Foto: Nuria Prieto

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Vivir frente al mar en A Coruña: una Casa de Estanislao Pérez Pita y Jerónimo Junquera

A finales de la década de los setenta el arquitecto Estanislao Pérez Pita y su pareja, se despertaron frente a una playa tras una noche de acampada. El lugar resultó ser tan magnético que decidieron construir allí una casa para el verano siguiendo la mirada de la arquitectura tradicional gallega

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Una casa frente al mar. Parece una premisa romántica, y quizás en el fondo lo sea cuando al pronunciar esas palabras, en la memoria se dibuja una casa, un mar y una atmósfera que emana de la conciencia. Pero ¿qué casa? Una que atraviesa el sueño para construirse en tierra firme, mirando siempre hacia una línea horizontal (a veces) azul e infinita. La historia de la arquitectura alberga entre sus líneas magníficas obras que miran al mar, tantas que la lista parece no tener final. Y si en el interior son las montañas, los valles o los ríos los que crean la plasticidad del soporte con el que trabaja el proyecto de arquitectura, en el mar, su abstracción lineal y su temperamento salvaje arrancan todos los apoyos posibles dejando a la obra de arquitectura en su definición más pura: el cobijo del ser humano frente a la naturaleza.

Federico García Lorca definía el mar en uno de sus poemas como “el Lucifer del azul, el cielo caído por querer ser la luz”. Trabajar con la luz es una forma poética de describir el proceso de un proyecto de arquitectura, en el que, a pesar de la lírica define cierta realidad. La línea del mar construye una abstracción, pero la luz se convierte en materia de trabajo y en apoyo plástico entre las manos del arquitecto. Pero Lorca terminaba su poema con unos versos con los que cualquier arquitecto podría trabajar: “…y el hombre miserable / es un ángel caído. / La tierra es el probable / Paraíso Perdido”. Así que, quizás proyectar una casa frente al mar no sea otra cosa que un pequeño refugio en un paraíso perdido.

Las casas frente al mar se convierten, con el paso del tiempo, en seres con personalidad. Suelen adquirir un nombre propio si no lo tienen, y terminan por formar parte del paisaje de tal manera que sin ellas es lugar se percibiría incompleto. La villa Malaparte (A. Libera. Capri, 1937), la Roiba (R. Vázquez Molezún. Bueu, 1967), la Casa Ugalde (J.A. Coderch, M Valls. Caldes d’Estrac, 1953) , la villa Mache (I. Xenakis, Amorgos, 1966) o la casa Victoria (O. Tusquets y L. Clotet. Pantelleria,1972-1975), son excepcionales ejemplos de intervención en el borde litoral. Sin ellos, el lugar se percibiría de una manera completamente distinta, alejada de la mano del ser humano. La vida de ser humano sobre la tierra es breve frente a la presencia de la naturaleza, pero en ese pequeño periodo de tiempo el refugio se convierte en necesidad. Pero en esta condición inevitable para la supervivencia de la vida aparece la cultura como expresión intrínseca. Así la construcción en el hábitat es una acción estética porque nace de una lectura cultural del mismo. 

“Puesto que lo bello — sea animal o cualquier otra cosa compuesta de algunas —no solamente debe tener ordenadas sus partes sino además con magnitud determinada y no al acaso — porque la belleza consiste en magnitud y orden —, [...] como en cuerpos y animales es, sin duda, necesaria una magnitud, más visible toda ella de vez, de parecida manera tramas y argumentos deben tener una magnitud tal que resulte fácilmente retenible por la memoria” - Mateo Calle Vera

Foto: Nuria Prieto

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La ciencia de lo bello, como al definía Alexander G. Baumgarten, tiene una componente de experimentación propia de todo procedimiento científico. El empirismo estético construye una experiencia que es utilizada como herramienta de proyecto, el ensayo-error aparece entre lo objetivo y lo subjetivo. La aparente liquidez de esta herramienta la hace flexible, desarrollándose en paralelo a la materialidad fluida y oscilante de la luz como elemento de proyecto. Construir frente al mar parte de la aceptación de la abstracción como condición determinante de la estética, y la adaptación a la luz y la memoria del lugar.

Foto: Nuria Prieto

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Una casa en la playa

En Galicia, un territorio construido en gran medida por la fuerza perseverante del Atlántico, la luz y la memoria del lugar determinan el lugar tanto como el propio soporte topográfico. El lugar se convierte así en la evocación de un paraíso perdido, aquel en el que aspira habitar el ser humano, o al menos en el que obtener cobijo. Hace varias décadas el arquitecto Estanislao Pérez Pita (1943-1999) encontró en la población coruñesa de Corrubedo un lugar para ser habitado. Entre 1977 y 1983 desarrolló junto con su socio Jerónimo Junquera el proyecto y la construcción de una pequeña vivienda unifamiliar frente a la playa de Ladeira.

Pérez Pita fue no solo un arquitecto muy notable, sino que además fue director de la revista Arquitectura COAM entre 1977 y 1980 y crítico de arquitectura para el diario El País en la década de los ochenta. Entre sus obras destacan las viviendas en Palomeras sureste (Vallecas, 1982), Fundación José Ortega y Gasset (Madrid, 1985), la biblioteca pública Manuel Alvar (Madrid, 1986), Centro de alto rendimiento y escuela de vela en Santander (1990) o la Escuela de ingenieros industriales de Badajoz (1997), todas ellas en colaboración con su socio Jerónimo Junquera. Muchos de sus trabajos fueron reconocidos con el Premio Nacional de Arquitectura en 1994 y 1997.

Foto: Nuria Prieto

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Su pensamiento va más allá del proyecto arquitectónico, sino que es interpretativo y crítico, lo que proporciona una gran herramienta en la compresión del lugar, su memoria, sus abstracciones y materialidad. Pita conocía Galicia, ya que su familia procedía de Padrón. Fue en un viaje con Gloria García Lorca, su esposa que decidieron acampar frente a la playa que hoy se encuentra la casa. Al despertar el paisaje debió desvelarse como una escena sublime.

Sobre este lugar comienza en 1977 el desarrollo de un proyecto sencillo y mínimo, una vivienda de verano para el arquitecto y su familia. Situada frente a la playa de Ladeira, en la convergencia de las rías de Arousa y Noia se dispone un volumen de seis metros de ancho y nueve de largo en planta. Los vientos soplan de forma constante en la zona, pero la casa se encuentra en un punto ligeramente protegido por las dunas de arena que de forma natural construye la propia playa. La casa sigue la tipología tradicional de la casa gallega, un volumen rectangular con cubierta a dos aguas, que también incorpora los materiales vernáculos: muros de piedra y cubierta de teja plana. El volumen permite crear una planta baja y un “faiado” habitable. Tal y como indica el arquitecto en la memoria, es precisamente este elemento propio de la arquitectura tradicional el que reinterpreta añadiendo un prisma que sobresale para aumentar la galería en esquina.

De esa forma la galería se convierte en un elemento capaz de captar la luz, pero también de calentar la casa de forma equilibrada mediante la generación del efecto invernadero que se ve contrarrestado por la ventilación puntual a través de la galería. La idea del faiado como secadero o almacén de grano y fruta, se trabaja como un espacio sobre el que reflexionar desde una mirada contemporánea y un uso ligeramente transformado. “El faiado seca la casa los meses en los que no se habita” indica el arquitecto en la memoria, por lo que mantiene el concepto funcional de la tipología tradicional, pero al mismo tiempo se convierte en un espacio que alberga un dormitorio, un aseo y un espacio de estudio. La planta baja es un espacio flexible en el que las tres habitaciones pueden abrirse creando un espacio único abierto al comedor-estar, tras ellas, en la fachada de acceso se ubican el baño, una pequeña cocina y la escalera.

Fotografías vía arquitecturadegalicia.com

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La construcción de la casa sigue el criterio de la arquitectura tradicional. Los muros de carga de la casa se ejecutaron en mampostería de piedra local, sobre los cuales se dispone la estructura de la cubierta, formada por tres cuchillos de madera. La transición entre ambos elementos se realiza a través de mechinales situados a casi un metro de la coronación para evitar su contacto con el exterior. Bajo el cordón inferior de la cerca se colocan las correas sobre las que se coloca la tabla de eucalipto que conforma el forjado. Los huecos, a excepción de la galería en esquina, respetan en ritmo y las proporciones de la arquitectura tradicional. La casa ha sido ligeramente transformada para adaptarse al paso del tiempo, y es que fue una casa de verano, pero poco a poco se fue consolidando como una vivienda de estancia prolongada.

La luz que penetra en la casa

Una casa frente al mar, una casa para el verano. Hay conceptos envueltos del romanticismo de una ensoñación que, sin embargo, nacen de una profunda comprensión física del lugar. El mar crea una abstracción, pero en ella, como en el arte contemporáneo que trabaja dicha forma de expresión, la atmósfera que transmite es capaz de construir una emoción muy sencilla, pero a veces poderosa.

Foto: Nuria Prieto

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“La ventana daba al mar y a veces había una isla a lo lejos…Muchas veces no hilaba; miraba el mar y me olvidaba de vivir. No sé si era feliz. Ya no volveré a ser aquello que quizás nunca he sido” - Fernando Pessoa

Mirar el mar, puede ser una imagen sublime, especialmente un día de tormenta. Hacerlo desde una ventana, representa la presencia del umbral y, por tanto, del refugio. Desde ese marco, la lluvia, el sol o el viento se convierten en transformaciones estéticas de una mirada sobre el mar, pero es la luz la que crea la atmósfera porque penetra en el espacio. La luz pertenece a la casa porque el mar no puede hacerlo, sus habitantes ya son parte del lugar.