Foto: Nuria Prieto

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Plazuela de los Ángeles 4 de A Coruña: un edificio con una fachada que cambia

Construido en 1868 por José María de Noya sobre las ruinas de una edificación preexistente, el edificio ocupa una parcela muy pequeña. Pero la obra no fue definitiva, sino que en 1926 fue ampliada y modificada por Leoncio Bescansa.

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Hay lugares tranquilos. Espacios que, tanto en la ciudad como en la casa son capaces de crear un lugar amable y armónico. La arquitectura dibuja y construye este tipo de lugares, en los que la vida transcurre de manera relajada. Su construcción no solo depende del uso, sino también de un conjunto de discretos planteamientos definidos en el proyecto que son capaces de disponer el contexto necesario para que dichas emociones se desarrollen. La composición, la materialidad, el tratamiento de la luz, la escala o la proporción se insertan en el proyecto de manera natural, y no de manera protésica, es decir, forman parte de la idea que se esconde tras la génesis del proyecto:

“En la casa de verano, el profesor era el primero en levantarse. Al rayar el alba, acostado todavía en una cama estrecha, yo iba siguiendo con atención, inmóvil, los movimientos del profesor en el piso de abajo. […] Yo dormía en la biblioteca, justo encima del vestíbulo. Al amanecer, me llegaban los ruidos amortiguados a través del entarimado de debajo de la cama, como si treparan por los viejos polares y las paredes de madera.” - Masashi Matsuie, La casa de verano

Cuando se describe un lugar, pocas veces se utilizan términos técnicos. La primera aproximación es siempre la emocional o la descriptiva, pero siempre desde parámetros perceptivos. Los sonidos, la forma en la que tiene lugar el amanecer en uno u otro lugar, el recorrido de la luz… crean una narración del lugar ajustada a la realidad perceptiva. El primer contacto con la arquitectura es fenomenológico.

Las formas tradicionales, aquellas que acompañan la memoria crean un espacio reconocible que se percibe como algo próximo, pero también atávico. El conjunto de contradicciones que se pueden encontrar en un sencillo paseo por la ciudad, describen la complejidad del hábitat, y definen una manera de vivir. Por ello quizás, esos espacios que se perciben como lugares tranquilos, no son otra cosa que lugares fácilmente comprensibles en los que no se aprecia artificiosidad, prótesis o elementos extraños. Comprender el lugar es una de esas labores biográficas, que cada persona realiza de manera autodidacta. Y es que comprender el origen propio tiene una componente identitaria y emocional que relaciona las propias acciones con la biografía personal y ayuda a comprender el vínculo entre persona y lugar.

“Los poemas no perduran como objetos, sino como presencias. Cuando lees algo que merece recordarse libreras una voz humana: devuelves al mundo un espíritu compañero. Yo leo poemas para escuchar esa voz. Escribo para hablar a quienes he escuchado.” - Louise Glück

Louise Glück definía una estrecha relación del recuerdo a través de la forma en la que los actos creativos perduran. En este sentido, el arquitecto Juhani Pallasmaa establecía una misma lectura a través de la percepción del espacio en la cual definía la arquitectura como “una extensión de nuestros recuerdos (…) y de nuestra imaginación”. Porque los fragmentos de recuerdo, al recomponerse se tejen a través de la imaginación. La ciudad se convierte así en una construcción fenomenológica, en la que el recuerdo se lee a través de la propia experiencia.

Foto: Nuria Prieto

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Una obra en la Ciudad Vieja

En la ciudad vieja de A Coruña, la arquitectura de carácter tradicional crea un espacio reconocible, con una traza casi inalterable ya que se ha consolidado a lo largo de los siglos. Pero algunas obras muestran más que otras su vínculo con el lugar, en parte por su posición, en parte porque el uso del lenguaje tradicional y de aquellas formas de componer una obra con él se acercan más a la arquitectura del recuerdo. El edificio de viviendas situado en la Plazuela de los Ángeles 4 ocupa una posición singular en el acceso a la ciudad vieja, ya que da cierre frontal a una de las manzanas. Su ubicación la posiciona como fondo perspectivo de una de las principales calles de acceso al casco antiguo.

Este edificio fue construido por José María de Noya en 1868 sobre las ruinas de una construcción antigua. Si bien inicialmente la obra se plantearía como una rehabilitación, termina siendo una construcción nueva que respeta las trazas y la composición de la tradicional. La organización del nuevo volumen, si bien sigue la traza existente necesita de un nuevo criterio estructural, para lo que Noya decide disponer dos crujías en paralelo a la medianera de tal manera que estas den cierre al conjunto, y permitan, al mismo tiempo abrir el centro del volumen para dar mayor flexibilidad en la organización de la planta ubicando el núcleo de comunicaciones en el centro. Esta organización permite liberar la planta de tal manera que tan solo es necesario disponer de un patio central al que ventilarían un dormitorio de cada planta y un aseo, el resto de las estancias pueden ser exteriores. Cada vivienda está compuesta por cuatro habitaciones (una de ellas al patio), comedor, cocina con despensa y aseo. El fondo de la parcela es tan pequeño que el aprovechamiento se realiza de forma óptima.

Foto: Nuria Prieto

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Una fachada muy cambiada

El exterior del edificio es lo más peculiar, ya que, aunque la obra inicial es de José María de Noya, se realizaron varias modificaciones posteriores, la primera de ellas a cargo de Leoncio Bescansa Casares en 1926, a la que siguió otra modificación más radical. La obra proyectada por José María Noya estaba formada por tres plantas y bajo, en los que esta se organizaba en torno a tres franjas verticales, siendo la central el doble que las laterales, de tal manera que las que se encontraban en los extremos incorporan un hueco sencillo, mientras que en el centro se situaba una galería solo en la segunda y tercera planta, pero no en la primera. En la planta primera los huecos se cerraban con un balcón, mientras que en la segunda y tercera con galerías sencillas. La fachada de la casa seguía el tratamiento de la arquitectura tradicional, con muros de mampostería revocada exteriormente con cal dejando las aristas vistas, así como los recercados de las ventanas.

En 1926, el ayuntamiento concede licencia para ampliar la edificación, a través de un proyecto de Leoncio Bescansa, que dota al edificio de una planta más produciendo una modificación muy singular. Esta planta se configura a través de una morfología amansardada y resuelta con zinc, una solución muy poco común en aquel momento en A Coruña, pero muy habitual en ciudades como París. Sin embargo, y a pesar de la singularidad de esta solución, la obra fue permitida, creando una imagen más cosmopolita que se ve reforzada con la incorporación de una barandilla de protección que continúa la composición de las galerías. La cubierta tipo mansarda se completa con tres huecos en forma de buhardilla. También se introduciría otra modificación, y es que la galería de la segunda planta se desliza, apareciendo también en la primera planta, algo que no resultaba muy común entonces.

Las fachadas laterales se prolongan como proyecciones de la envolvente principal, siguiendo un tratamiento similar en el que se incluyen dos buhardillas en la planta superior, y se mantiene el ritmo de huecos de la fachada principal. La riqueza ornamental de la fachada reside en el trabajo de las carpinterías de madera así como en las defensas de forja, en las que los elementos geométricos dibujan formas abstractas y ricas. Las buhardillas se rematan con pequeños frontones completando la composición.

Foto: Nuria Prieto

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Poesía, discurso y arquitectura

Hay quizás, arquitecturas tranquilas, aquellas que, con pocas pretensiones consiguen transmitir emociones de armonía y relajación. Una pequeña parte de esa emoción reside en la imaginación que ha creado un recuerdo. La ciudad construida es un soporte que se recrea en la memoria a través de las emociones:

“Eugenio Montale cita a un jesuita italiano del siglo XVII quien dijo que ‘la poesía es un sueño soñado en presencia de la razón’. Es una definición muy bonita, y uno podría invertirla; podríamos decir que la poesía es discurso en presencia de un sueño. Discurso es inteligencia, conocimiento del mundo (…) No obstante, la poesía no es discursiva: va más allá: la poesía existe por unos cuantos momentos mágicos; sin esos momentos mágicos no hay poesía” - Adam Zagajewski

El discurso de la arquitectura es el que define la complejidad de la ciudad. La arquitectura no es un sueño, sino un discurso complicado que se articula a través de las emociones de la sociedad y su interpretación del hábitat. La existencia de determinados lugares en la ciudad va, como la poesía, más allá de la propia disciplina que la construye. Se sustenta en la memoria y la imaginación de sus habitantes que no son seres apáticos, sino que pueden ser erráticos, pero en esencia son emocionales, algo que se refleja en el lugar que habitan. Los lugares tranquilos, los lugares emocionantes, existen porque sus habitantes comprenden su arquitectura, y quizás, a partir de ese momento, ya forman parte de su memoria.