El torero José Antonio Morante de la Puebla, durante la corrida de la prensa de la Feria de San Isidro, el pasado 28 de mayo. Efe
Morante de la Puebla, o el olvido del cuerpo
El genio de La Puebla se ha retirado para no acabar muriendo en la plaza. Porque Morante sabe que el único final posible de su concepto del toreo del máximo ajuste, del abandono el cuerpo, es paradójicamente la muerte de Morante.
El 12 de octubre de 2025 tiene reservada una página dorada en la historia de la tauromaquia. La jornada taurina se abrió con un extraordinario festival de clásicos en honor al maestro Antoñete, no sólo por la grandeza de los nombres acartelados sino, sobre todo, por la edad venerable de los héroes retornados.
Las cátedras de Curro Vázquez y César Rincón, de sabor glorioso, nos han evocado tiempos mejores: la suavidad y la delicadeza extrema del maestro linarense; la larga importancia madrileña del colombiano.
Digno de mención es también el coraje torero de un inmortal Frascuelo. Y el toro blanco de Osborne, con el que Morante hizo cosas de fuste, mientras celebraba otro homenaje a la historia de la plaza y a la memoria de Chenel.
Todos ignorábamos, por supuesto, que el ambiente jovial de la mañana, prolongado todavía en la expectación de la tarde, se rompería súbitamente horas después, tras una faena para los anales de nuestro arte.
La obra no exige muchos comentarios: está ahí para quien quiera saborear la abnegación heroica de un torero malherido, los derechazos eternos y un espadazo legendario. Ahora la tarea importante es otra.
Cuando Morante, vestido de Chenel, lila y oro, decidió encaminarse a los medios, tras pasear por Madrid las dos orejas de Tripulante, para deshacerse las horquillas de la coleta, roto en llanto, consumó su leyenda para iniciar la forja del propio mito.
Sin duda, el retiro improviso del genio nos ha abandonado a la orfandad. Pero la conmoción psicológica, la sensación de calcinación interna, incluso el luto, deben abandonarse cuanto antes para abrir paso a las fábulas.
Morante se ha terminado. ¿Y ahora qué? De momento, la interpretación de Morante.
Morante de la Puebla sale a hombros de la Plaza de Las Ventas, el pasado 12 de octubre. EFE
Las contribuciones de Morante al toreo a pie
El buen aficionado sabe que Morante de la Puebla ha sido un torero compendial. Es decir, la enciclopedia andante del toreo a pie.
Con certeza, la tauromaquia no ha conocido un matador tan entregado a la religión de los toreros: al conocimiento de los conceptos anteriores y al culto ritual de sus iguales, a los que incesantemente ha estudiado, honrado e invocado.
Nadie ha pretendido empaparse como él de la historia entera del toreo para acumular la totalidad de los saberes técnicos de la capa y la espada. Toda la ejecutoria taurina de nuestro maestro ha sido, así, un despliegue inconmensurable de técnica y conocimiento recibidos.
Cuatro son fundamentalmente las grandes contribuciones de Morante de la Puebla al toreo a pie:
1. La recuperación y la reinterpretación de las suertes olvidadas de la tauromaquia antigua, generalmente en movimiento y por alto, de inspiración mayormente gallista, a veces también belmontina y chicuelista.
La reinterpretación de las suertes antiguas ha sido, en realidad, la expresión más sincera de aquel culto ritual a los grandes toreros que le han precedido. Y en este empeño noble nadie ha puesto tanto afán como él;
2. La composición perfecta de la figura, sin alardes ni estridencias, con naturalidad, justo en la apertura del compás, riguroso al clavar la barbilla en el esternón y voluptuoso en la exposición del pecho. Todo ello pese a las formas barrileteras de su cuerpo enjuto.
3. La interpretación exacta de la teoría de la verónica, suave en el vuelo y despaciosa al embarcar la cara del toro, acompañada siempre de la exhibición constante de un repertorio inagotable de suertes a capote;
4. La sublimación de la ligazón a través del encuentro limpio del máximo ajuste posible. O, en otras palabras, el descubrimiento del límite físico del toreo a pie.
El toreo del olvido del cuerpo
Para la comprensión integral del programa tauromáquico que durante casi un treintenio nos ha ofrecido Morante de la Puebla resulta necesario remontarse a la entrevista que le hizo Jesús Quintero en Ratones Coloraos (2004).
En un momento del diálogo con el Loco de la Colina, un joven Morante de 24 años, con una palabra decidida y vigorosa, en contraste abierto con la naturaleza taciturna y dubitativa, a veces atormentada, hacia la que ha ido precipitándose en los últimos tiempos, hace una confesión sincera:
"La transmisión que yo doy es gracias al desligamiento total de mi cuerpo, de otros pensamientos que no sean puros".
Pues bien, la pureza del toreo es el desligamiento del cuerpo. Este es el concepto morantista de la tauromaquia.
Si bien se mira, la faena del rabo de Sevilla (abril de 2023) fue la última gran faena artística en la biografía taurina de Morante: una faena colorida, variada y de lidia en movimiento. A partir de entonces y en el término de dos escasos años, Morante se ha abandonado a la compulsiva obsesión por alcanzar el máximo ceñimiento posible en un palmo de terreno.
Por supuesto, ha continuado deleitándonos con la despaciosidad del mejor capote de la historia. Pero sus esfuerzos se han dirigido sobre todo al estrechamiento del toro y la muleta sin perder ni un paso, ni la limpieza ni los remates. La prueba la dio de nuevo el pasado domingo, cuando bañó en sangre la chaquetilla ya en el primer muletazo del insignificante primer toro de su lote.
El otro gran cultor reciente del toreo del desprendimiento del cuerpo ha sido José Tomás, un estoico que se entregaba sin reparos a la muerte, como impetrándola. Todavía late en la memoria de los aficionados de Madrid aquel rostro ensangrentado que miraba alucinado hacia el tendido.
En verdad, en la tarde de su despedida hubo ráfagas que recordaban las de Tomás en el 2008. Pero el toreo de José Tomás era invasivo, brutalista, pues invadía hasta el suicidio los terrenos del toro.
El diestro José Tomás en Alicante, en 2022.
El toreo de Morante, en cambio, es conductivo. Conduce el toro a los terrenos del torero, enroscándoselo incesantemente entorno al cuerpo, dibujando filigranas en espirales, fundiendo al hombre con la bestia.
Es en este sentido que Morante de la Puebla ha buscado obsesivamente el límite físico del toreo, descubriéndolo no a través de la invasión, sino de la conducción del animal hacia sí. Conducir al animal hasta el límite del propio cuerpo.
Aquí reside, insisto, la novedad radical de Morante respecto de los otros practicantes gloriosos de la invasión de los terrenos. Estos, aun en su ciclópeo valor, terminaban siempre por enganchar la muleta, perder a veces los pasos y prescindir del remate de la embestida del toro.
La perfección técnica del genio ha superado todas estas limitaciones. En una baldosa, sin perder los pasos, Morante se los trae, muletea limpio, sin enganchones, liga en redondo, remata y recoge de seguido la embestida para volver a ligar. Y así tantas veces como él quiere.
O mejor, tantas como el toro aguanta.
El toreo de Morante es primordialmente ascesis porque tiene como verdad la liberación del cuerpo, el olvido de la fisicidad corpórea, para la posesión del concepto más íntimo de pureza tauromáquica: el ofrecimiento ritual del propio cuerpo a los hados del toreo.
El medio ascético es, sin duda, la sublimación de la reunión y el ajuste. Tal es el secreto de la tauromaquia que nos ha revelado.
Sin embargo, Morante es consciente del trágico final que con su toreo se ha preparado para sí mismo. Sabe que la exploración del límite descubierto termina en la propia muerte. Que el sino de esa tauromaquia suya es morir en el ruedo. Paradójicamente, el único final posible del concepto último del toreo de Morante es, en efecto, la muerte de Morante.
"El toreo verdadero es el desprendimiento, del olvido del cuerpo, el paroxismo de la reunión y del ajuste. Pero Morante es un hombre, no un dios. Y sabe que desprenderse del cuerpo le desprenderá también de la vida"
El toreo de olvido del cuerpo del genio, que es pura ascesis en el baile con el animal, termina con una cornada partiéndole la caja del pecho.
José Tomás, con su pulsión suicida, sí hubiera querido morir en el albero aquellas dos tardes de junio de 2008. Pero Morante es un esteta, no un suicida. Y la misión de inmolarse en una plaza, aunque lo transportara celestialmente al Olimpo de los toreros-mártires, al lado de Pepe-Hillo, Joselito, Manolete y El Yiyo, le es en realidad extraña.
Si Morante sigue practicando el toreo que practica (que por condiciones y edad todavía podría practicar durante unos años más), acabará encontrando la muerte. Creo que el maestro comparte esta sospecha y se retira por esto mismo.
Seguir explorando la tauromaquia de reunión radical y ajuste al límite que practica lo llevará a la tumba. No hay más.
Cualquier día, la conducción del animal fallará. Y mientras se lo enrosca por la faja, un toro cabeceará o se parará a mitad de la embestida y volverá la cara contra el cuerpo de José Antonio y le arrebatará brutalmente la vida. Los animales ya le han dado numerosos avisos de muerte durante toda esta temporada: en Móstoles, en Marbella, en Pontevedra… y ahora también en Madrid.
El toreo verdadero es para él el toreo del abandono, del desprendimiento, del olvido del cuerpo. El toreo del paroxismo de la reunión y del ajuste. Y por ser el toreo verdadero, no podría renunciar a él sin renunciar a sí mismo, a la culminación de la perfección técnica que ha adquirido y al valor con el que se reviste cada tarde.
Pero Morante es un hombre, no es un dios. Sabe, en fin, que desprenderse del cuerpo le desprenderá también de la vida.
Morante ejecuta una media verónica a un toro de Garcigrande el pasado mayo en Las Ventas. Efe
La pervivencia del mito Morante
Con todo, la cuestión del futuro de Morante de la Puebla no descansaba solamente en el hecho inevitable de que la exploración continuada del límite físico del toreo le habría colocado repetidamente ante el peligro de muerte inminente. Sencillamente, es que Morante ya ha cumplido ante la historia de la tauromaquia.
¿Qué le queda?
¿Acaso aventurarse a por el rabo en Madrid, a riesgo del sacrificio?
¿Saludar por última vez a Sevilla? ¿Abrasarse en este grado de exigencia autoimpuesta?
¿Deshacerse de su descubrimiento técnico para abrazar un toreo especulativo (para el que está dotado como nadie) con el que asegurarse una apacible prolongación de carrera para recolectar funcionarialmente bolsas y cheques?
Morante no debe volver. Morante debe ante todo respetar el mito en que se ha constituido tras cortarse la coleta en el ruedo Las Ventas. Debe tener la promesa que nos ha hecho en el centro del albero de Madrid y no volver a vestirse de luces jamás.
Solamente un acontecimiento capital para la historia de España, como será la reinauguración de la Monumental de Barcelona, debe obligar a la única reaparición del mito. El resto serán ocasiones de mancillarlo. Correr el innecesario riesgo sacrílego de la profanación.
Suficiente ha sido el agudo dolor de comprobar que Madrid, entre la sorpresa del momento y la ignorancia cronificada, no ha sabido dar una despedida a la altura a un torero epocal. El mito, pues, debe pervivir a toda costa. Incluso al precio de no volver a verlo nunca.
Los cánones del toreo después de Morante
La interpretación de Morante en clave histórica se condensa, en síntesis, en haber sido un reformador del toreo a pie. Es una cima de la tauromaquia porque la ha reformado para siempre.
Morante ha sublimado el canon del toreo clásico. Tras él, realmente, no hay vuelta atrás. No hay retorno del ajuste de Morante. A partir de ahora, todos los toreros se medirán al límite físico descubierto por el genio de la Puebla.
Si los matadores jóvenes se encierran en el tremendismo dominante, veremos la lenta e inexorable caída de nuestro arte. Si la tauromaquia explora el canon clásico, con el ajuste ascético del genio, vivirá.
Tan grave, tan solemne es la hora presente para la tauromaquia. Tan poderosa ha sido la presencia histórica de Morante de la Puebla. Canon clásico o canon tremendista.
A los toreros jóvenes compete decidir el destino de nuestro arte. El genio ya ha hecho su parte. Ahí es nada.
*** José Luis Álvarez de Mora es licenciado en Derecho y Ciencias Políticas y doctorando en derecho romano por la Università degli Studi di Salerno.