Entre las montañas del valle de Santa Eulalia de Oscos los primeros rayos de sol aún no penetraban la niebla, las luces largas del coche lo hacían a duras penas. Los cencerros de las vacas se oían reverberar junto al río Candaosa, que serpenteaba entre las piedras. Un cartel de Mazonovo indicaba tu entrada al pueblo, pueblo que apenas tenía 5 casas, el humo de una de ellas delataba la ubicación del mazo.

En una construcción de piedra junto al agua, envuelta en la niebla y la vegetación del monte asturiano, nos daba la bienvenida Paz Prieto, una andaluza que tras mucho divagar, en la crisis del 2008 tomo la decisión de apostarlo todo por el arte. Acabó junto a Frtiz, su maestro, además de guardián de este mazo hidráulico, dedicándose a un oficio más propio de los vikingos que de los tiempos industrializados.

Con cada golpe temblaba el suelo, el estruendo generado era terrible y tras el silencio de un mazazo el siseo del agua corriendo por los mecanismos que movían aquel ingenio permitía un remanso de paz. El frío y la humedad penetraban los abrigos y calaba en los huesos, solo se podía combatir aquella tiritona junto al calor de la fragua que calentaba el metal.

Las chispas saltaban por el aire, el humo se acumulaba en aquella casa de piedra, hasta que conseguía salir por la chimenea, los pájaros anunciaban la mañana. Este onírico lugar enamoraba, empezaba a entender a estos herreros, pasados y futuros, en palabras de la propia Paz: "Aquí hace un frío que ya veis, forjar es duro, es un esfuerzo físico bastante potente, pero a nivel de crecimiento y satisfacción personal es brutal"