El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz Europa Press

LA TRIBUNA

Yolanda Díaz es la prórroga del sanchismo

Yolanda Díaz es la prórroga de un sanchismo a la deriva que todavía tiene que convencer a Europa de su seriedad presupuestaria y de su compromiso social.

18 abril, 2023 02:20

La demoscopia no autorizada por el Gobierno augura que Yolanda Díaz y su proyecto para las generales, Sumar, vienen a fragmentar el voto útil de la izquierda. A sepultar la última esperanza de Podemos de consolidarse en puestos de relevancia.

Tanto es así que Pedro Sánchez habló, curiosamente tras visitar a Giorgia Meloni en Roma, de encajar las piezas del rompecabezas.

Curiosamente, porque Meloni es todo lo que la izquierda rehén del PSOE no permitiría ser a Yolanda Díaz en el normal ejercicio de sus funciones: una fuerza de ruptura.

Yolanda Díaz y Pablo Iglesias, en un acto electoral antes de llegar al Gobierno.

Yolanda Díaz y Pablo Iglesias, en un acto electoral antes de llegar al Gobierno. Europa Press

Como siempre en el caso del presidente más críptico de la democracia española, hay que ir a la nota del autor. Presuponiendo inviable que Díaz y Podemos encajen nada antes de la siguiente fiesta de la democracia (dado que Sumar ha evitado la trampa del 28-M), habrá que desnudar primero la causa que Sánchez delega en su izquierda. Una tarea esencial una vez probada, a la fuerza y por desgracia, su máxima personalista: las siglas son un medio, nunca un fin.

Iván Redondo ha advertido en sus medidas intervenciones mediáticas que Sánchez calcula a la carrera un movimiento de impredecible calado social. A saber, consagrar el socialcomunismo, etiqueta que tanto parecía irritarle cuando la oposición cuestionaba su competencia para gobernar. De hecho, Yolanda Díaz nunca ha renegado de la ideología de la pobreza, ni siquiera ejerciendo como ministra de Trabajo y vicepresidenta segunda.

El fulgurante ascenso de Díaz, espoleada por Pablo Iglesias, responde a la necesidad de superar la herencia de la facción postadolescente de Podemos como proyecto antisistema (en aquel momento, antizapatero y por añadidura, antisocialista). Recordemos que para Iglesias el PSOE era "el partido de la cal viva". Y que uno de los gritos fundacionales de aquella performance embrionaria era, precisamente, "PSOE, PP, la misma mierda es".

Por eso no es de extrañar que al votante promedio de Podemos, ahora inevitablemente más viejo (no necesariamente más maduro, pero seguro que sometido a otras necesidades) pueda llegar a seducirle la adición de Díaz al espectro sanchista, que no socialista. Redundando así en esta idea de recabar para el proyecto común de la macroizquierda regenerada a una masa incierta de ciudadanos que ya no se autoperciben como indignados, sino como víctimas de la indignación.

He aquí otra de las claves del advenimiento de Díaz. Ella es el poste al que atar al neoindignado, un nuevo antisistema que va a abrazar y parasitar el europeísmo una década después de repudiarlo y trabajar concienzudamente en menospreciarlo.

"Sumar es un toque de atención a esa derecha que ha renunciado a disputar el sanchismo para contemplar cómo se enriquece con la fuerza estética del comunismo chic"

Sumar es el proyecto con el que Díaz va a homologar la marca comunista para vincularla al PSOE, en un estado de descomposición de las ideas que es el que denuncia la facción más ideologizada del espectro radical. Eso lo saben en Podemos, y de ahí el desprecio público ("no seremos un adorno del PSOE", en palabras de Ione Belarra).

Luca Constantini, uno de los periodistas que mejor ha seguido la trayectoria de los líderes originales de Podemos, ha enfatizado esta fabricación exacta de la lideresa como rémora (en el sentido puramente zoológico y no necesariamente político) de un sanchismo a la deriva. Uno que todavía tiene que convencer a Europa de su permeabilidad en tareas de administración presupuestaria y compromiso social.

Otro de los fenómenos que revela el momentum Yolanda Díaz es el de la tumefacción de un órgano electoral conservador, más implicado en escuchar al pueblo que en entender sus llamadas de atención.

Dicho de otro modo. El sentimentalismo parece haber cambiado de bando y ahora juega en el idioma de la derecha (como la propia indignación). Razón suficiente para que Sumar haya incorporado, por ejemplo, el rosa corporativo o la condescendencia narrativa.

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También ha arriesgado en lo que conocemos como bullets, puntos clave de su política: cuidados, atenciones, dependencia. El abecedario acostumbrado de lo que han significado en España izquierda y sindicalismo desde que se dice un Estado democrático. Un discurso drásticamente enfrentado al de la autosuficiencia de aquella izquierda rebelde, ácida y al margen de la normal convivencia que Podemos nunca ocultó ser

Pero, sin duda, el mayor de los desafíos que enfrenta Díaz como producto de marketing político es la discriminación de ese caladero pseudorracional a la derecha que fantaseaba con lideresas autárquicas o en apariencia independientes. Y que no ha visto correspondida esa aspiración visceral.

La contundencia con que Sumar se autoproclama cambio (signo de conformidad alineado con la parsimonia civil española) no es más que continuismo. Un toque de atención a esa derecha que parece haber renunciado a batallar con el sanchismo para contemplar, en moderado y equidistante silencio, cómo este se enriquece con la fuerza estética del comunismo chic, entre bocanada y bocanada agónica de aire.

*** Manuel Mañero es periodista y editor de la web The Last Journo.

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