28 noviembre, 2021 02:37
Guadix (Granada)

No se vendían tantas viviendas en España desde antes del crack del 2008. Pero, ante el boom que experimenta el mercado tras el confinamiento de la pandemia, el albañil Luis Manuel Villalba tiene claro que la apuesta inmobiliaria con más futuro es la troglodita. Volver a la prehistoria…, con calidades de vanguardia.

"Si tuviera ahora cien mil euros, los invertiría en comprar casas cueva", recomienda este padre de familia de 33 años. Sabe de qué habla. Vive con su mujer y sus dos hijos en una de las 20.252 casas cueva censadas que hay en la provincia de Granada, el paraíso europeo de las viviendas excavadas en la tierra, en el sudeste de la península Ibérica. Él mismo ha picado y reformado la que habita en Guadix.

Además, con su empresa Villalba Construcciones y Rehabilitaciones se dedica junto a su colaborador cuevero (picador) Miguel Fernández a rehabilitar casas cueva antiguas y casi abandonadas para convertirlas, como dice con orgullo, en "búnkeres" comodísimos, resistentes a los terremotos y dotados de una climatización y una insonorización tan naturales como gratuitas.

Trabajos en el exterior de una de las casas cueva que ha reformado Luis Manuel Villalba.

Trabajos en el exterior de una de las casas cueva que ha reformado Luis Manuel Villalba. Cedida

El cuevero Miguel Fernández, compañero de Luis Manuel Villalba, en la ampliación de una casa cueva.

El cuevero Miguel Fernández, compañero de Luis Manuel Villalba, en la ampliación de una casa cueva. Cedida

Un cuevero trabaja en la ampliación y reforma de una de las casas cueva que ha entregado Villalba Construcciones.

Un cuevero trabaja en la ampliación y reforma de una de las casas cueva que ha entregado Villalba Construcciones.

Luis Manuel y sus clientes pertenecen a la tribu de Los Picapiedra en versión sostenible del siglo XXI. Ya ha entregado nueve flamantes casas cavadas en la arcilla durísima del altiplano granadino y precisamente viene hoy de tomar medidas a otra casa cueva en desuso para darle el presupuesto al nuevo propietario. Se trata de un joven de 25 años que se la ha comprado por 25.000 euros a un vecino emigrado hace décadas a Cataluña que no podía hacerse cargo de su vivienda natal. "La usaban de corral para guardar animales", dice Luis Manuel, que calcula que la reforma costará unos 60.000 euros. La inversión valdrá la pena porque el inmueble se revalorizará el doble, destaca el constructor autónomo.

Este septiembre se han vendido en España 54.801 viviendas de todo tipo, la mayor cifra desde abril de 2008, antes de la crisis del ladrillo (suman 421.267 transacciones en los primeros nueve meses del año). En este contexto, Luis Manuel pone como ejemplo su propio caso para sostener que una vivienda cueva es mejor que un apartamento o una casa con tejado artificial. Se crió en Águilas, Murcia, y siempre vivió en pisos. Hace diez años se vino a trabajar a la tierra de origen de la familia, en Guadix, y hace cinco le compró a un emigrante en Cataluña su vieja cueva familiar, en el barrio de La Teja, vacía desde hace mucho tiempo.

"Me costó 25.000 euros, incluidos los gastos del notario. La reforma me salió por unos 50.000 euros, porque yo trabajaba en ella de peón; si no, habrían sido unos 75.000. Hoy, la podría vender por  250.000, y creo que vale más", explica. Es decir, que por 100.000 euros de inversión se puede transformar una cueva en mal estado en una vivienda de altas prestaciones.

La demanda se dispara

Luis Manuel Villalba dice que en los últimos tres años la demanda ha crecido más del 60% y que abundan las obras de rehabilitación. Los demandantes son, estima, un 70% de españoles y un 30% de extranjeros, sobre todo franceses, británicos, alemanes y holandeses. Entre los españoles, hay tres perfiles principales: antiguos emigrantes en Cataluña, o sus hijos, que vuelven a sus pueblos de origen y rehabilitan las casas cuevas donde vivieron de niños, o compran otras cercanas; familias jóvenes de los municipios donde se concentra esta arquitectura subterránea, en las comarcas granadinas de Guadix, Baza y Huéscar, al noreste de la provincia; y personas de diferentes edades de otras partes de España que han descubierto las bondades de este paisaje y este hábitat.

No consumen ni calefacción ni aire acondicionado porque la temperatura se mantiene de forma natural a 20 grados

Vista del hábitat troglodita en el Barrio de las Cuevas de Guadix.

Vista del hábitat troglodita en el Barrio de las Cuevas de Guadix. E. del C.

Las ventajas son muchas. Esté helando fuera en invierno o ardiendo de calor el aire en verano, el interior se mantiene todo el año de forma natural a la misma suave temperatura de unos 19 o 20 grados, por lo que no consumen ni calefacción ni aire acondicionado y ahorran cientos de euros anuales en energía eléctrica. "Yo duermo todo el año en calzoncillos tapado con una sábana", resume el propietario y albañil troglodita. El silencio dentro es absoluto. El ruido no entra ni sale: aunque uno celebre una fiesta salvaje, el vecino no se enterará. Son también viviendas impermeables: no hay que reparar goteras. Esta arquitectura tradicional se adapta a la orografía y aguanta los seísmos. La luz solar la reciben de sobra en el patio de la entrada. Si pusieran placas solares (aún no se ven apenas), tendrían energía asegurada, pues aquí luce el sol 296 días al año.

El único inconveniente (o ventaja, según se mire, si uno quiere desconectarse) es que en la parte más profunda no llega la señal de móvil. Si quieren hablar por teléfono sin cables desde una habitación recóndita, tiene que ser por internet a través del wifi de la línea por cable instalada en la cueva. A estos peculiares alojamientos se llega en coche y muchos tienen garaje para aparcarlo dentro, bajo techo rocoso.

La demanda de alquiler, dice Luis Manuel, ha subido igualmente y el precio de una cueva en buenas condiciones oscila, según el tamaño, entre 350 y 500 euros al mes. Avisa de que en Guadix es cada vez más difícil encontrar una porque es la capital de la comarca y hay una alta demanda de trabajadores que vienen al centro logístico de Mercadona y a un gran matadero. Él y su mujer estuvieron de alquiler un año y pico pagando 400 euros más la luz y el agua, les gustó y se decidieron a comprar.

El antes y el después de una de las habitaciones que ha excavado Luis Manuel Villalba.

El antes y el después de una de las habitaciones que ha excavado Luis Manuel Villalba. Cedida

Picar la arcilla para excavar una cueva nueva o ampliar una existente es "un trabajo durísimo", pero se avanza más deprisa que en una construcción exenta al aire libre. Cuenta Luis Manuel que hace unos días ha excavado una nueva habitación. Él y otros dos hombres estuvieron picando entre ocho y diez horas diarias durante cinco días para abrir un espacio de 18 metros cuadrados y con una bóveda de cañón de 2,7 metros de altura en la clave. De aquí sacaron 24.000 kilos de tierra arcillosa. ¿Qué se hace con ella? "Yo la doné, pero se vende para hacer ladrillos y tejas, y para echarla en los terrenos de cultivo, porque es muy buena", explica el cuevero. ¿Y la seguridad? Responde que las viviendas excavadas son aún más sólidas que las normales y que se rigen por los mismos requisitos legales: "Para una ampliación, solicitamos en el permiso de obra picar techos y aplomar paredes. ¡Las que hago yo son como un búnker!". 

En rojo, la zona de casas cueva de la comarca de Guadix ampliada en el mapa superior.

En rojo, la zona de casas cueva de la comarca de Guadix ampliada en el mapa superior.

Hace unos años, vivir en casas cueva era sinónimo de pobreza, pero hoy, rehabilitadas y vistas como un ejemplo de arquitectura popular y sostenible, adaptada al territorio y a la lucha contra el calentamiento global, adquieren un nuevo estatus prestigioso. Su intensa recuperación cuenta con el apoyo de las administraciones. En 2012 y 2016, con dinero del Fondo Europeo de Desarrollo Regional (Feder), la Diputación de Granada realizó el Inventario de Viviendas Cueva, que arrojó un balance de 20.252, repartidas en 27 municipios de las comarcas de Guadix, Baza y Huéscar, sin contar las del barrio del Sacromonte de Granada capital (ver el apoyo con las cifras desglosadas). De ellas, el 42% se encontraba entonces en buenas condiciones y, el resto, en un estado malo, regular o de ruina.

28 municipios granadinos

Inventario. Alamedilla (97 casas cueva), Baza (1.036), Beas de Guadix (138), Benalúa de Guadix (1.097), Benamaurel (1.993), Caniles (757), Castilléjar (971), Castril (85), Cortes de Baza (853), Cortes y Graena (1.398), Cuevas del Campo (725), Cúllar (1.287), Dehesas de Guadix (256), Fonelas (551), Freila (415), Galera (996), Gor (467), Gorafe (474), Guadix (2.491), Huéscar (810), Marchal (191), Moraleda de Zafayona (60), Orce (711), Purullena (796), Valle del Zalabí (529), Villanueva de las Torres (452), Zújar (597). Al inventario de casas cueva de la Diputación de Granada, con 27 municipios, hay que sumar las de Granada capital, con varias decenas en su barrio del Sacromonte.

En los cinco años que han pasado desde el inventario, se han restaurado muchas y también se han excavado algunas nuevas. El parque inmobiliario troglodita de Granada no sólo no retrocede sino que está floreciendo y camina hacia una era dorada, tras otras épocas de gran actividad en el Neolítico, la Edad Media durante el dominio musulmán, y principios del siglo XX. El valor conjunto de estas más de veinte mil viviendas subterráneas es como mínimo de varios cientos de millones de euros.

La Diputación de Granada, una vez listo su inventario, ha aprobado (en 2018 y en 2020) un Plan Provincial de Intervenciones Urbanísticas para las casas cueva, que financia obras municipales de acondicionamiento de sus entornos, sobre todo relacionadas con acerado, saneamiento y alumbrado público. El último plan prevé una inversión de un millón de euros. Para reparar las viviendas cueva en sí, los propietarios se pueden acoger a las ayudas autonómicas del Plan Vive en Andalucía 2020-2030. En 2007, la Diputación granadina editó una Guía de Buenas Prácticas sobre los aspectos legales, constructivos y urbanísticos de las cuevas.

Registro notarial

No hace tanto tiempo que se vendían y compraban sin inscribirlas en ningún registro, y bastaba un papel entre las partes para probar la transacción. Es lo que le ocurrió a Manuel Rodríguez, de 74 años, cuando en 2007 compró la vieja casa cueva donde, restaurada, vive ahora felizmente. "El vendedor me dio un papel firmado de cuando su familia la compró. Antiguamente, bastaba eso. Yo fui el primero que la registró en el notario", cuenta a EL ESPAÑOL | Porfolio en la soleada placeta ante la fachada de su vivienda, que por fuera parece una casa convencional pegada al cerro.

"El vendedor me dio un papel firmado de cuando su familia la compró. Yo fui el primero que la registró en el notario"

Manuel Rodríguez, propietario de una casa cueva

Manuel Rodríguez, en el patio de su casa cueva en Paulenca, en el término de Guadix.

Manuel Rodríguez, en el patio de su casa cueva en Paulenca, en el término de Guadix. E. del C.

Manuel Rodríguez encarna el perfil de los antiguos emigrantes que han vuelto a vivir en una cueva como cuando eran niños, pero con comodidades desconocidas entonces en la pobre España de posguerra. Compró esta casa cueva en Paulenca, un pequeño anejo de Guadix, a pocos metros de la otra donde nació y creció en una familia de ocho hermanos, los hijos de Ramón y Remedios. En Paulenca, la mayoría de las casas está excavada. Él no escatimó en la suya. "La compré por 30.000 euros y la reforma salió por 130.000", explica Manuel, e invita al periodista a recorrerla por dentro.

Si alguien llegara aquí con los ojos cerrados y los abriera ya dentro, no sabría que está dentro de la tierra, excepto por la falta de ventanas de los cuartos interiores. Enseña el rincón de su bodega, con agujeros tallados en la arcilla para cada botella de vino. Aquí vive con su segunda mujer, que esta mañana está trabajando en Guadix. Se le ve a gusto a Manuel, en su lugar en el mundo.

Vamos a ver también, a pocos minutos andando, la cueva donde nació y vivió hasta que emigró al País Vasco siendo un muchacho. Aquí sigue viviendo su hermano Ramón, el pequeño, de 66 años. Heredada de la familia de su padre, se conserva como un pequeño museo rupestre. Las paredes encaladas muestran la rugosidad del picado original, a diferencia de muchas de las casas cueva rehabilitadas de hoy, que recubren por dentro con ladrillo perforado y son lisas al tacto. Las habitaciones se comunicaban unas con otras en hilera y sin puertas. Manuel y Ramón enseñan la que compartían ellos dos cuando eran niños, al fondo. En aquellos tiempos, cuenta Manuel Rodríguez, el suelo no estaba enlosado como ahora sino que era de tierra apisonada.

Ramón y Manuel Rodríguez, en su cueva natal en Paulenca, presidida por el retrato de sus padres.

Ramón y Manuel Rodríguez, en su cueva natal en Paulenca, presidida por el retrato de sus padres. E. del C.

La habitación al fondo de la cueva donde Manuel y Ramón dormían de niños. Entonces no había electricidad.

La habitación al fondo de la cueva donde Manuel y Ramón dormían de niños. Entonces no había electricidad. E. del C.

No había electricidad ni agua corriente. La traían de una fuente en cántaros y la limpieza corporal era a base de cazos arrojados por encima con agua calentada en el hogar bajo la chimenea. En otra dependencia de la cueva vivían los animales de la familia: el burro, los becerros, las cabras. Su padre era jornalero y Manuel dejó muy pronto los estudios para trabajar con él en el campo. Pero de noche, a la luz de un candil, seguía leyendo y formándose como autodidacta.

Quería escapar de la pobreza y lo hizo yéndose a trabajar a los altos hornos de Mondragón. De allí, se fue a Madrid, donde trabajó 24 años como administrativo de los seguros Assicurazioni Generali, y de ahí a Almería a explotar el invernadero que compró. Siempre en pisos. Hasta que decidió volver a su raíz, a Paulenca, para vivir espléndidamente en una cueva vecina a la de su niñez. No la cambia ahora por ninguna mansión.

Hábitat troglodita   

Manuel nos lleva a ver, a cuatro kilómetros, el Mirador del Fin del Mundo, desde donde se aprecia la espectacular geología que ha propiciado desde hace cientos de miles de años la formación de un hábitat troglodita cavado en las laderas de los barrancos arcillosos formados por la erosión. Es un paisaje perfecto para rodar una película del Oeste. Al pie de la cara norte de Sierra Nevada se extiende esta gran llanura del altiplano granadino, a unos mil metros de altitud, en el que los cursos de los ríos abrieron las cárcavas, cañones y valles en los que surgieron los pueblos rupestres. Muchos de los municipios cueveros se encuentran dentro del Geoparque Mundial de la Unesco de Granada, que protege el valor geológico y paleontológico de la zona y es un atractivo turístico aún poco conocido.

El valle del río Alhama y los pueblos de Beas de Guadix y Marchal, vistos desde el Mirador del Fin del Mundo.

El valle del río Alhama y los pueblos de Beas de Guadix y Marchal, vistos desde el Mirador del Fin del Mundo. E. del C.

Panorama del altiplano desde el Mirador del Fin del Mundo, dentro del Geoparque Mundial de la Unesco.

Panorama del altiplano desde el Mirador del Fin del Mundo, dentro del Geoparque Mundial de la Unesco. E. del C.

Desde el mirador de sugerente nombre se ve, a lo largo del río Alhama, los pueblos de Beas de Guadix, Marchal y Purullena, todos ellos en el inventario de casas cueva. El noreste de Granada es uno de los territorios de España con menor renta per cápita y más afectados por la desertificación demográfica (Guadix perdió un 9,7% de población entre 2010 y 2020), pero la creciente tendencia a rehabilitar las viviendas subterráneas puede favorecer su recuperación, atrayendo habitantes e inversiones. El aislamiento es relativo, pues esta zona cuenta con la ventaja de su ubicación geográfica al lado de la autovía A-92. Desde aquí se llega en coche en 50 minutos a la ciudad de Granada y en 1 hora y 20 a la Costa Tropical.

La hija de Manuel, Alba Rodríguez, nos presenta el caso de su prima Morillas Rodríguez, de 40 años, que cambió un piso en Guadix por una casa cueva. Vanesa acaba de venir de su trabajo, en la limpieza de un colegio. Enseña su hogar junto a sus hijos Patricia, de 13 años, y Sergio, de 7. El padre, Sergio Vílchez, es camionero y está hoy fuera trabajando. "Yo me crié en esta casa cueva, que era de mi abuela materna, y luego estuve viviendo en un piso en Guadix. Pero en ese piso me asfixiaba", dice la propietaria sobre su claustrofobia inversa: se siente en su salsa en el subsuelo. Vanesa convenció a su marido, de la vecina La Peza, que nunca había vivido en una casa cueva, para probar y vivir de alquiler en una vivienda excavada. Les gustó tanto la experiencia que decidieron comprarle la casa cueva a su abuela y ampliarla y restaurarla para dejarla como hoy está, de lujo.

Vanesa Morillas y sus hijos, Patricia y Sergio,  posan en el patio de su casa cueva en Paulenca (Guadix).

Vanesa Morillas y sus hijos, Patricia y Sergio, posan en el patio de su casa cueva en Paulenca (Guadix). E. del C.

Entre 50.000 y 60.000 euros

Dice que una cueva en buen estado para reformar, como era su caso, cuesta entre 50.000 y 60.000 euros, y otros 65.000 el arreglo. Ella contrató a un cuevero que le excavó un pasillo lateral a las antiguas habitaciones, para que fueran independientes y no hubiera, como antes, que pasar de una a otra. Ahora la vivienda tiene unos 150 metros cuadrados. "No cambio mi casa cueva por un piso. Ni por una casa", dice convencida. Tiene microclima, silencio e independencia de los vecinos. Si en la cueva que hay sobre la suya, ladera arriba, hubiera un estruendo, ella aquí abajo no se enteraría. "Somos felices", afirma su hijo pequeño.

"No cambio mi casa cueva por un piso. Ni por una casa", dice Vanesa, que destaca el microclima, el silencio y la independencia

La suegra de Vanesa, Mari Carmen Vílchez Sáez, viene de visita y cuenta que cuando la pareja les dijo dónde se mudaban, se lo tomó un poco a mal: "¡A una cueva! ¡Dónde se va a vivir mi hijo!, pensé. Pero ahora estoy encantada de que vivan aquí. A mi marido le da claustrofobia, pero a mí no, me encanta: he probado todas las habitaciones… ¡Y se duerme de maravilla!".

Vanesa Morillas enseña por dentro su casa cueva. Eduardo del Campo Guadix (Granada)

Su nuera, Vanesa, dice que el regreso a las cuevas desde los pisos va en aumento, y refiere casos muy recientes en la misma Paulenca. Una pareja de Barcelona, ella pintora paisajista, sin vínculos con las casas cueva, se ha comprado una por 65.000 euros para venirse a vivir aquí: "Buscaron por internet y vinieron a verla". Y allí arriba, junto a los boquetes sin puertas de antiguas cuevas abandonadas, en la parte más alta del barranco, se aprecia la explanada y la obra de la nueva vivienda subterránea de un médico de Granada. En una consulta rápida en internet, encontramos cuevas en venta desde 19.500 hasta 165.000 euros. En Alamedilla, alguien la ofrece en alquiler gratis durante cinco años a cambio de que el inquilino la reforme y luego pague 100 euros al mes.

El cinematográfico barrio rupestre de Guadix, visto desde el Mirador de las Cuevas.

El cinematográfico barrio rupestre de Guadix, visto desde el Mirador de las Cuevas. E. del C.

Guadix, municipio de 18.436 habitantes, es el que más casas cueva tiene no sólo de España sino de Europa, con 2.491, según el inventario de 2016. Por antonomasia, su Barrio de las Cuevas es el que concentra la mayoría, en un fantástico paisaje en el que asoman de la tierra las encaladas chimeneas de las cuevas excavadas debajo, y sus fachadas y patios blancos y ocres, mordidos a montículos y barrancas.

La chimenea de una casa cueva asoma en un cerro de Guadix, capital troglodita de Europa.

La chimenea de una casa cueva asoma en un cerro de Guadix, capital troglodita de Europa. E. del C.

En el corazón del barrio, al pie de las escalerillas que suben al Mirador de las Cuevas, está, como dice su rótulo, la Cueva de José, por su dueño, José Ruiz Puertas, que se pasa el día aquí atrayendo a los turistas para que entren a mirar a cambio de un donativo. José Ruiz se precia de que él fue el pionero a quien, a finales de los años 70, se le ocurrió convertir casas cueva en alojamientos para los turistas, sobre todo "trabajadores que no podían pagarse un hotel en sus vacaciones". Hoy hay centenares, agrupados en la Asociación Andaluza de Cuevas Turísticas. "Fui el primero del turismo de cuevas. Me dijeron que estaba loco. Fui a la Diputación a explicarles el proyecto, y los convencí. Me dijeron que cómo se iban a catalogar las casas cueva, y les dije que por llaves en vez de estrellas, como los hoteles. Una, dos, tres, cuatro, cinco llaves. Hoy hay un montón de cuevas turísticas, pero el que empezó fui yo", relata.

Compró y habilitó seis como alojamiento rural a pocos metros de aquí, y las llamó Las Cuevas de María, como su mujer. Sus dos hijas mantienen el establecimiento y su hijo se ha sacado las oposiciones de inspector de Hacienda y estos días, cuenta su padre, está recluido en otra cueva de la familia, preparando su doctorado en silencio sepulcral. Su primer cliente era de Ceuta y le llegó en 1979. Hoy la noche cuesta unos 35 euros por persona.

En los 60 se vendían por menos de mil pesetas, recuerda José Ruiz; hoy rechaza una oferta de 180.000 euros por la suya

Detalla José Ruiz la evolución de este mercado inmobiliario tan particular, desde precios casi regalados hasta su actual cotización. "En los años 60, las cuevas se vendían por 300, 500, 600 u 800 pesetas. Luego, en los 70, llegaron los franceses comprando y subieron a 8.000 o 10.000 pesetas; ellos las reformaban por 40.000 pesetas, las disfrutaban cinco años y las vendían a otros franceses por 500.000, 600.000 o 700.000 pesetas".

José Ruiz Puertas, pionero del turismo en cuevas, posa en la suya de Guadix.

José Ruiz Puertas, pionero del turismo en cuevas, posa en la suya de Guadix. E. del C.

Ahora, en 2021, añade como contraste, tiene la oferta en firme de un empresario holandés asentado en Cádiz que quiere retirarse por su jubilación y le ofrece a José "180.000 euros" por su casa cueva de 120 metros cuadrados, que es un primor. "Le he dicho que no. No la vendo. Viene de cuatro generaciones. Sin moverme de aquí, gano todos los días 20 o 25 euros con los turistas", dice este emprendedor de Guadix, que también fue fontanero. Calcula que en su trayectoria cuevera ha comprado, reformado y vendido una decena de viviendas trogloditas, una de ellas al Ayuntamiento, que hoy es el Centro de Interpretación de esta arquitectura tradicional: "Se la vendí hace 25 o 30 años por 750.000 pesetas".

En su cartera de negocio ofrece otras dos cuevas, que compró hace tiempo y revende ahora: una por 55.000 euros y otra por 85.000 (de unos 500 metros cuadrados entre el patio y el interior), ambas en buen estado pero para reformar. "Antes yo hacía la reforma, ahora las vendo así, para que el comprador la arregle a su gusto", explica José mientras enseña, dibujados con bolígrafo en papeles cuadriculados, los planos de las viviendas. El precio es negociable, aclara. Dice que en 2018 y 2019 la demanda "subió una barbaridad" y que ahora, después de la pandemia, el mercado vuelve a activarse.

Los planos de las casas cueva que vende José Ruiz, con la reforma que él propone al comprador.

Los planos de las casas cueva que vende José Ruiz, con la reforma que él propone al comprador. E. del C.

Guadix tiene el mayor número de casas cueva, pero el municipio con más densidad en relación a su población es el vecino de Cortes y Graena, que une en su nombre los dos núcleos principales. Aquí hay censadas 1.398 casas cueva, más que sus 982 habitantes. Ana y Eulogio, con una niña pequeña y habitantes de una casa cueva, aconsejan al periodista que vaya a hablar con otros jóvenes venidos de fuera de la provincia que se han instalado a vivir junto al balneario de Graena en el complejo rural Cuevas Blancas, propiedad de Nacho, que es cámara de televisión.

Teletrabajando en la cueva

Al caer la noche, la temperatura se ha desplomado a cinco grados en la calle. Este periodista se acuerda del título de la novela de Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero, cuando en la oscuridad llamo a la puerta de una de las casas cueva por donde asoma luz. Hay suerte, y los inquilinos invitan a entrar al viajero desconocido. Son Juan Llorente, de 28 años, de Jaén, y Rocío Picazo, una manchega de 27 años procedente de Villanueva de Alcardete, en Toledo. Juan y Rocío son el ejemplo de los que no vienen a las cuevas de paso sino a establecerse. La hospitalaria pareja (en la cueva de arriba vive otra de Madrid, aunque hoy está de viaje) enseña sus respectivas oficinas de teletrabajo bajo tierra: dos mesas y dos ordenadores con los que ella trabaja como experta en recursos humanos y él como desarrollador web. Con ellos vive su perro.

Rocío Picazo, en la casa cueva de alquiler en Graena donde vive y teletrabaja.

Rocío Picazo, en la casa cueva de alquiler en Graena donde vive y teletrabaja. E. del C.

Una cueva de alquiler como la suya en buen estado cuesta unos 400 euros al mes. "Nos vinimos a vivir a la zona porque nos encanta el paisaje", dice Rocío. Primero estuvieron viviendo de alquiler en una casa convencional de tres plantas en la cercana Benalúa de Guadix (pueblo también troglodita), pero cuando el propietario la vendió y tuvieron que irse, vieron que los alquileres disponibles eran en casas cueva. Reconocen que al principio les daba reparo: vivir en una cueva sonaba primitivo, incómodo, atrasado, pobre. Pero a falta de alternativas tuvieron que alquilar una, y no se arrepienten.

Afuera hace frío, pero dentro se está la mar de a gusto. Además de la climatización, Juan enseña al fondo, en su habitación de trabajo, otra gran ventaja. Ha aprovechado la insonorización natural para montar un estudio musical con todos sus instrumentos. Puede tocar la batería o la guitarra sin miedo a molestar a los vecinos. "Llevamos aquí un año y medio y no nos queremos ir", dice Rocío con ojos alegres. Juan está de acuerdo. Aquí aúnan naturaleza, sol, silencio, trabajo, vida económica… Y tienen a cinco minutos exactos la autovía, por si un día se quieren volver a la ciudad.

Rocío Picazo y Juan Llorente se asoman con su perro a la ventana de su cueva de alquiler.

Rocío Picazo y Juan Llorente se asoman con su perro a la ventana de su cueva de alquiler. Eduardo del Campo

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