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Charlamos de salud sexual con la psico sexóloga gallega Melisa Silva

La psicóloga y sexóloga, Melisa Silva, nos habla sobre la importancia de poder manifestar con libertad nuestros gustos y preferencias. Cuantificar el sexo es una de las conductas más nocivas para nuestra salud sexual
Ana Gayoso

Lejos de lo que podamos pensar el 14 de febrero no solo se celebra San Valentín, socialmente entendido como el Día de los Enamorados. Desde el año 2003 se promueve el 14 de febrero como el Día Europeo de la Sexualidad

En el año 2002 la OMS definió la salud sexual como "un estado de bienestar físico, emocional, mental y social relacionado con la sexualidad; no es meramente la ausencia de enfermedad, disfunción o debilidad. La salud sexual requiere un acercamiento positivo y respetuoso hacia la sexualidad y las relaciones sexuales, así como la posibilidad de obtener placer y experiencias sexuales seguras, libres de coerción, discriminación y violencia. Para que la salud sexual se logre y se mantenga los derechos sexuales de todas las personas deben ser respetados, protegidos y cumplidos."

Y ya que la salud siempre debe ir de la mano de profesionales hoy charlamos con Melisa Silva, psicóloga y experta en sexología y educación sexual, del centro compostelano Con Mucho Gusto.

Nuestra sexualidad está socialmente orientada a la erótica pero ¿en qué estado está nuestra educación sexual?

Hasta el momento hay una educación sexual y emocional maltratante. Como dice Fina Sanz, existe el término maltrato pero sin embargo no aparece el buen trato, no se tiene en cuenta como manera de estar en el mundo. 

Estamos en una forma constante de defensa porque nuestro cerebro está preparado para sobrevivir pero lo que pasa es que también una característica de los seres vivos, sobre todo  los mamíferos, es que procuramos nuestro espacio seguro y además las personas podemos pasarnos la vida buscando ese espacio de aceptación, el lugar donde nos quieran como somos. 

Realmente esa búsqueda es la que nos mueve en el mundo, el ser queridos de manera incondicional. Para vivir bien necesitamos ese espacio desde que nacemos y vamos generando esos lugares seguros, pero para ello deben enseñarnos a vivir y regular nuestras emociones. Entender que el enfado y la tristeza son tan necesarias como la alegría.

Y es verdad que se potencia esas emociones que nos hacen sentir bien y nos conducen a reprimir o a ocultar aquellas que nos producen malestar, a que no las manifestemos. Y por otra parte está el espacio oculto donde aparece el sexo, de lo que no se habla y es un algo que, al no poder hablarlo, se convierte en un espacio donde aparecen dudas y miedos y se vuelve un lugar inseguro donde no te puedes expresar. El no poder hablar de las emociones es algo muy perverso y tratamos la sexualidad como algo oscuro que  al fin y al cabo nos hace sentir mal.

Para poder hablar de todo eso se necesitan esos espacios seguros. Ese espacio seguro tiene que ser donde puedes hablar de todo, de lo que creíamos que era oculto y sentir que no voy a ser rechazado por mostrarme tal y como soy. Un espacio donde se puedan poner sobre la mesa todas las emociones. Esos espacios no existen y la educación sexual que recibimos elimina parte de nosotros, nosotras y nosotres que no son aceptadas y se recibe una educación sexual basada en la televisión, en los comentarios de la sociedad, en la música, el cine… 

Sin embargo vivimos en una sociedad hipersexualizada y podríamos dar por hecho que sabemos mucho de sexo…

El silencio educa, no poder hablar de sexo es una forma de educar y por otro lado se nos da el mensaje de hipersexualización pero hacia un patrón muy concreto, una orientación sexual concreta, con prácticas determinadas, cuerpos que solo pueden de ser de una determinada forma… Somos seres sexuados desde el momento de la gestación y que luego vamos formando una identidad sexual y una forma de expresión de género.

Expresamos el sexo que tenemos y parece que hay que cumplir con todo lo que se espera de nosotros, con una supuesta norma con la que realmente nadie cumple y que, curiosamente, nos provoca sensación de rechazo, algo que choca con nuestra tendencia humana a que nos acepten y nos quieran.

Hay muchas personas viviendo con mucho auto rechazo y venimos de una sociedad que simplemente intentaba sobrevivir y que no se pregunta demasiado si es feliz, si le gusta su trabajo… 

En esta sociedad de supervivencia no se habla de emociones, necesidades, límites o gustos… El sexo en la sociedad que lucha por la supervivencia solo se lleva a lo práctico, a la reproducción y al final el placer de las mujeres queda relegado a eso y los hombres al rol de seres super funcionales y reproductivos.

En realidad vivimos en una sociedad que castra el placer. Hay que entender de donde venimos y que estamos comenzando a hablar de emociones y que es vital hacerlo e integrar esto en los patrones de comportamiento.

Entonces, de una educación sexual tan ausente no se puede esperar que seamos una sociedad que tenga una salud sexual óptima…

Nos pasamos la vida cuantificando el sexo en lugar de cualificándolo. Cuantificamos cuantas relaciones tenemos a la semana con nuestra pareja, cuantos orgasmos hemos tenido, los tamaños del pene, el tiempo que dura el acto sexual, si se suda o no se suda, cuántas posturas hacemos… Y nadie se para a pensar en la calidad de sus relaciones, que es lo importante. Si reducimos nuestra sexualidad a la cantidad es una auténtica pena para quien lo padezca porque lo importante es vivir el placer, sin despreciar cualquier práctica. 

El objetivo básico debería ser conectar, sentirnos bien en el antes, el durante y el después, basándonos en la responsabilidad afectiva y el respeto, porque a todos nos gusta que nos traten bien. El no poder vivir el placer sexual nos hace estar desconectados de nuestro bienestar. Lo básico para esto es, y me repito, crear espacios seguros, de calma, de seguridad, independientemente de cuanto haga que conozcamos al otro.

Tenemos que revisar nuestras mochilas sexuales, donde hay mucho trabajo, por supuesto, pero es el camino hacia la educación sexual y emocional "bientratante". 

Por otro lado, Melisa, socialmente vinculamos el disfrute sexual a la pareja pero escuchándote yo me pregunto ¿Cómo podemos conectarnos con nuestro propio placer? ¿Podemos aprender?

Hay que empezar por identificar nuestras emociones, qué es lo que te hace sentir bien y qué es lo que te hace sentir mal. Cómo lo sientes en el cuerpo, no pensando en qué es lo bueno y que es lo malo porque al final muchas veces se asocia lo a lo gustoso o placentero y lo bueno es lo práctico. Es saber cómo sentimos nuestro cuerpo cuando algo te hace bien, dónde lo sientes, cómo sientes tu piel, tu frecuencia cardíaca y cómo sientes lo malo.  Y cuando detectemos algo que nos hace sentir mal debemos tener espacios donde poder comunicarlo. Todos hacemos lo que podemos con lo que tenemos pero, una vez que tenemos información, podemos comprometernos con el cambio.

Y sí, se puede aprender, muchas veces con ayuda de alguien y con la voluntad de querer responsabilizarte contigo mismo, misma, misme y poner en práctica las herramientas necesarias. A veces puede ser un proceso largo y duro porque limitamos las respuestas emocionales y nuestra forma de relacionarnos con el mundo, pero no es incuestionable y colabora lo que cada uno vaya haciendo, de la mano de profesionales y nutriendo nuestra propia vida de trabajo interior en donde disfrutemos de las cosas, no siempre metidos en esa rueda funcional. 

El sexo se ha convertido en algo muy práctico y deberíamos buscar sentir el placer tanto en el sexo como lo tendríamos que sentir comiendo algo rico, tomando un café o disfrutando del sol.

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