El hospital de la Caridad de A Coruña (vía Balmis.org)

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El hospital de la Caridad de A Coruña

En A Coruña hay edificios con historia y otros que albergan historias. Ambos narran la biografía de la ciudad, pero el Hospital de la Caridad obra del arquitecto Fernando Domínguez Romay, fue una obra singular y significativa que formó parte de la ciudad entre 1797 y 1960

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La ciudad no es solo una imagen, aunque muchas veces el recuerdo de ellas sea una postal abandonada de un cajón. Una postal es solo una fotografía de un lugar: a veces de un monumento, otras simplemente una vista desde la distancia, pero en algunas ocasiones, la imagen elegida es el reflejo de las emociones que transmite ese lugar. Es entonces, cuando la imagen se confunde con un concepto que, desde una perspectiva personal, significa la esencia de la ciudad. La arquitectura no es solo imagen, sino que construye el lugar y sirve de soporte a su historia. Un conjunto de postales permite leer, con cierta nostalgia, una imagen de la ciudad, pero no comprender sus transformaciones, su herencia o su estética.

“Cuando Walt Whitman contemplaba las vistas democráticas de la cultura, trató de ver más allá de la diferencia entre belleza y fealdad, importancia y trivialidad. Le parecía servil o relamido establecer distinciones de valor, salvo las más generosas […] Nadie se inquietaría por la belleza y la fealdad, supuso, su se consentía un abrazo lo bastante amplio de lo real, de la heterogeneidad y vitalidad de la efectiva experiencia estadounidense” Susan Sontag

Sontag describe los Estados Unidos de Whitman como un espacio ideal que la historia termina por hacer real. Y es que cuando la imagen se describe, se enriquece con matices y crea un modelo de la percepción real. Por eso, el relato histórico acompaña la mirada sobre la imagen de la ciudad, para que las emociones de quienes la habitaron en el pasado no se queden detenidas en su tiempo. La forma de la ciudad, sus huellas y cicatrices resultan del conjunto de cambios históricos. O como afirmaría Whitman ‘el corazón del ser humano se encuentra donde está su mente cuando fantasea’, uniendo la emoción con el lugar.

via Balmis org

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En A Coruña, las transformaciones que llevaron la ciudad desde el antiguo régimen a la modernidad han dejado una huella permanente. El traslado de la industria fuera de la ciudad, la ocupación de áreas con clima más duro o simplemente más alejadas, la llegada de nuevos transportes, de tecnología, determinaron una nueva forma de pensar de sus habitantes y poco a poco el cambio provocó un nuevo escenario. Una de las zonas de la ciudad que más se han transformado es el barrio de Zalaeta, ya que en esta zona se encontraban numerosas fábricas, así como algunos equipamientos hoy en día desaparecidos.

El hospital de la Caridad

El hospital de la Caridad es uno de los edificios desparecidos que se encontraban en el barrio de Zalaeta y que determinaron la actual forma del barrio. Este conjunto fue fundado en el siglo XVIII, cuando el rey Carlos IV da permiso en 1790 para que la Congregación del Divino Espíritu y María Santísima de los Dolores. Pero no solo fue el permiso real el que determinó la construcción del hospital, sino también el empeño personal de Teresa Herrera (1712-1791), cuya preocupación por los más necesitados, así como la donación de sus bienes en 1789 para esta labor permitieron que la inauguración del hospital fuese una realidad en 1794. Este edificio fue proyectado por el arquitecto Fernando Domínguez Romay, quien fue también arquitecto municipal de la ciudad y también responsable de las obras de urbanización que se ejecutaron en torno al año 1782. El Hospital no era solo un centro sanitario con los medios disponibles en aquel momento, sino que se trataba de un hospital para los más desfavorecidos combinado con un hospicio y una inclusa. Hasta aquel momento el único centro de este tipo era el Hospital Real en Santiago de Compostela.

“Si son cortos mis bienes, es infinita la bondad De Dios para atraer limosnas a esta obra de caridad, la más consoladora y meritoria que puede practicarse en el mundo.” Teresa Herrera, palabras del acta de donación de bienes.

El conjunto se encontraba sobre la manzana formada por la calle Hospital, avenida de Zalaeta, calle Tren y calle Disciplina, en la que también se encuentra el Instituto Ramón Menéndez Pidal, aunque la ocupación del hospital dibujaba una huella diferente a la disposición actual del trazado urbano. El terreno del hospital se extendía hasta llegar al vértice inferior del Campo de Marte formando un conjunto de calles irregulares hacia la calle Tren. Esta morfología irregular era debida a los trazados previos de la zona y a la organización funcional del hospital que respondía como era común en aquel momento, a la tipología de patios. En la actualidad un nuevo Hospital puede presentar diversas organizaciones ya que la tecnología permite que el aire interior sea saludable en todo momento, así como recorridos optimizados y otros sistemas que derivan de las nuevas tecnologías hospitalarias, pero en el siglo XVIII la ventilación y la iluminación natural eran recursos fundamentales para contribuir a la cura o el cuidado de los pacientes de forma adecuada. La tipología de patios, por lo tanto, era muy común, ya que permitía la ventilación cruzada, así como iluminación natural y una organización de recorridos efectiva y sana.

Vuelo americano

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La biografía de un edificio

En el año 1797 comenzó a funcionar dando asistencia a los pacientes con tres médicos, siete enfermeros y un capellán. Aunque el programa era de uso sanitario, el conjunto mezclaba varias actividades, por una parte, era un hospital para desfavorecidos con una parte destinada a residencia, pero por otra contaba con hospicio y un departamento de maternidad en el que existía el conocido como ‘cuarto de los partos secretos’. En este espacio, diferenciado según los recursos de la mujer atendida, se practicaban partos sin registrar el nombre de la paciente, sino que se utilizaba un código numérico para garantizar el anonimato. El hospital colaboró también con la expedición de Balmis, incluyendo a 18 niños y niñas de la institución que junto con 4 más formaron el grupo de 22 niños que llevaron la vacuna de la viruela a América en 1803 con la enfermera Isabel Zendal.

El edificio, proyectado por el arquitecto Fernando Domínguez, era una obra modesta, con cuerpos robustos de mampostería revocada de blanco intercalada con remates, esquinas y huecos de sillería. Este tipo de construcción con muros de carga que combinaban la mampostería con la sillería, con forjados de madera, eran muy comunes en las arquitecturas de carácter monumental o aristocrática. La cubierta del edificio se resolvió con teja. La sillería situada en las zonas más delicadas del edificio dibujaba una fachada ortogonal, ordenada y rígida, solo interrumpida por los pórticos de acceso que se significaron con dos pares de columnas neoclásicas impostadas a cada lado del acceso. Sobre las columnas se disponía un friso con motivos geométricos. La planta baja del edificio absorbía compositivamente el desnivel de las calles, sobre ella, la planta primera al igual que la anterior incorporaban ventanas sencillas a haces exteriores con recercado de piedra. La planta segunda presentaba huecos de mayor tamaño con ventanas balconeras a haces exteriores y apertura francesa. La carpintería era de madera, y las defensas de las ventanas balconeras de forja, con motivos decorativos tradicionales.

El hospital, de aspecto sencillo, con tipología y construcción habitual para su época se mantuvo en funcionamiento hasta mediados del siglo XX, siendo derribado en 1960. Tras su desmantelamiento algunos elementos decorativos fueron llevados a la Casa Cornide, por entonces propiedad de la familia Franco. El nuevo hospital fue trasladado fuera de la ciudad a Mazaido-Bens, el nuevo centro obra del arquitecto Jacobo Rodríguez-Losada Allende fue inaugurado en 1996.

La ciudad continua

La ciudad no siempre se construye a través de decisiones resultantes de la reflexión, sino que en muchas ocasiones parten de necesidades directas u oportunidades que encuentran el momento indicado para hacerse realidad. No existe improvisación, pero sí agilidad y reflejos en su materialización.

Via Balmis org

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“Quizás lo que mejor caracterice la condición urbana contemporánea sea una transformación de las ciudades tan profunda como la experimentada en el periodo de surgimiento de las sociedades industriales en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX. En el año 1950 solo un tercio de la población habitaba en ciudades. En 2014 por primera vez en la historia de la humanidad la mayor parte de la población del planeta habita en ciudades y las estimaciones apuntan que en 2050 lo hará cerca del 70%” José María Ezquiaga

La condición urbana y sus grandes equipamientos transforman la forma en la que se percibe la ciudad en cada momento. El filósofo Emanuele Coccia analiza en sus últimas publicaciones la idea de metamorfosis, explicando que el mundo no es un conjunto de elementos dispersos, sino que habitamos un proceso en el que la materia existente es única, lo que configura una única vida compartida, sin principio ni fin, que transcurre durante siglos y no pertenece a nada ni nadie. Quizás, su aplicación en la construcción de la ciudad aterrice esta tesis en la idea de la ciudad continua, una sin principio ni fin, la misma que en realidad pertenece a todos aquellos que alguna vez la habitaron y en realidad a nadie.