando el lenguaje arquitectónico se limita debido al contexto social, el proyecto se centra en elementos sencillos priorizando la funcionalidad y el silencio para integrarse en la ciudad.

Fotografía: Nuria Prieto

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Edificios que se transforman

El edificio proyectado por Tenreiro y Estellés utiliza el lenguaje racionalista, pero lo reduce a una expresión sencilla: rompe la arista con la introducción de un hueco, incorpora balcones curvos que acentúan el dinamismo y plegadura de la fachada en el encuentro con las medianeras. La fachada incorpora cierto movimiento, propio del racionalismo, pero se asienta con realismo en el tejido urbano. La distribución de huecos introduce un ritmo irregular pero con el mismo tamaño de carpinterías, que se ejecutan en madera con apertura de guillotina. En ciertos puntos se unen dos huecos creando un par de ventanas que se pliegan creando una apertura singular. El contraste de las plegaduras de la fachada con la curvatura de los balcones define un volumen dinámico que se acentúa con el esgrafiado de líneas horizontales. La estructura del edificio es de hormigón armado, lo que permite que la fachada se componga de esta forma, eliminando el pilar en la esquina y abriendo huecos en lugares que un muro de carga impediría.

Fotografía: Nuria Prieto

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“Al abogar por un edificio que transforma su fachada en un conjunto de ámbitos capaces de albergar una actividad, se sugiere un usuario con capacidad para ‘amueblar’ también esa habitación exterior. […] El grado de relación con el exterior que forma el dominio de la casa es una buena manera de definir su calidad. Disfrutar de este espacio no debería estar reñido con construir ciudades bellas” Xavier Monteys, Pere Fuertes. La casa collage

Pero la estructura de hormigón permite también ampliar el edificio con dos plantas más, no únicamente la normativa. Sobre la estructura preexistente se armó una nueva estructura de elementos lineales: vigas y pilares, que construye un prisma sobre él anulando la tipología en proa al desarrollar un voladizo de grandes dimensiones sobre la esquina. El edificio adquiere homogeneidad a través del color, pero en él puede verse la diferencia entre el proyecto original y su ampliación.

Fotografía: Nuria Prieto

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El romanticismo de la ciudad contemporánea

Hay un verso de Lord Byron que sirve de fin a la última adaptación cinematográfica de la novela de Mary Shelley Frankenstein o el moderno Prometeo: “El día se arrastra, aunque las tormentas impidan el sol; y así el corazón se romperá, pero vivirá roto”. La idea de la pervivencia está presente en el romanticismo de una manera nostálgica, dolorosa que también se refleja en el Ozymandias de Percy Shelley. Pero esta emoción basada en la reflexión contemplativa de la realidad pervive en la imaginería popular al contemplar transformaciones desafortunadas. Porque la construcción de la ciudad no se detiene frente a un corazón roto, frente a la quiebra de su estética o su identidad. La ciudad pervive a pesar de romperse una y otra vez como resultado de la acción humana. Quizás su imagen no sea la deseada, pero lejos de la obsesión, la ciudad desvela sus enigmas y muestra que es tan humana como quienes la habitan.

Fotografía: Nuria Prieto

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