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El modernismo coruñés de Julio Galán en su obra de la calle Galera, 8 de A Coruña

En la calle Galera se encuentra una de las piezas más sencillas y fieles a los principios del modernismo coruñés proyectado por Julio Galán. Sin referencias al regionalismo y sobre una fachada plana, esta pieza es un pequeño desafío para el arquitecto, quien realizaría fantásticas obras durante su etapa en la ciudad
Imagen: Nuria Prieto
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Una superficie plana y vertical, pero de una escala tan grande como un edificio. Una imagen indudablemente extraordinaria y expresiva de un potencial simbólico inenarrable. Pero atrapando esa percepción monolítica y enigmática propia de una atmósfera del mejor Kubrik en "2001 Odisea en el espacio", hacia la mundanidad del ruido cotidiano de la ciudad, se produce un cierto silencio. El silencio de una fachada sin dinamismo parece castigada a esa eterna percepción del edificio en construcción que la escritora Almudena Grandes definía sabiamente como “ese olor tan triste, a musgo y tierra mojada”. Pero cuando ese plano se termina, aunque mantenga su característico tono silencioso adquiere narrativa propia.

La cuestión de la dinámica del plano vertical se describe con mirada analítica en el Renacimiento. El arquitecto Leon Battista Alberti describe esa contradicción conceptual finalmente conciliada como “Una superficie o tabla enmarcada situada a cierta distancia del espectador que, a través de ella, contempla un segundo mundo, sustituto del real”. Alberti define la posibilidad de insertar la perspectiva en el plano, anticipando de forma sensible el movimiento ensortijado y matemáticamente complejo del Barroco.

Basílica de San Lorenzo en Florencia (Imagen: Nuria Prieto)

Hay edificios, sin embargo, que parecen extraños y cuya fachada inacabada genera una incomprensible sorpresa como el Templo malatestiano de Rimini (Alberti, 1450), la basílica de San Petronio en Bolonia (di Vincenzo, 1390-sXIV) o la Basílica de San Lorenzo en Florencia (Brunelleschi, MIchelozzo, Manetti, Miguel Ángel, 1418-1480). Una sensación de extraña incomodidad altera la imagen de la ciudad, quizás porque la fachada no es un mero elemento decorativo de la envolvente, sino que define la relación y y el impacto estético del edificio sobre el tejido urbano a pie de calle. El denostado fachadismo, frente a la mirada atenta de la fachada como la imagen del edificio es un matiz distintivo de la impresión urbana. En cualquier paseo curioso por la ciudad se pueden encontrar fácilmente hermosísimas fachadas en edificios de poca calidad arquitectónica y de forma opuesta fachadas no demasiado afortunadas en excelentes piezas. Realmente, en ese recorrido indiscreto que busca concordar el exterior y el interior de una pieza arquitectónica no es ingenua, ni siquiera clara, sino que es una amalgama de difícil desenredo y percepción aún más difícil.

"La impresión de una catedral, no importa lo fiel que se sea a todas las reglas que la perspectiva impone a la composición de los elementos, será a menudo simplemente una banal imagen de profundidad, altura y anchura: ésta llegará a ser simplemente una banal perspectiva arquitectónica, a menos que no se haya tenido la sensibilidad de usar aquellos elementos que nos hagan sentir el proyecto, su ritmo lírico y el contrapunto de sus masas. De hecho, no tendrá valor para nosotros seguir necesariamente las reglas de la perspectiva al trazar el dibujo. Los pintores chinos, que fueron los que mejor lograron representar el espacio, ¿no han ignorado casi completamente la perspectiva tanto como nosotros la hemos siempre usado?" Louis I. Kahn, arquitecto (1901-1974)

Las fachadas de A Coruña

La calle Galera, en el centro de la imagen la hermosa fachada del edificio de Julio Galán
(Imagen: Nuria Prieto)

El tejido urbano y la memoria coruñesa, al igual que muchas otras ciudades, especialmente aquellas del sur de Europa, recrean espacios cóncavos, convexos, retorcidos de fachadas que conforman una atmósfera urbana saturada, compleja, dotada de una personalidad ornamental mezclada y caótica en apariencia

En la acelerada percepción contemporánea del espacio urbano (ausente en ocasiones debido a las distracciones de los dispositivos personales), las fachadas parecen esconderse detrás del movimiento imparable de la calle y, si no son suficientemente altas desaparecen bajo una ola de realismo costumbrista. 

Imagen: Nuria Prieto

La ciudad actual es el resultado de la consolidación histórica a través de la transversalidad disciplinar de todo aquello que ocurre en su tejido. Obviamente la misma ciudad cien años atrás puede percibirse como otra ciudad. La escala, la morfología, la tipología o el lenguaje se transforman y asientan con el paso del tiempo. Por ello la creación de un nuevo edificio, ya sea este proyectado por un arquitecto o fruto de una mano anónima, incorpora sin efugio admisible la permanencia como factor inherente a la obra construida. El paso del tiempo no se puede detener, pero se le solicita a la arquitectura que mantenga su función como escenario natural de la vida urbana, aunque se transforme, se derribe o regenere de todas las formas posibles. Cualquier pequeña pieza urbana no es independiente, sino que forma parte de un organismo mayor.

La imagen del modernismo

El modernismo coruñés es una de las caras más visibles de la arquitectura de la ciudad en una instantánea tomada hace un siglo. Sin embargo, esta ha afianzado su permanencia como un icono lingüístico capaz de dotar de identidad a gran parte del organismo urbano. Las piezas modernistas de A Coruña, no suponen un aporte arquitectónico que empuje los mecanismos de organización espacial o estructural de forma notable, de hecho, la mayor parte de ellas incorporan una distribución más o menos tradicional mejorada por los cánones higienistas tardo-decimonónicos, que llegan a convertirse en exigencia para evitar epidemias y modernizar la ciudad. Esta “manera” arquitectónica estableció aportes importantes, a pesar de su apariencia de intervención cosmética. Uno de los más interesantes es precisamente la relación de la fachada con la ciudad y el espacio público inmediato, un impacto transformador de la imagen de la ciudad. El aspecto conspicuo de la fachada modernista es percibido como la elegancia y la belleza del clasicismo, del expresionismo romántico, o de la Belle Èpoque que camina hacia la modernidad aerodinámica del Art Dèco. Pero no todo son decoraciones de vocación crisoelefantina.

Imagen: Nuria Prieto

En la calle Galera, una fachada modernista pasa desapercibida. Quizás porque es plana y su ornamentación modernista parece pintada. El edificio en la calle Galera 8, fue proyectado por el arquitecto Julio Galán en 1908. La fachada, aunque plana y de pequeña escala muestra su elocuencia a través de la ornamentación que el arquitecto proyecta para la misma. 

El plano de fachada, plano y liso, tiene una composición muy ordenada e incluso rígida, con un ritmo de huecos constante y repetitivo. Esa rigidez se ve consolidada a través del uso de la simetría, con cuatro ventanas por planta de las cuales las dos extremas son más anchas que las dos centrales. El bajo se trata de forma diferente debido al uso comercial que, además, ha sido modificado con el paso de los años. Pero Julio Galán desarrolló en esa fachada de planteamiento simple una imagen hacia la ciudad a través del lenguaje modernista. 

Imagen: Nuria Prieto

La fachada del edificio es muy expresionista con referentes directos al modernismo catalán. La mezcla entre el expresionismo y el Modernismo crea una imagen que evoca de forma lejana a los primeros años del arquitecto Antoni Gaudí. La fachada comienza a perder su rigidez a través de la ornamentación que actúa con varias capas defiendo una jerarquía marcada. En un primer estrato básico, todas las ventanas se recercan con mortero, atándose en un segundo nivel en la parte superior a través de un elemento de cornisa. Tanto los recercados como la cornisa se transforman progresivamente y de forma aparentemente orgánica en volúmenes salientes y entrantes que terminan emulando una construcción vegetal. Se resaltan los nervios que recorren la fachada verticalmente en el perímetro de los huecos hasta alcanzar la cornisa que se abulta marcando la horizontalidad del remate superior. En un nivel ornamental inferior se produce un crecimiento hacia los laterales de dichos nervios con gran expresividad emulando elementos vegetales que se retuercen sobre sí mismos. La incontinencia formal de la fachada es, en este caso, un rasgo positivo ya que es capaz de formular la última de las capas de la jerarquía estética que dota de identidad al edificio. Los adornos vegetales se saturan con flores, guirnaldas y algunos otros elementos geométricos

Exotismo, vegetación y geometría

La profusión decorativa de la fachada contrasta con la composición geométrica de las carpinterías. Los huecos, situados a haces intermedios contrastan con la habitual mezcla regionalista del modernismo coruñés, provocando la percepción de que esa fachada pertenece al lenguaje arquitectónico de otro lugar. Una sensación de exotismo a la que el inicio del siglo XX daba la bienvenida con entusiasmo. La discretización de la carpintería de madera pintada en tono verde es sencilla, pero parte de un motivo fundamental del modernismo: la circunferencia como elemento organizativo del conjunto. El resto de la hoja de la ventana se resuelve mediante sucesivas divisiones proporcionales entre sí. 

Imagen: Nuria Prieto

La cornisa se adorna con flores que se disponen de forma regular, mientras que los cambios volumétricos abruptos en los nervios de la fachada se decoran con borlas vegetales. En la agrupación doble de los huecos de la primera planta y la segunda, aparecen elementos geométricos en aquellos puntos en los que la ausencia de motivos florales dejaría el espacio mudo. La mezcla ornamental de la fachada que va desde los elementos florales a los canecillos de remate sobre la cornisa podría resultar anárquica o excesivamente saturada, sin embargo, a través del trazo de Julio Galán cada elemento encuentra su lugar

Esta fachada está considerada como una de las mejores del modernismo coruñés. El arquitecto Antonio Amado, recoge en su tesis doctoral (1994) una relación interesante de este edificio con otra obra del mismo autor también concluida en 1908 y situada en el número 5 de la calle Fernando González. El paralelismo entre ambas es notable, ya que el lenguaje es idéntico, aunque el resultado en la calle Galera es mucho más puro con respecto al dogma modernista. 

Imagen: Nuria Prieto

El moldurado de esta fachada, que parece cobrar movimiento, somete al observador a un recorrido desde la rigidez inicial de una composición ordenada a la dinámica más expresiva de un modernismo sin murmuración. La referencia directa de esta obra puede encontrarse no sólo en el modernismo catalán más específico y quizás más conocido por Julio Galán, sino también en cualquier obra de la primera década del siglo XX francés, especialmente las proyectadas por Jules Lavirotte y Hector Guimard que, aunque más complejas, obedecen a conceptos estéticos similares. 

Y ¿si no hay fachada?

A veces, se suele decir que la forma de comprender un razonamiento es probarlo en negro sobre un fondo blanco o viceversa. Frente a la compleja comprensión de una fachada saturada propia del modernismo, puede contraponerse la ausencia de ella. Un plano mudo, con o sin huecos apenas definidos, genera una percepción obviamente diferente a la de aquella que, a pesar de compartir soporte, incorpora un cierto movimiento a través de cualquier estrategia compositiva o lingüística que organiza su estética. 

“La gente sensible ante la perspectiva de un retrato fotográfico ponen la cara que ellos piensan adecuada para mostrar al mundo…De vez en cuando lo que se esconde tras la fachada es extraño y más maravilloso que lo que el sujeto sabe o se atreve a creer”, Irving Penn.

La estética de la fachada define, en muchos casos, la relación del edificio con la ciudad. Un acuerdo que ha variado con el paso de las décadas según el pulso del momento, desde la significación solemne de la fachada Neoclasicista a la negación de la entrada del Movimiento Moderno o la convergencia dinámica de líneas complejas del Barroco. 

Imagen: Nuria Prieto

La calle, la plaza, y tantos otros espacios públicos, patrimonio de la ciudad, no sólo se definen a través de su planta, sino que son las fachadas las que los convierten en ambientes habitables, con identidades diferentes. De la misma forma que un grupo de personas es complejo y requiere un cierto ejercicio visual distinguir sus rasgos, su forma de vestir, de caminar o de gestualizar, las diferentes fachadas de la ciudad pueden tener un aspecto monolítico y neutro, pero cada una de ellas es independiente. Hay edificios que cuentan historias son sólo una ojeada a su fachada, otros son mudos, basta sólo la curiosidad del observador para comenzar a comprenderla, o al menos, interpretarla. 

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