Foto: Nuria Prieto

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El Caserón de San Agustín antigua sede del ayuntamiento de A Coruña

El Caserón de San Agustín fue la última sede del gobierno municipal antes de la construcción del actual Palacio de María Pita. Anexo a la iglesia de San Jorge, es una interesante obra desaparecida que explica las mutaciones de la ciudad a lo largo del tiempo.

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En la película, ‘La Juventud’ (Paolo Sorrentino, 2015) el personaje interpretado por Michael Caine se pregunta “qué le sucede a la memoria con el tiempo”. Y aunque hay muchas explicaciones científicas al respecto y otras tantas emocionales, el personaje se lo plantea desde un punto de vista biográfico, pensando en sus padres y su hija: “No puedo recordar a mi familia. No recuerdo sus rostros o cómo hablaban. Anoche estaba viendo a Lena mientras dormía y pensaba en los miles de cosas insignificantes que había hecho por ella. Y lo había hecho exprofeso…para que las recordara cuando creciera. Pero con el tiempo, no recordará nada”. La memoria que dibuja el personaje de Michael Caine se compone de instantáneas emocionales, como si la nostalgia del recuerdo fuese una fotografía en la que sumergirse. Pero su pensamiento es el del observador, son acciones sin tacto ni percepción física. Porque quizás lo que sucede con la memoria es que se va desvistiendo de corporeidad, definida a la manera de Jean-François Lyotard como ‘la manifestación visible de lo invisible en el ser humano’. Al final, parece que solo perdura la imagen, convirtiéndose ella misma en recuerdo, hasta que un buen día un olor, un sonido o una extraña sensación hace saltar por los aires todo ese largo proceso de decantación y consolidación del recuerdo en una microcatarsis. Un pequeño calambre que conduce el recuerdo directamente hacia las entrañas de quien lo siente.

Experimentar la arquitectura no es un proceso de observación, sino una silenciosa e inconsciente penetración dentro de algo que ha sido concebido por una mano capaz de prever cómo moverse y qué sentir a través de un espacio. Una predicción especulativa pero acertada, como el momento exacto en que una escena de una película puede desatar una carcajada, terror o lágrimas. Recorrer o habitar un edificio es una acción de apariencia libre, pero en realidad solo es flexible. El movimiento depende de las ideas de proyecto: luz, forma, material, sonido…y así una obra puede producir un impacto imborrable en la memoria. Y es que, a pesar del tiempo, hay detalles que nunca desaparecen de la biblioteca de los recuerdos. En arquitectura, al igual que en la vida, los detalles construyen un relato biográfico tejido con las palabras que nacen del cuerpo, que se cosen a la piel de la memoria haciendo indistinguible la estructura de la narración. La confusión entre la realidad y la experiencia personal es un ejercicio involuntario y natural que, cuando se percibe se intuye como un juego personal, colonizado por la imaginación que traza historias paralelas que pudieron haber sido o no. Pero al final del día, el juego termina por perderse en la traducción personal de lo que es real y ficción, y como en Lost in Translation (Sofía Coppola, 2004), se poner de manifiesto que una experiencia de apenas dos días puede ser tan importante como una que dura años. El impacto vital al experimentar un espacio y su recuerdo puede tener la misma magnitud en la casa habitada a diario que en un edificio visitado hace años y que quizá, ni siquiera exista ya. 

El viejo San Agustín

El viejo San Agustín

El roble y la bellota

Las huellas de lo que existió permiten construir un nuevo relato con el riesgo de convertirse en nostalgia. Dejando las emociones a un lado por unos instantes, el análisis del lugar revela la realidad de un edificio que sí fue capaz de crear una percepción personal. Pero como escribía el poeta Dylan Thomas “el roble está presente en la bellota” y esa conexión emocional es innata a su desarrollo, algo que se percibe de manera involuntaria.

“La claridad laberíntica presupone la existencia de una serie de impresiones previas que se perciben todas a la vez cuando repetimos una experiencia. Por lo tanto, la idea de claridad laberíntica implica que la claridad de la articulación de un lugar crece con el tiempo, algo que es muy diferente a una supuesta claridad instantánea y general, aunque esta es necesaria en cada lugar aislando para facilitar que las experiencias sean recordadas y anticipadas conforme nos movemos de un lugar a otro en una casa o en una ciudad.” Aldo van Eyck. Dimensión adecuada y claridad laberíntica.

Las ciudades se transforman con cierta agilidad y de manera cíclica. El impacto de la tecnología o las consecuencias sociopolíticas generan cambios que obligan a reconstruir y moldear la ciudad mediante estrategias diversas como las capas, el collage, el sventramento o el palimpsesto. En A Coruña, estos procesos son visibles en la ciudad contemporánea. Los espacios simbólicos o representativos son los que más acusan esta clase de transformaciones, ya que su imagen resulta relevante en la construcción de la identidad de un lugar. Aquellos espacios públicos o edificios que representan a la ciudad en términos de poder, es decir, gobierno, justicia o seguridad crean un conjunto de asociaciones directas imagen-función que hace de su posición algo inamovible. De la misma forma se produce una lectura o narrativa en torno a esa relación imagen-función que deriva en la compresión de una estética según el uso del edificio, y por lo tanto se produce una selección del lenguaje arquitectónico para subrayar este mecanismo. La validación de la monumentalidad a través del lenguaje es capaz de enfatizar la capacidad simbólica del edificio convirtiéndose en catalizador de su función. Por ello cada etapa, tiene su lenguaje y, en ocasiones, la arquitectura representativa se renueva adaptándola a aquello que se entiende como monumental en su tiempo. 

Foto: Nuria Prieto

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El caserón de San Agustín

En A Coruña, el edificio del ayuntamiento es muy significativo, pero no siempre ocupó la posición actual, en la que se ve destacado con su incursión en una plaza que forma parte de la misma actuación urbana. El devenir histórico y el crecimiento urbano provocaron el traslado del gobierno municipal en diversas ocasiones en función a los cambios morfológicos de la Ciudad Vieja. Uno de los más interesantes es el Caserón de San Agustín, construcción vinculada a la iglesia de San Jorge hoy desaparecida. Originalmente vinculado a la iglesia de San Jorge como construcción auxiliar de esta y capaz de albergar alojamientos y actividades de la parroquia, el caserón se incluye dentro de un conjunto de actuaciones de higienización que tienen lugar en el entorno de San Agustín. En1928 se producen cesiones que permiten higienizar el Mercado de San Agustín, y abrir la plaza del Marqués de San Martín, de la misma forma un mes más tarde se cede el Caserón de San Agustín al gobierno municipal, como previamente había sucedido con la cárcel de la Real Audiencia en O Parrote. El caserón era utilizado como convento jesuita, más tarde como colegio y después fue ocupado por los agustinos de Caión. Tras su municipalización sirvió como alojamiento a las tropas de guarnición de la plaza hasta ser utilizado posteriormente como sede del gobierno municipal. La razón para este traslado de la sede municipal fue el deplorable estado de conservación del edificio que albergaba el ayuntamiento que, entonces se situaba en la plaza de la Constitución. El antiguo edificio se había convertido un riesgo para la seguridad de sus ocupantes. El 14 de diciembre de 1838 tiene lugar el primer pleno municipal en el Caserón de San Agustín. 

Foto: Nuria Prieto

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El Caserón de San Agustín era una construcción sencilla, con una estética resultado directo de sus soluciones constructivas, es decir, sin pretensiones. La morfología del edificio era simple, un prisma alargado con cubierta a cuatro aguas. El lenguaje arquitectónico derivado de la tecnología constructiva responde a los rasgos vernáculos de las construcciones de la zona con encalados sobre muros de mampostería y sillería en los encuentros en esquina o en aquellos elementos estructuralmente prioritarios. Los huecos, de ritmo regular, estaban recercados con granito. El acceso principal se significaba mediante un balcón pétreo situado en la primera planta que hacía las veces de cornisa. La estética del conjunto tiene un matiz regionalista, pero al tiempo monumental debido a su escala y a la composición volumétrica que define el conjunto del espacio público.  El edificio fue derribado debido a su estado, y al planeamiento urbanístico previsto para la zona que dio lugar a la actual plaza de la iglesia. El espacio que ocupaba el caserón se ha neutralizado. El gran proyecto de la plaza de María Pita desvió la percepción del conjunto hacia el nuevo edificio y el gran espacio público que lo precede, de tal manera que la huella del Caserón se borró. 

La belleza

La memoria hace desaparecer algunas imágenes, y con ellas se borran los materiales, los colores, la luz, pero nunca las emociones que ese instante generó. La percepción estructura una mirada sobre el recuerdo, a veces nostálgica, otras simplemente valorativa, pero casi siempre meticulosa que centra ese primer contacto en un somero cálculo del tiempo que ha pasado. Y, sin embargo, tras esa medición innata, aparece una emoción.

Foto: Nuria Prieto

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"La belleza no hace feliz a quien la posee, sino a quien puede amarla y adorarla" Herman Hesse

Los edificios desaparecidos a menudo parecen más hermosos cuando el tiempo pasa sobre su olvido. Quizás porque la belleza se ama o adora, pero poseerla es una realidad que pertenece sólo al instante, es fugaz. El tiempo convierte a la memoria en crónica personal, un relato imperfecto que siempre parece importante, aunque a veces solo sea uno de tantos. Aún así, las palabras siempre se quedarán flotando en el aire para construir historias.