17 marzo, 2024 02:00

El 15 de marzo de 1581, en Maastricht, Felipe II emitía un edicto en el que declaraba a Guillermo de Orange, líder de los rebeldes en los Países Bajos, traidor y hereje, además de poner precio a su cabeza. En respuesta, Guillermo publicaría una obra que marcaría durante siglos la imagen del Imperio español: Apología del príncipe de Orange, traducido a varios idiomas y remitido a las principales cortes europeas.

Este panfleto propagandístico es considerado el nacimiento de la Leyenda negra y en él se hacían acusaciones de crueldad y barbarismo contra todos los españoles (castellanos, en realidad). También recopilaba antiguas denuncias italianas y alemanas de mezcla de razas, acusando a los españoles de judíos y moros.

Además, se atacaba personalmente al rey Felipe II, acusándolo de mujeriego, adúltero, de haber tenido relaciones incestuosas, de bigamia, de asesino de su esposa y de su propio hijo y heredero, Carlos, motivo por el cual el monarca comenzó a ser conocido con el sobrenombre de Demonio del Sur.

Con el tiempo, toda esta fantasiosa propaganda se habría olvidado, pero una década después, una de las figuras más importantes de la corte de Felipe II decidió, en venganza por haber sido condenado en España por traición, corrupción y asesinato, promover el movimiento antiespañol, regando la semilla de la Leyenda negra. Aquel personaje, aquel Judas español, se llamaba Antonio Pérez del Hierro y tiene el dudoso honor de ser el mayor traidor español de todos los tiempos.

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El origen de un traidor

Se cree que Antonio Pérez del Hierro nació en Valdeconcha, en la provincia de Guadalajara, en el año 1540 o 1542, poco tiempo después de que su padre, Gonzalo Pérez, secretario de Estado del emperador Carlos I, fuese ordenado sacerdote. El emperador lo legitimó como hijo de Gonzalo, pero nunca se esclareció quien era su madre.

Antonio Pérez del Hierro.

Antonio Pérez del Hierro. Wikimedia Commons

Diferentes historiadores consideran que existen suficientes indicios para afirmar que realmente era hijo natural del príncipe de Éboli, Ruy Gómez da Silva, fruto de una relación extramatrimonial, y que su paternidad fue admitida por Gonzalo por lealtad y como favor al poderoso noble.

El joven Antonio fue educado en las universidades españolas e italianas más prestigiosas de su tiempo bajo la protección de la familia castellana de los Mendoza, un linaje emparentado con el príncipe de Éboli, lo que le permitió ser nombrado, en 1553, secretario personal del joven príncipe Felipe y futuro rey.

En 1556, el emperador Carlos I abdica y el príncipe se convierte en Felipe II. Antonio Pérez continúa como su secretario particular mientras su padre, Gonzalo Pérez, sigue ejerciendo como secretario de Estado hasta su muerte en el año 1566. Un año después, Antonio recibió el puesto de su padre, pero con sus competencias recortadas, ya que fue nombrado secretario de Estado, pero haciéndose cargo solo de los asuntos de Italia y el Mediterráneo.

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Intrigas de palacio

Durante años siguió ganándose la confianza y el respeto de Felipe II, mientras acumulaba poder y riquezas. Tiene acceso a la correspondencia personal del rey, algo que utiliza para su propio beneficio personal y que le permite aconsejar e instigar, llegando a revelar secretos de estado a enemigos para provocar reacciones de las que sacar partido, con las que justificar represalias o desinformando para beneficiarse del caos generado.

Además, en 1573, tras la muerte del príncipe de Éboli, se asoció con su viuda, Ana de Mendoza de la Cerda, de la que nunca se separaba, gracias a la cual mejoró su relación con la aristocracia y comenzó el tráfico de información gubernamental entre los enemigos de España, en una sociedad que fue muy provechosa para ambos.

Retrato de Don Juan de Austria en 1567.

Retrato de Don Juan de Austria en 1567. Wikimedia Commons

Antonio aconsejaba una cosa en público y la desaconsejaba en privado, tomaba partido ante unos y después lo hacía ante otros, desmentía y luego afirmaba, convivía con los excesos, los abusos y ejercía el chantaje cuando le era conveniente, convirtiéndose en un auténtico maestro del engaño, las intrigas y las maquinaciones.

Por ello, designó a su antiguo ayudante, Juan de Escobedo, entonces secretario de Hacienda, como secretario personal de Don Juan de Austria, hermano del rey Felipe II, con la intención de recopilar información de los asuntos del gobernador de los Países Bajos, puesto para el que fue designado Don Juan en 1576.

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Engañando a un rey

Con la información de su infiltrado, Antonio Pérez navegaba entre dos aguas, aconsejando a Don Juan que firmara la paz en Flandes para poder emplear sus tropas en la invasión de Inglaterra, mientras decía a Felipe II que su hermano pretendía hacerse con el trono inglés para declararle la guerra y hacerse con su corona.

Sin embargo, el carismático hermano no tardó mucho en ganarse la lealtad de Escobedo, que dejó de informar de sus movimientos e informó a Don Juan del doble juego de Antonio, provocando que enviara al secretario a Madrid para informar de la traición al rey. Antonio intentó comprar a Escobedo, lo amenazó e incluso intentó coaccionarle, pero no tenía con qué chantajearle, por lo que aconsejó al rey eliminarlo, presentando a su hermano y a su secretario como dos conspiradores que planeaban derrocarlo.

Muerte de Juan de Escobedo.

Muerte de Juan de Escobedo. Museo del Prado

Finalmente, la tarde del 31 de marzo de 1578, tras intentar envenenarle en dos ocasiones, Antonio conseguía acabar con la vida de Escobedo cuando regresaba de reunirse con la princesa de Éboli, a quien todavía consideraba una aliada suya y de Don Juan de Austria. En la esquina que hacía la calle Mayor y la de la Almudena, cerca de Bailén, Escobedo se dirigía a palacio real para tener la audiencia con el rey en la que denunciaría a Antonio por traición.

Al doblar la esquina, caída ya la noche, seis asesinos le rodearon, sujetando las riendas de su montura mientras uno de ellos la asestó una estocada que le atravesó, matándolo al instante. Fin del problema. O eso creía Antonio López.

Las sospechas del asesinato recayeron inmediatamente sobre su espalda, sin embargo, Antonio gozaba de la protección de Felipe II, que rechazó todas las acusaciones en su contra.

Se descubre el pastel

Pero el uno de octubre de ese mismo año, 1578, Don Juan de Austria fallecía a los 33 años de edad debido a unas fiebres tifoideas. Aunque el hermano del rey había actuado en ocasiones de manera imprudente e incluso desafiante, jamás pretendió derrocar a su hermano, y así se lo hizo saber con la documentación personal que llegó a manos de Felipe II tras su muerte, gracias a la cual, descubrió no solo la trama de mentiras de Antonio, sino que su hermano siempre le había sido leal.

Tras descubrir la traición, el rey ordenó la detención de Antonio Pérez la noche del 28 de julio de 1579 por tráfico de secretos de Estado y corrupción. Felipe II envió al alcalde de Madrid y 20 alguaciles a ocupar su despacho para invitarle a que los acompañara. Su socia, la princesa de Éboli, fue puesta bajo custodia y tiempo después sería recluida en su propio palacio de Pastrana, donde pasó el resto de su vida.

Antonio, recibiendo a su familia tras ser torturado.

Antonio, recibiendo a su familia tras ser torturado. Wikimedia Commons

El proceso contra Antonio López se alargó durante 11 años y, simultáneamente, se inició la investigación por el asesinato de Escobedo, que Antonio confesó tras ser sometido a tortura.

En abril de 1590, escapó de su prisión en Madrid y huyó a Zaragoza, donde consiguió la protección de los fueros aragoneses, donde la jurisdicción de los tribunales de Castilla no llegaba. Mientras en Madrid era condenado a muerte en su ausencia, Antonio apeló a los fueros en busca de protección y alentó la rebelión contra Felipe II.

El Rey entonces decidió usar un tribunal al que ni siquiera Aragón podía oponerse: la Inquisición. Acusándolo de herejía, pidió el traslado de Antonio, pero su decisión provocó una revuelta en Zaragoza, conocida como la Revuelta de Antonio Pérez o Turbaciones de Aragón, que derivó en una grave crisis obligando a Felipe II a movilizar un ejército de 12.000 soldados para restaurar el orden.

Traicionando a España

Mientras tanto, apoyado por los aragoneses, Antonio huyó a Francia, donde recibió el apoyo de Enrique IV de Francia, a quien le vendió buena parte de los secretos de Estado de sus vecinos y con quien conspiró para una posible invasión y derrocamiento de Felipe II, pero su venganza finalmente fracasó, ya que el rey francés abjuró del protestantismo y firmó un acuerdo de no agresión contra España, exponiendo de nuevo a Antonio a la Inquisición.

Por ello se trasladó a Inglaterra en busca de asilo, donde puso sus conocimientos al servicio de la mayor enemiga de la corona española: Isabel I.

Antonio Pérez del Hierro.

Antonio Pérez del Hierro. Wikimedia Commons

Los británicos acababan de perder a dos de sus mayores héroes nacionales, los piratas Francis Drake y John Hawkins, así que Antonio se convirtió en su mejor aliado en una acción que provocaría la quiebra de la Real Hacienda española, un golpe más duro que la pérdida de la Armada Invencible: el saqueo de Cádiz de 1596.

Ante la amenaza de una invasión española inminente, Isabel I ordenó atacar la flota española fondeada en el puerto gaditano y para ello envió una flota de 150 naves y 7.000 soldados, que penetraron a la bahía el 30 de junio de 1596, saqueando e incendiando la ciudad y la flota española de Indias, contando con la ayuda inestimable del traidor español, que asistió al espectáculo embarcado en uno de los barcos ingleses, informando de defensas, tácticas y prácticas de los defensores españoles.

La Leyenda negra

Pero Antonio Pérez, aún estaba satisfecho del todo, así que decidió que su venganza continuaría y se extendería a lo largo de los siglos. Para ello puso todo su empeño en redactar y publicar multitud de escritos, artículos, textos y libros contra Felipe II, oculto tras seudónimos, con lo que promovía el movimiento propagandístico antiespañol.

Su publicación, Relaciones, es uno de los pilares de la Leyenda negra contra España, la base de casi todo lo que vendría después, una leyenda que le debe muchos párrafos a la pluma del traidor Antonio Pérez.

Como todo gran villano, Antonio se merecía un gran final, pero cuando dejó de ser de utilidad para ingleses y franceses, fue simplemente olvidado, con el desprecio que merece todo traidor, motivo por el que murió marginado y en la más absoluta pobreza en el año 1611 en París, tras reclamar en varias ocasiones, sin éxito, el perdón de la Corona a la que tantas veces había traicionado.