11 mayo, 2024 02:48

El primer día que debía declarar en la Audiencia Provincial de Madrid, Rodrigo Rato llegó en su Vespa, pasadas las nueve y media de la mañana. Se equipó con dos botellas de agua Bezoya y una lata de Coca-Cola zero.

Las colocó en la mesa ubicada frente al tribunal. Hasta los jueces de la Sección Séptima se sorprendieron de su particular minibar. "No creo que le dé tiempo a bebérselas todas", le advirtió su presidenta, la magistrada Ángela Acevedo, entre tímidas risas.

Pero el acusado daba por hecho que estaría buena parte de la mañana declarando. Porque tenía mucho que explicar y quería tener la voz fresca. Y así sucedió. No paró hasta cerca de la hora de comer.

Rodrigo Rato, anunciando la salida de Bankia a bolsa el 20 de julio de 2011

Rodrigo Rato, anunciando la salida de Bankia a bolsa el 20 de julio de 2011 EFE

Aquello ocurrió el pasado 10 de abril, en la que fue la cuadragesimoprimera sesión del juicio en su contra. La del próximo lunes será la número 53, uno de los últimos coletazos del procedimiento judicial antes de que la Audiencia madrileña dicte una sentencia.

El Rato que, día a día, tras aparcar su moto, ha subido las escaleras de la Audiencia madrileña en su particular viacrucis judicial poco tiene que ver con el que hacía sonar la campana para anunciar la salida a bolsa de la ya extinta Bankia. Ni con el Rato que, desde Washington, manejaba los hilos de la economía mundial como director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI). El de hoy no es sino sólo un reflejo caído en desgracia del todopoderoso hombre fuerte del aznarismo.

El origen de millonaria fortuna, ahora, está en entredicho. Será una sentencia la que disponga si fue o no legal. El exministro de Economía y vicepresidente del Gobierno con Aznar defiende que sí. Y en el juicio del llamado caso Rato ha defendido su postura con mano de hierro y guante de seda, frente a una Fiscalía Anticorrupción que solicita para quien fuese uno de los hombres más poderosos de España nada menos que 63 años de cárcel y 42 millones de euros de multa por varios delitos fiscales, de corrupción en los negocios y de blanqueo de capitales.

El guante de seda lo pone su abogada, María Massó, letrada del prestigioso despacho Baker & McKenzie. Se trata del mismo bufete que cuenta entre su cartera de clientes con quien fuese secretario de Estado de Seguridad con Rajoy, Francisco Martínez, defendido por la penalista Alicia Franch, o María Dolores de Cospedal, exsecretaria genetal del PP y exministra, de cuya defensa se encargó Jesús Santos cuando fue imputada en el caso Kitchen, la misma causa por la que el ex número dos de Interior sí se sentará en el banquillo. 

[La fiscal pide 63 años de cárcel para Rodrigo Rato y 42 millones de multa en el juicio sobre su fortuna]

Durante el juicio, Massó ha defendido la legalidad de todas las operaciones societarias de Rodrigo Rato, frente a las tesis "contradictorias y absolutamente arbitrarias" de la Fiscalía, que sostiene que el exministro ocultó fondos en el extranjero para esquivar a Hacienda y aumentó su enorme fortuna con el cobro de comisiones ilegales durante su presidencia de Bankia.

"Como todos sabemos, los castillos de naipes caen fácilmente, y veremos cuántos soplidos aguanta éste", retó la letrada, que, durante el juicio, ha realizado una calmada, pero extensa y minuciosa, defensa de su cliente. Tan extensa y detallada que la presidenta del tribunal llegó a exigirle más brevedad y concisión. "Todavía me queda y es... densa", advirtió la abogada en una de las sesiones.

El puño de hierro de su defensa lo aporta el propio Rato, que llegó a enzarzarse con la fiscal anticorrupción Elena Lorente. El pasado 11 de abril, el segundo día de su declaración, el exministro provocó que la fiscal Elena Lorente tuviese que pedir auxilio al tribunal para que los magistrados garantizasen "el debido respeto".

Mientras era interrogado, el acusado señaló con el dedo y con tono despectivo a "estos señores". ¿A quiénes se refería? A las dos acusaciones en su contra: Anticorrupción y la Abogacía del Estado.

—A ver, a ver, señoría, no, no... Apuntar a esta acusación... Creo que se nos debe el debido respeto y lo reclamamos— intervino rápidamente Lorente.

—Eso depende de lo que cada cual opine, señora fiscal. El respeto se gana— replicó Rato, tajante. —Después de nueve años, le tengo el respeto que le tengo que tener...— aseguró.

La magistrada Ángela Acevedo se vio obligada a intervenir y a calmar los ánimos. "Señor Rato, no. No vamos a entrar en discusiones aquí", ordenó la jueza, en quien, como presidenta del tribunal, recaen funciones como ésta.

"Pues muy bien, pero vamos a poner a cada cual en su sitio", retó el exministro. Acevedo también tuvo que calmar a la Fiscalía: "Si el señor acusado le falta el respeto, yo me ocuparé". Con aquel ambiente en la sala, unos quince minutos después, la magistrada ordenó un receso. Para ventilar los ánimos.

[Tensión entre Rato y la fiscal: "El respeto se gana. Y yo le tengo el que le tengo que tener"]

Tras casi nueve años de instrucción, Anticorrupción insiste en ubicar a Rodrigo Rato como beneficiario de un entramado societario internacional, con empresas en Suiza o Luxemburgo.

El acusado defiende el origen totalmente legal de su fortuna. Ante el tribunal, mencionó una herencia paterna —"dinero que mi padre tenía en Suiza"—, su pensión como antiguo director gerente del FMI y la regularización fiscal a la que se sometió en 2012, promovida por el entonces ministro Cristóbal Montoro, a través de la cual afloró parte de su dinero en el extranjero. Todo ello, según insistió, siguió los cauces legales.

También negó haber sido residente fiscal en España cuando presidía el Fondo Monetario Internacional, a fin de justificar que no defraudó al erario público. Para demostrarlo, ha aportado incluso su cartilla de vacunación en Estados Unidos, en cuya capital se ubica la sede central de dicho organismo.

No lo cree así la fiscal Elena Lorente, que sospecha que el expolítico cometió varios delitos de fraude fiscal y que una parte de su vasto patrimonio deriva de supuestas comisiones irregulares cobradas a través de contratos de publicidad firmados cuando el exministro presidía Bankia.

Rodrigo Rato acudiendo a declarar.

Rodrigo Rato acudiendo a declarar. EUROPA PRESS

A preguntas de Massó, Rato tachó las acusaciones en su contra de "inquisitoriales", "peregrinas" y "demenciales". "La Administración española nos pide respeto y no sabe que las cotizaciones de las monedas cambian... Pues ¿qué quiere que le diga? No se lo puede uno creer...", contestó Rato, de mal humor. De nuevo, el puño de hierro.

Pero con la misma contundencia que la defensa, la acusación también ha formulado sus tesis. El escrito de acusación definitivo de la fiscal, consultado por EL ESPAÑOL | Porfolio, tacha de "enorme" el patrimonio que Rodrigo Rato acumuló fuera de España, "con inversiones y reinversiones constantes, desconocidas para el erario público".

"Además, por otro lado, ha eludido el pago de impuestos por sus servicios profesionales, parapetándose tras una red de sociedades interrelacionadas entre sí", le acusa Anticorrupción.

"En resumen, lo que ha buscado es el ánimo defraudatorio y el impago de impuestos, por lo que ha utilizado una red societaria nacional e internacional gestionada por él", reza el escrito.

[Rato arremete contra la Fiscalía y defiende el origen legal de su fortuna: "Heredé de mi padre"]

Paraísos fiscales

Por su parte, la Abogacía del Estado cuestiona también el origen de la fortuna de Rato. Su representante se preguntó en el juicio por qué el exministro poseía empresas en Panamá y Bahamas, "que son paraísos fiscales", constituidas, además, por el "infame" despacho de abogados Mosack Fonseca, especializado en offshore y del que partió la filtración de documentos que dio lugar al caso de Los Papeles de Panamá.

El juicio del caso Rato también ha tenido espacio para el llanto. A lágrima viva, quien fuera secretaria del exministro relató cómo en 2015 fue detenida para que los agentes de la Guardia Civil registraran su vivienda. "Se me presentan 20 personas, en mi casa no cabíamos. Yo ayudo, porque mi casa tiene armarios altos y no los miraron. Y yo digo que no se van de mi casa sin mirar todo. Todo. Busco las escaleras y hago que miren todo. Me preguntaron por cajas fuertes", declaró Teresa Arellano, también acusada. "En ocho años y medio, no he vuelto a saber nada", manifestó.

La Fiscalía Anticorrupción sostiene que la mujer ayudó al exdirigente a maniobrar para cobrar comisiones ilegales por la adjudicación de contratos de publicidad a las compañías Publicis y Zenith durante su etapa como presidente de Caja Madrid y de Bankia. Ella, entre llantos, negó conocer nada del asunto y lamentó que su vida "se haya acabado profesional y personalmente". "Perdónenme, lo siento, lo siento, de verdad, pero es una situación que no he podido superar", se disculpó al tribunal por sus lloros.

El juicio toca a su fin y con él, una era. La que se inició aquel día de 2015 en el que Rato fue introducido en un coche patrulla por la nuca por un policía, una imagen que se hizo célebre.

Rodrigo Rato, el día de su detención, el 17 de abril de 2015.

Rodrigo Rato, el día de su detención, el 17 de abril de 2015. GTres

"Él cayó en desgracia hace mucho tiempo. Y eso que es el considerado hacedor del milagro económico de Aznar, pero hoy, ya apenas se le recuerda en el PP, salvo los más veteranos", señala a EL ESPAÑOL | Porfolio un amigo del exministro, que da por hecho que será condenado, pese a que "nunca ha robado un duro público".

"Él dispone de mucho dinero y se puede permitir esto, que, al fin y al cabo, es luchar durante ocho años contra todo el aparato del Estado", comenta esta fuente. En efecto, el mito caído del PP se enfrenta a cara de perro contra ese brazo estatal del que un día, hace tiempo, alcanzó la cúspide.

"Pero sí, dos décadas después, que es lo que hace que dejó de ser vicepresidente de Gobierno y ministro, ya es pasado en el partido", comenta este amigo del extitular de Econonomía. 

En contra de lo que canta el tango de Gardel, 20 años, en política, sí son muchos. Suficientes, al menos, para descabalgar al todopoderoso Rato del coche oficial y sentarlo en un banquillo.