Moncho Valcarce, el cura defensor de Galicia que nadie consiguió silenciar

El 24 de Agosto de 1974 Francisco Franco firmaba en el Pazo de Meirás la expropiación forzosa por vía urgente de “As Encrobas”, autorizando a Lignitos de Meirama, propiedad de Unión Fenosa, la explotación de novecientas hectáreas de terreno para abrir una mina de carbón de las que se extraerían cien millones de toneladas de material. La empresa ofrecía por los terrenos cantidades ridículas, lo que provocó el alzamiento de los vecinos en un conflicto social que removió los cimientos de toda Galicia. En 1977 miles de personas, la mayoría mujeres y ancianos, se enfrentaron a centenares de guardias civiles armados para evitar la expropiación de sus casas y sus tierras. La lucha de los habitantes de As Encrobas traspasó fronteras y se erigió en sinónimo de la lucha contra la injusticia. Entre todos los que lucharon aquellos días se encontraba un gallego al que ya se había intentado silenciar. Un párroco que siempre había luchado por Galicia y que solo quería un mundo más justo. Esta es la historia de Moncho Valcarce, el “Cura das Encrobas” que nadie consiguió silenciar.

Ramón Valcarce Vega nacía en A Coruña el 5 de septiembre de 1935. Era el tercero de ocho hermanos de una familia acomodada de la ciudad herculina que se formaría en la Escuela de los Jesuitas de Vigo y en el Instituto Masculino de Enseñanza Media de A Coruña. Se matriculó en Derecho en la Universidad de Santiago de Compostela, estudios que finalizaría en Salamanca. Pero tras finalizar la carrera tomaría una decisión que cambiaría su vida para siempre: iniciar el camino religioso y estudiar Teología. 

En 1960 ingresa en el Seminario San Martín Pinario de Santiago, a pesar de la oposición de su padre, que quería que estudiara en Roma. Durante su tercer año de estudios viaja a esta ciudad para realizar un curso en la Universidad Gregoriana. Sería aquí donde Moncho comenzó a descubrir Galicia, el nacionalismo y otras maneras de pensar y de vivir la religión que supondrían para él iniciar una nueva etapa de su vida.

Cuando volvió a Santiago para reincorporarse al seminario se encontró con un muro infranqueable que no podía superar. Las ideas que había traído de Roma no encajaban de ninguna manera con lo que allí se enseñaba, ya que consideraba que las cosas se podían hacer mejor y más justas. Sus ideas y algunos escritos críticos con la iglesia le valieron la expulsión del Seminario acusado de ser un agitador de tendencia comunista.

Afortunadamente tenía un poderoso aliado, el Arzobispo Fernando Quiroga Palacios, que le recomendó que continuase por libre los estudios de Teología en A Coruña bajo la tutela de Manuel Espiña. Así lo hace y en 1969 es ordenado sacerdote.

En marzo de 1971 es nombrado cura de las parroquias de Sésamo y Sueiro, en el Ayuntamiento de Culleredo. Desde el principio el nuevo cura sorprende a los vecinos ya que habla gallego, no viste como un cura, usa boina, no cobra por los oficios religiosos, participa en los trabajos comunitarios, no usa el confesionario, utiliza vino de ribeiro y pan del país en misas en las que todos pueden participar y en las que denuncia las injusticias, la desigualdad y el caciquismo.

Las autoridades eclesiásticas comienzan a incomodarse con Moncho, ya que en sus misas se habla claramente de ideas antifranquistas, además de permitir que la casa rectoral albergue una imprenta del Partido Comunista y que sea usada como punto de reunión en el que se puede hablar de lo que se quiera y cuando se quiera.

En septiembre de 1974 es detenido en Betanzos mientras asiste a una reunión clandestina del Partido Comunista y pasa tres días en el cuartel de la Guardia Civil. Es trasladado a la cárcel de A Coruña donde pasa dos semanas detenido y después es enviado al Monasterio de Poio durante dos meses. En su ausencia los feligreses llevaron a cabo una “huelga” de misas hasta que el cura “rojo” volvió. Cuando lo hizo se celebró una gran fiesta en su honor y en homenaje a todos los que luchaban por la libertad.

Su encarcelamiento fue el punto de inflexión que le impulsó a implicarse en las estructuras políticas del nacionalismo gallego. Firmó los estatutos de legalización de la Asamblea Nacional Popular Galega, ayudó a fundar la revista “Fouce” de Comisión Labregas, se presentaría como Senador por el Bloque Nacional-Popular Galego en 1977 y más adelante llegaría a ocupar el cargo de Teniente de Alcalde por el BNG en el Ayuntamiento de Culleredo.

Pero quizá el momento que le dio una mayor relevancia (que nunca quiso) fue el conflicto de As Encrobas. 

En 1974 Franco expropiaba 900 hectareas de terreno para la empresa, propiedad de Unión Fenosa, Lignitos de Meirama, que pretendía explotar una mina de carbón en As Encrobas junto a una central térmica, la Central de Meirama. 

La empresa, en caso de no llegar a un acuerdo de compraventa con los afectados podía hacerse con los terrenos por el procedimiento de urgencia, es decir, a cualquier precio. Las indemnizaciones que ofrecían eran irrisorias, llegando a pagar menos de 0,09€ por metro cuadrado de tierra, lo que provocó la indignación de los vecinos.

Concienciados de la necesidad de defenderse de este ultraje los propietarios establecieron un objetivo: ningún representante de Unión Fenosa pondría un pie sobre sus fincas. Esta misión contenía un significado mucho más allá del simbólico porque, según la ley, la toma de posesión del terreno expropiado sólo tendría vigencia una vez pisado el terreno.

Así que, el 15 de febrero de 1977, en los montes que dan paso al valle de As Encrobas, centenares de vecinos (entre ellos Moncho) armados con palos, paraguas y utensilios de labranza cortaron el paso a los empleados de la empresa que acudían escoltados por la Guardia Civil. La imagen de mujeres y ancianos enfrentándose a hombres armados con fusiles fue noticia en todos los rincones del planeta y su repercusión fue tal que la presión mediática y social obligó a Fenosa a replantear su oferta y sentarse a negociar, ahora sí, de igual a igual, con los propietarios. Los precios de compra llegaron a multiplicarse hasta por 50.

Moncho se mantuvo al lado de los vecinos y se manifestó junto a ellos, lo que le hizo granjearse una gran popularidad, que de todos modos él nunca había buscado. Pero en el transcurso de las manifestaciones y enfrentamientos de ese día fue detenido por segunda vez en su vida. Y de nuevo, por defender a los demás. Aun así, no consiguieron silenciarle, ni que dejara de luchar, ni que bajara los brazos ni que apagara su voz.

Tras As Encrobas le siguieron otros muchos lugares: Baldaio, donde una empresa quería expropiar la zona para extraer arena, Xove, donde Fenosa proyectaba una central nuclear, Tordoia, Portodemouros… Con su presencia Moncho les daba fuerza. Con su palabra Moncho les daba voz. Con sus ideas Moncho les daba legitimidad. Su apoyo a los grupos políticos antifranquistas, a las revueltas agrarias y a los levantamientos campesinos le convirtieron en uno de los referentes históricos del agrarismo gallego.

Pero la jerarquía eclesiástica no podía permitir que esto siguiera ocurriendo. Moncho era una figura incómoda, mediática y polémica que no podía seguir llamando la atención. Por todo ello lo enviaron en 1987 a Salamanca con la excusa de realizar un curso de reciclaje en la Universidad Pontificia cuando realmente lo que querían era que “corriera el aire”. De manera encubierta le prohibieron ejercer de párroco debido a sus “incómodas” ideas políticas.

A su vuelta a Galicia un año después, aceptó formar parte de un equipo pastoral en As Pontes de García Rodríguez, donde comenzó a dar clases de religión en su Instituto de Educación Secundaria, al que posteriormente bautizarían con su nombre. Pero nunca dejó de luchar por los demás.

Ramón fue pionero en una institución que necesitaba y necesita a muchos más como él: la iglesia. Él fue uno de los primeros en convertir el espacio eclesiástico en un centro de vida popular, promoviendo actividades culturales y una biblioteca, acogiendo a personas que pensaban diferente y aglutinando a la juventud en su casa como un refugio para la libertad.

Moncho vivía como un pobre, disfrutando de una vida sencilla que decía que le hacía valorar cada día el maravilloso acto de vivir. Además, entendía que la mejor manera de entregarse a Dios y cumplir su voluntad era luchando por los más débiles y contra las injusticias hasta las últimas consecuencias y, por ello, nunca le intimidaron los encarcelamientos, ni las multas, ni los insultos, ni las torturas, ni las acusaciones, ni las amenazas de muerte. Él solo quería un mundo más justo.

Nadie fue capaz jamás de silenciar a Moncho. Solo un maldito enemigo pudo con él. Un cáncer que el 1 de febrero de 1993 acababa con su vida y que convertía en eterno su legado. Fue enterrado en A Coruña, en el Cementerio Municipal de San Amaro, cubierto con la bandera nacionalista, con el sonido del himno gallego de fondo y entre versos de Fermín Bouza Brey. 

Ese día moría el hombre y nacía la leyenda.

Iván Fernández Amil. Historias de la Historia.

Referencias:

• es.wikipedia.org
• lavozdegalicia.es
• publico.es
• monchovalcarce.org
• praza.gal
• elpais.com
• turismoculleredo.wordpress.com
• culturagalega.gal
• galegos.galicidaigital.com
• entrenosdigital.com