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Las fábricas de la vieja Coruña y la devolución del tejido industrial a la ciudad

La historia de las tranformaciones del urbanismo contemporáneo de A Coruña a través de su arquitectura industrial
La ensenada de A Coruña estaba llena de industrias a pie de playa que han dejado paso a la ciudad
La ensenada de A Coruña estaba llena de industrias a pie de playa que han dejado paso a la ciudad
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Recordaba los días en Berlín. Sonaba de fondo Summer'78 mientras repasaba fotogramas de "El Cielo sobre Berlín" de Win Wenders. Se detenía brevemente en esa escena en la que los dos ángeles que miran la ciudad desde las alturas, reconfortan a un moribundo haciéndole ver los mejores recuerdos de su vida:

"Las manchas
de las primeras gotas de lluvia. El Sol.
El pan y el vino. Dar saltos.
La Pascua. Las nervaduras de las hojas.
La hierba ondulante.
Los colores de las piedras. 
[...]
La tranquilidad del domingo. El horizonte. 
El resplandor
de la luz de la habitación, en el jardín.
El vuelo nocturno.
Montar en bicicleta sin manos.
La bella desconocida.
Mi padre.
Mi madre.
Mi mujer.
Mi hijo."

Wim Wenders. El cielo sobre Berlín

Esa mirada cargada de ternura sobre una ciudad que aún sufre y en la que cada una de las personas tiene una historia propia. Imaginaba cada historia como un relato frágil, que creaba fotograma a fotograma una realidad que traspasaba aquellas imágenes en blanco y negro. Quizás porque como decía Wenders "El blanco y negro se asocia con el mundo de los sueños". El circo, los ángeles, el grito, la arquitectura limpia, el símbolo de la industria, el tacto de la piel y el repentino cambio al color: un río de imágenes en movimiento que salpican, y que penetran el pensamiento hasta llegar a la profundidad de los recuerdos más personales. Esa cadencia de la decadencia sobre la que se construye la ciudad contemporánea, es la que resuena en la memoria de la ciudad industrial

Fotograma de El Cielo sobre Berlín. Wim Wenders

Un monólogo interior sobre la escala de A Coruña

El tejido industrial de las ciudades parece desaparecer borrado siempre a partir del avance de sus propias acciones. La industria toma un espacio con la sensatez de la funcionalidad, para mudarse una u otra vez en base a su genética que le demanda evolución, cambio, crecimiento, dejando a la ciudad como la casa que ve marchar a un hijo. En ocasiones, ese espacio se ocupa de forma positiva, en otras, aparecen formas extrañas con un lenguaje que cuesta entender. Y es que al margen de la valoración sobre el impacto social de la industria, desde los ojos del arquitecto, ésta provoca un cambio en la ciudad que se puede definir como un "contraste de escala".

A Coruña a principios del siglo XX

Es cierto que siempre ha sucedido así: las grandes murallas frente a las humildes viviendas, los mercados, las plazas frente a la condición humana. Y sin embargo, con el asentamiento de la industria, las dimensiones ya no obedecen a la escala del hombre, sino a la de la máquina. Esta relación es comprensible cuando la industria tiene sus máquinas dentro, pero cuando desaparece por completo y deja el vacío en la ciudad, ese contraste de escala, se salta todos los lenguajes produciendo extrañeza. El ser humano ya no es medida de ese espacio que se le devuelve. Y entonces nace la pregunta que flota sobre el cielo de Berlín "por fin fuera, en la ciudad ¿cómo debo vivir?"

Sospechas en A Coruña

La incompresión genera sospecha. Las formas inesperadas también. Así el contraste de escala que se percibe en algunas zonas de la ciudad hacen que el sentimientos de sospecha busque respuestas. En A Coruña hay barrios de encaje extraño, en las que las calles se rompen para enlazar con una estructura diferente. Quizás porque en ese lugar había otra cosa.

"El pasado no está muerto, vive en nosotros, y estará vivo en el futuro que estamos ayudando a hacer." William Morris

La condición marinera de la ciudad y la imparable actividad del puerto llevan a A Coruña a desarrollar un tejido industrial sólido que comienza con las primeras manufacturas traídas por los industriales flamencos y holandeses, y las Reales fábricas que se instalan en el siglo XVIII. Estas tres primeras industrias textiles fabricaban lana, lienzos, manteles de lino, jarcias y lonas de cáñamo. Y aunque tan sólo una se mantuvo, la Secular Maestranza de Mantelería, fue el principio de la actividad  industrial en la ciudad. A lo largo del siglo XIX se fueron instalando diferentes actividades productivas en la ciudad, en espacios que se consideraban entonces periféricos, pero que hoy han sido absorbidos por el tejido urbano. 

Las trazas, algunas cicatrices, otros nuevos tejidos cargados de optimismo, son reconocibles en un paseo a vuelo de ángel por la ciudad. Por una parte están todas las áreas cercanas al puerto que en A Coruña, debido a su morfología, conecta con gran parte de la ciudad. Por otra parte las zonas más alejadas del puerto pero vinculadas al mar, como Montealto; y por último las instalaciones puntuales en calles de carácter industrial como Rubine, Oza o San Andrés.

Así son "sospechosos" los volúmenes que componen el barrio de Zalaeta, La Palloza o algunos grandes bloques en calles cuya escala responde a otra modulación como San Andrés o Rubine. Vacíos que se han llenado con tramas a veces extrañas y que una mirada por un instante detenida permite imaginar en blanco y negro las estructuras que habían compuesto aquellos lugares.

La zona de Orillamar hace muchos años

Cuando la construcción industrial era arquitectura

La historia de la arquitectura industrial es aquella que en muchas ocasiones se compara con la construcción de los grandes templos religiosos. La actividad que albergan entendible en términos simbólicos como un aspecto más de identidad para el país o el lugar y su escala (la de la máquina), permiten esa asimilación semántica tan repetida de "catedrales de la industria". El lenguaje arquitectónico de las primeras fábricas que se construyen en A Coruña es el de la vanguardia del momento, aspecto que siempre se ha mantenido, especialmente al reparar en obras de inherente modernidad más contemporáneas como la fábrica Coca-Cola o la SEAT.

En el siglo XIX el lenguaje de la vanguardia eran el modernismo y el racionalismo. Previamente había sido un cierto neoclasicismo un tanto ecléctico como el de la Real Fábrica de Tabacos y algunos pequeños talleres. Sin embargo, el neoclasicismo no era el lenguaje adecuado para estas construcciones, era rígido en la definición funcional y morfológica, herederas de los principios higienistas del siglo XVIII, dejando únicamente una composición de estética rotunda. El lenguaje racionalista y modernista, responde mejor a las necesidades del uso industrial, ya que se trata de una concepción funcional dinámica, que deriva en una morfología de volúmenes abiertos, estructuras más flexibles y diáfanas, con una estética que guarda muchas veces una estricta simbiosis con el uso de la fábrica. De esta forma la estética sirve no sólo como función de la belleza o la integración cultural, sino que aporta una variante identitaria al edificio, lo dota de significación.

La Fábrica de Tabacos, un edificio de estilo neoclacicista

¿Dónde estaba la fábrica de vidrios de A Coruña?

A veces los nombres dan pistas para seguir las sospechas.. .al igual que un detective del mejor cine noir, siguiendo las huellas se puede llegar a la explicación de algo. En A Coruña hay varios lugares en los que estas pistas son muy claras: el barrio de Zalaeta, el área de la Palloza, La calle Rubine o el área de Oza, además de las zonas cercanas al puerto.

Fábricas cerca del mar: la industrial playa del Orzán

El mar, es un recurso natural, que en la industria emergente del siglo XIX se utilizaba sin más, como algo gratuito, rutinario. Y es que el agua era necesaria en muchos procesos industriales. Por ello las industrias se asientan en sus cercanías, pero en un segundo plano, ya que el puerto ocupará ese lugar protagonista. En A Coruña, una ciudad en forma de península natural, es posible tener dos costas, así que una se destina a puerto y otra, en un tiempo en que el ocio se entendía de otra forma, a industria. Lejos de las zonas habitadas vinculadas al puerto, comienzan a establecerse las primeras instalaciones industriales. Estas ocuparán la ensenada de Orzán, desde la calle del Socorro hasta la rampa de matadero extendiéndose por todo el barrio de Zalaeta.

El matadero municipal, a los pies de la playa del mismo nombre, donde hoy se levanta el hotel Meliá María Pita

Aquí se establecerán la fábrica de vidrios La Coruñesa (1829) que producía botellas para exportar vino Ribeiro a La Habana, pero la competencia con el vino de Burdeos era tal que también producían vidrios planos. Más tarde en ese local se edificarían los Salesianos. En la zona del Campo de Artillería se encontraban las fábricas de jabón (1850) "La Magnolia", Pinilla y Gamboa Pastor; el Matadero (1920) en la actual parcela del hotel María Pita. La artística que era una fábrica de estampación (1905) tenía su parcela próxima a la playa. La Fábrica Coruñesa de Gas y Electricidad (1905) y Electra Coruñesa (1927), ambas compañías eléctricas se encontraban en las manzanas que hoy componen el frente de la playa de Orzán; la fábrica de zapatos Senra (1927) más cercana al campo de Artillería; la Fábrica de chocolates al vapor (1855) de Rafael Mosquera que ocupaba una parcela entre Orzán y la Calle ancha de San Andrés; y más cercanas al centro urbanizado por entonces la Riojana y la Compañía Colonial de Matías López (1877) o La Gallega, la fábrica de fideos y pastas de Juan Piñón en la Calle La Galera. 

Un irreconocible Orzán fotografiado desde lo alto de la Iglesia de María Auxiliadora. La fábrica de maderas Cervigón partía en dos lo que luego sería el Paseo Marítimo. La Casa de Sol es lo único que permanece de esta foto (fuente: Antiguos Alumnos Salesianos)

Una agrupación industrial diversa, que aglutinaba varias disciplinas que en ocasiones se apoyaban entre sí. Todas ellas tenían lugar en grandes volúmenes arquitectónicos, de lenguaje modernista o racionalista, y que de alguna forma habían generado una adaptación al territorio a través de una tipología que no era la vivienda. De estas construcciones únicamente sobrevive la casa del Sol. El progresivo crecimiento de la ciudad fue desplazando estas construcciones, algunas de excepcional calidad y belleza, a las afueras, dejando el hueco de estos edificios a la suerte de un nuevo plan. Construcciones de las que ya no hay huella, sino que hay un barrio autista de sus trazas, de su pasado brillante como motor económico de una ciudad que hablaba un idioma vanguardista.

La playa del Orzán con industrias a sus pies

Las calles de nombres sospechosos y las tapas de alcantarillas

La Calle Rubine, conocida por sus corrientes de viento, tiene uno de esos nombres que se nombran habitualmente, pero en los que apenas reparamos. En esta calle se encontraba la fábrica de refinado de petróleo, otra de puntas de París y la de muelles a vapor de Rubiné e Hijos, con acceso por la Calle Riazor. Estas construcciones ocupaban el espacio de grandes bloques de viviendas que responden a un trazado nuevo y rígido que no se asemeja al de las calles del Ensanche. Y es que las instalaciones industriales estaban prohibidas en el plan del Ensanche

Más allá, en el barrio de Santa María de Oza estaba la fábrica Solórzano, fundada por Manuel Solórzano en 1845 en unos terrenos de su propiedad. Esta fue sin duda una gran innovación para la época, ya que contaba con una máquina de vapor de 12 caballos. Pero el pionero de esta industria había sido Joaquín Galiacho, quien había fundado la primera fábrica de fundición en 1843, a estos les siguieron Miguel Muñoz Ortiz (1897) y Julio Wonenburger Canosa (1913, amplia la fábrica de Julio Wonenburger Cabezudo). Todas ellas producían numerosas piezas para talleres mecánicos, para barcos, soportes metálicos y faroles para alumbrado.

La historia de estos protagonistas del hierro colado es más profunda, pero todas sus fábricas se encontraban en las inmediaciones de Monelos y Santa Lucía. Y aunque sus terrenos, ocupados por inmensos volúmenes están hoy ocupados por desarrollos urbanos que no se adaptan a la topografía del territorio ni a las trazas de estas construcciones, su memoria no se pierde. Basta mirar cualquier tapa de alcantarilla de la ciudad y aún algunas llevan el sello de Solórzano o Wonenburger.

La cercanía al mar y la industria agroalimentaria

En la zona de la Palloza se agrupaban muchas de las fábricas relacionadas con la exportación directa, esto es, conserveras, cerveceras e incluso hasta la prensa. Así muy cerca de la estación de San Diego se encontraban la Fábrica de Estrella Galicia (entonces La cerveza Estrella de Galicia, 1906), las rotativas de La Voz de Galicia y las conserveras como La Herculina o Zuloaga. Este sector era heredero de la industria conservera catalana, que había desarrollado una tecnología más avanzada y evitaba sustos como los de la tripulación de HMS Erebus y HMS Terror (barcos comandados por John Franklin y que debido a unas latas de conserva mal selladas, la mezcla del plomo con la comida les llevo a la locura y el canibalismo con un desenlace fatal. Sólo se encontraron los cadáveres). También allí se habían instalado las fábricas de fósforos "El Sol" y "La Vasco-Galaica" con sus construcciones de secado anexas, algunas derivadas al barrio de Santa Lucía.

También había fábricas de salazón, que eran propiedad de las familias Ramón y Sabino Presas y Maristany, que además tenían fábricas de harinas y de chocolates (gracias a bienes importados de ultramar). De entre ellas destacaba La Española, por volumen de negocio, y porque debido a esta actividad nació uno de esos motes tradicionales entre ciudades: los ferrolanos llamaban cascarilleros (por las cáscaras de cacao) a los coruñeses.

La elegancia de otros tiempos

Dentro de la ciudad había otras fábricas menores, que no se consideraban industria (esta actividad estaba prohibida por los planes municipales en el tejido tradicional o de ensanche), si bien fueron de vital importancia para el desarrollo comercial de carácter industrial, como las fábricas de sombreros de Juan Francisco Barrié y la de el Sr Ray en la calle Real. La primera llegó a contar con 180 obreros y 30 aprendices, y la segunda fue premiada en varias ocasiones en las exposiciones universales de París y Londres.

A estas construcciones industriales cabe añadir todas aquellas se se encontraban en el puerto, pero dado su carácter aún industrial, su estructura, aunque muy alterada  y ampliada, se mantiene en esencia. Estas construcciones son objeto de un análisis particular.

A Coruña a mediados del siglo XX; todavía con plaza de toros y fábricas a pie de la playa del Orzán

La industria que fue 

Como en una historia que dos ángeles con buenas intenciones contemplan desde arriba, se ven las trazas de la memoria y los espacios que fueron, así como los que serán. Así es, en muchas ocasiones la historia del patrimonio industrial, una arquitectura que siempre se considera asistencial, meramente funcional, pero que es en realidad flexible y adaptable y que, en ocasiones, dice más de la identidad de un lugar que las construcciones militares, religiosas o palaciegas.

Resuenan las palabras del escritor John Ruskin: "No hay arquitectura más excelsa que la basada en la simplicidad." Si es que se entiende por simple la depuración de la arquitectura industrial bajo un lenguaje arquitectónico de vanguardia. A veces la arquitectura busca sus respuestas más lejos, en el origen del uso, en el entendimiento del trabajo como "fuente de arte, gozo y felicidad personal, (...) nadie puede realizar un buen trabajo si no le gusta lo que hace" como teorizaba William Morris, a través de ideas que buscaban despertar a las personas desde arriba, como quien mira la ciudad a través de su plano.

Esas construcciones industriales que han de ser diseñadas con la dignidad y la identidad que cualquier otra obra, y que poco a poco se perdieron. Por fortuna, algunos arquitectos comprendieron los conceptos y articularon un maravilloso discurso entre vanguardia, arquitectura e industria narrado a través de sus obras, como Andrés Fernández-Albalat Lois.

"Entonces? poco a poco se desvaneció. No pude imaginarte más. Traté de hablarte en voz alta como solía hacerlo, pero no había nadie allí. No podía oírte. Entonces? todo se puso de cabeza. Todo se detuvo. Tú sólo? desapareciste. Y ahora estoy trabajando aquí. Escucho tu voz todo el tiempo." París-Texas. Wim Wenders

A Coruña a finales del siglo XIX


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