La casa de Enrique Sabio de A Coruña, una obra de Antonio Tenreiro Brochón

La casa de Enrique Sabio de A Coruña, una obra de Antonio Tenreiro Brochón Foto: Nuria Prieto

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La casa de Enrique Sabio de A Coruña, una obra de Antonio Tenreiro Brochón

La casa es una obra de arquitectura muy singular. En manos de un buen arquitecto esta se convierte en un artefacto al servicio de la vida. Construida en Ciudad Jardín en 1953, esta obra del arquitecto Antonio Tenreiro muestra la modernidad del hábitat en tiempos convulsos

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La casa es la obra de arquitectura más difícil. No es la técnica, tampoco la tipología o el uso los que describen su complejidad. Es el tiempo. Habitar la casa no es solo ocupar un espacio, de mayor o peor calidad, sino establecer una relación de simbiosis con el lugar que esta configura. Como indicaba el arquitecto John Hejduk en sus memorables ‘Oraciones sobre la casa y otras oraciones’, “la respiración de una casa es el sonido de las voces en su interior”. Una de tantas oraciones que crean una mirada humana sobre la casa, y la percepción de que esta no es otra cosa que un organismo vivo. Una vivienda es más que un lugar donde vivir.

“Les preguntó: ‘¿qué es lo que hacen?’ El primero respondió: ‘estoy ganándome la vida’. El segundo dijo: ‘estoy labrando piedra’. El tercero añadió: ‘estoy construyendo una catedral’. Sólo el último reconocía realmente el significado conjunto de su tarea en el contexto de las aspiraciones humanas, así como de las capacidades del material. Solo él vio más allá de sus intereses personales o de los problemas técnicos inherentes a trabajar con la piedra” Hassan Fathy, Construir como un acto espiritual, 1978

La casa muestra la forma en que sus habitantes se relacionan con el lugar. Originalmente la composición de una vivienda obedecía a parámetros tradicionales, es decir, un conjunto de normas socialmente aceptadas según el momento. Así se puede estudiar de forma clara la casa egipcia, la casa griega o la casa romana, como modelos estandarizados con una organización específica. Pero con el paso del tiempo, y especialmente con la llegada de la modernidad, los modelos se fueron adaptando a las necesidades de sus habitantes. La casa se volvió un organismo diverso, capaz de mutar y transformarse de infinitas formas para dar servicio a la sociedad.

La llegada del Movimiento Moderno cuestionó muchos de los dogmas que establecían la morfología de la vivienda. Las funciones esenciales permanecían intactas, pero se reformulaba su materialización. Dormir, comer, cocinar, estar, son acciones habituales dentro de la casa, pero muchas costumbres se han sofisticado y otras tantas han perdido protocolos que las hacían extremadamente rígidas. La aparición de nuevas formas de comunicación como la radio, la televisión o internet dentro del ámbito doméstico, junto con el progreso de las instalaciones como abastecimiento de agua, electricidad o calefacción, completaban la morfología tradicional que apenas contaba con ventilación, saneamiento y una arcaica fuente de calor.

Foto: Nuria Prieto

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“Una de las razones para usar insistentemente la palabra ‘casa’ con preferencia a ‘vivienda’ es la identificación que el término establece con sus ocupantes […] en demasiadas ocasiones, las imágenes de interiores domésticos que se muestran en las publicaciones de arquitectura parecer rehuir, de manera sistemática, la presencia de la gente y sus enseres; como si estos interiores ya estuvieran completos, sin necesidad o, si cabe, sin posibilidad, de ser amueblados y de ser habitados.” Xavier Monteys, Pere Fuertes, Casa collage 2001

La casa moderna presenta la dualidad entre la imagen y la vida. La imagen de la casa vacía, solo para ser contemplada no es, en realidad, arquitectura, sino un conjunto de espacios abstractos con mayor o menos valor poético. La casa es en sí el lugar en el que tiene lugar la vida. El movimiento moderno cuestiona muchos aspectos de esta condición, pero en ocasiones termina cayendo en los dogmas tradicionales de la imagen a pesar de la vanguardia de su lenguaje y morfología. La casa Tugendhat o la villa Saboya, a pesar de ser iconos de la modernidad, fueron fotografiadas sin sus habitantes. El arquitecto austriaco afincado en EEUU Richard Neutra acompañaba habitualmente al fotógrafo Julius Schulmann en sus reportajes para evitar que este diese una imagen excesivamente doméstica de sus obras, sin embargo, a pesar de retirar ciertos objetos y evitar la presencia de personas, sí quería que apareciese la naturaleza en relación con su obra.

Pero los traumas, si son reales, hacen retroceder a la frivolidad y agitan la estética de forma indiscriminada hasta dejarla en aquello que define su esencia. Por ello en las sociedades de posguerra la mirada sobre la casa cambia. Esta ha de ser segura, y vuelve a la esencia que la creó, ser un refugio frente a los peligros de la naturaleza, el clima y los depredadores. La casa como refugio solo puede concebir una imagen en la que el ser humano está presente, porque su función es la de proteger algo o a alguien. Quizás por ello, en el movimiento moderno de la posguerra, mundial o española, la arquitectura es más próxima a la mundanidad de la vida. La escasez de materiales, de tecnología y de mano de obra también motiva una imagen humilde pero ingeniosa. Las casas de la posguerra española como la Casa Huarte (Corrales y Molezún, 1967), la Casa Ugalde (José Antonio Coderch, 1951, La Ricarda (Antoni Bonet i Castellana, 1949) o la Roiba (Ramón Vázquez Molezún, 1967) podrían ser buenos ejemplos de esa vivienda que es una casa porque quien la habita convive con ella, no dentro de ella. Su imagen no es la de una obra fría y estética, sino que en ellas es fácil imaginar (y ver en fotografías) a sus habitantes disfrutando del espacio.

Foto: Nuria Prieto

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La Casa de Enrique Sabio

En A Coruña, algunas casas destacan por su proximidad a quien la habita. Este es el caso de la vivienda que Antonio Tenreiro Brochón (1923-2006) proyecta para Enrique Sabio Sánchez en Ciudad Jardín. Proyectada en 1953 (según la fecha de la memoria), y construida en los años siguientes, esta casa es un icono de la modernidad coruñesa, pero también una obra de gran calidad arquitectónica que tras años de abandono ha sido magníficamente rehabilitada (por la arquitecta Irene Campo) recuperando su esencia original. La vivienda de Enrique Sabio se sitúa entre los números 37 y 39 de la calle Virrey Osorio, en una parcela que ocupa parte de la esquina de la manzana formada por esta vía y las calles Eduardo Dato y Valle-Inclán. La casa se sitúa en una posición elevada respecto a la calle conciliando las diferencias de cota que forman las calles. Tenreiro dispone el acceso a la parcela en la calle Virrey Osorio, donde la diferencia de cota es menor para así dar a la casa mayor altura y proporcionar un espacio aprovechando la diferencia de cota.

En la memoria, Tenreiro indica que el terreno es de buena calidad y está formado por roca granítica, esta condición es un motivo más para que la casa se adapte al terreno en lugar de intentar realizar algún tipo de transformación. La ocupación total de la construcción es de aproximadamente 400m2. La adaptación al terreno es tal que la altura de la edificación, aunque alcanza los 10m se percibe como mucho menor. Con un presupuesto de 540.000 pesetas, la casa comenzó su construcción en la década de los cincuenta con soluciones constructivas muy sencillas: estructura de hormigón armado, muros de ladrillo en fachadas y particiones, y cubierta revestida de pizarra. Una peculiaridad interesante es que la cubierta, según indica Tenreiro, está formada por una losa de hormigón, y no mediante una solución constructiva más sencilla que abarataría el presupuesto si bien, no le permitiría realizar el juego de planos con el que cuenta la casa.

Foto: Nuria Prieto

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La distribución de la casa es ingeniosa, y con apenas un par de gestos se crea una forma de habitar cercana pero moderna. La planta es casi rectangular, pero de ella parte un brazo hacia un lateral para incrementar el espacio del salón, mientras que la pieza del despacho se adelanta y uno de los dormitorios se retrasa para significar la secuencia de movimientos hacia el acceso que está formado por un hueco extraído en el punto de contacto entre el salón y el despacho. Estos dos usos: despacho y salón constituyen los espacios que se vinculan a lo público, mientras que el vestíbulo organiza el acceso al resto de estancias de la casa. El fondo perspectivo de dicho acceso es la escalera que comunica las plantas. La casa cuenta con cinco dormitorios, así como todos los usos auxiliares al espacio de vivienda como cocina, despensa o aseos. Resulta muy significativo que Tenreiro dibuja un piano en el espacio del salón, un elemento que sirve para dotar de escala al espacio que parece mayor en la planta que en la percepción real ya que las proporciones del volumen de la casa son equilibradas. El juego de planos de la cubierta sirve para articular la fragmentación de los volúmenes, y crear un cierto dinamismo casi cubista.

Imágenes via ARG

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Materiales y planos que se ensamblan

La materialidad de la casa acompaña a su escala y fragmentación, en ella se combinan la piedra y los enfoscados de tal manera que su ensamblaje sigue el juego de planos que se puede ver de manera más clara en la cubierta. Las aristas en esquina, la chimenea y las fachadas ubicadas fundamentalmente a norte se revisten de piedra careada, mientras que el resto están resueltas con un revoco blanco. El volumen emerge así mismo sobre un zócalo de piedra más bruta y remates de hormigón. Destaca especialmente el tratamiento de las ventanas del salón, donde los huecos se marcan mediante unas costillas verticales que crecen en sección a medida que aumenta la altura y que contribuyen a sostener el voladizo superior. Este voladizo resulta necesario para proteger el espacio de estar de la incidencia del sol durante los meses de verano. Los huecos del salón no permiten la salida directa al exterior, pero sí el gran hueco del comedor que da hacia una terraza. A pesar del uso de materiales tradicionales como la piedra y el revoco blanco, Tenreiro decidió enmarcar las ventanas con un recercado de hormigón, en un gesto deliberado de mostrar la modernidad y establecer un movimiento cubista en el plano de un conjunto de huecos que, además en el caso del salón son de proporción cuadrada. Los accesos desde el exterior al zócalo inferior utilizan el mismo juego que las costillas que sostienen el voladizo, solo que en este caso dibujan el recercado o una pequeña marquesina.

En una casa así, siempre hay pequeños detalles que hacen vibrar a la obra. La lámpara situada en el acceso de la vivienda es un prisma en forma de diamante doble que remite al cubismo. También destaca la antigua protección del acceso mediante un esqueleto de hormigón sobre el que se insertaba una malla metálica sobre la que crecería la vegetación. Este elemento era una composición de líneas rectas, salvo una pequeña curvatura en la esquina superior. Los recercados de las ventanas con la visera que parece estar emergiendo del plano de fachada como si se tratase de una protección móvil, son piezas de hormigón con una componente plástica determinante en la composición de planos que dotan a la casa de dinamismo. Todos estos elementos contribuyen al movimiento de la casa que vista desde su fachada posterior parece una casa tradicional más porque no se percibe el juego de volúmenes de manera deliberada, aunque el movimiento se intuye al observar con calma la pieza de acceso anexa que parece empujar la casa hacia delante saliéndose de la parcela.

Foto: Nuria Prieto

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Nada que añadir. Nada que quitar

El escritor Antoine de Saint Exupéry decía que alguien dedicado al mundo del diseño “sabe que ha logrado la perfección no cuando no hay nada que añadir, sino cuando no hay nada que quitar”. La casa alude a la esencia de la vida, pero no una cualquiera, sino a aquella de los que la habitan. Por ello, todo aquello que sus habitantes no quieran en su vida no estará en la casa, en ella solo se encontrarán aquellas cosas que sean necesarias. Los motivos para esa necesidad no son siempre funcionales, sino que existe una condición psicológica que lo determina.

“La casa es el acontecimiento moral por excelencia. Antes de ser un artefacto arquitectónico es un artefacto psíquico que nos hace vivir mejor de lo que la naturaleza nos permitiría. Es el esfuerzo por adaptarnos a nuestro entorno y viceversa, una forma de domesticación mutua entre las cosas y las personas. Es la prolongación de lo que empezamos a hacer cuando nacemos: construir una intimidad con cuanto nos rodea. Por eso coincide con el ‘yo’, y nos muestra que para decir ‘yo’ necesitamos a los otros.” Emanuele Coccia, Filosofía de la Casa

La Casa es la propia vida que se materializa físicamente como huella de las emociones humanas más autobiográficas. La esencia de las personas a través del lugar que las envuelve, las protege y las identifica con el lugar.