Aitor Esteban y Pedro Sánchez estrechan manos tras el triunfo de la moción de censura.

Aitor Esteban y Pedro Sánchez estrechan manos tras el triunfo de la moción de censura. EFE

LA TRIBUNA

Quien a PNV mata, a PNV muere

La tranquilidad de Rajoy, que había conseguido sacar adelante los presupuestos con el PNV, se desmoronó cuando el mismo partido votó a favor de la moción de censura.

2 abril, 2022 02:55

Fue un día caluroso día de junio, el primero del mes, cuando Pedro Sánchez, apoyado por todos los grupos parlamentarios, excepto Ciudadanos, Vox y el PP, asestaron un golpe mortal a Mariano Rajoy. Lo echaron del gobierno mientras él tomaba copas en un restaurante cercano y el bolso de la vicepresidenta Soraya Sáez de Santamaría ocupaba el escaño del presidente.

El expresidente del Gobierno, Mariano Rajoy, se dirige a su coche tras salir de un restaurante en Madrid.

El expresidente del Gobierno, Mariano Rajoy, se dirige a su coche tras salir de un restaurante en Madrid. Susana Vera Reuters

No se lo podía creer. Sorbo a sorbo se le iba pegando la lengua al paladar y a veces abría los ojos de forma desmesurada y repetía, como si fuera una letanía, "me lo han robado, me lo han robado". Sus más fieles colaboradores le contestaban: "Es así, es así, Mariano. No le des más vueltas".

Y de este modo fueron pasando las horas, esas interminables e implacables horas de la agonía parlamentaría, mientras el destino de España, y el suyo propio, se decidía en el Congreso de unos diputados que no salían de su asombro.

Ocho horas pasó el presidente del gobierno de España tomando copa tras copa mientras España comenzaba una etapa incierta con la formación de un Gobierno socialista en coalición de Podemos y el apoyo de independentistas y terroristas.

Un diputado del PNV agachó la cabeza asustado y sostuvo la frente en la palma de la mano izquierda. Quizás, pensó, habían ido demasiado lejos apoyando la moción de censura. Giró la cabeza y miró a Aitor Esteban, el jefe de los insurrectos, como buscando su opinión. Pero éste de lo único que era capaz fue de arquear las cejas en signo de duda. O sea, nada.

Gabriel, nuestro simpático rufián, abría y cerraba los ojos, aunque terminó por ponerse las gafas pues no atinaba a vislumbrar lo que estaba sucediendo unos escaños más abajo. Llevaba una camiseta con la inscripción "Rajoy mentiroso". Y al otro lado, a la derecha, cundía el pánico y la desolación.

Todos los sueños, todos los planes presupuestarios que una semana antes habían sido aprobados con el acuerdo de los matarifes peneuvistas, se desparramaban como una peligrosa mancha de gasolina por el suelo impregnando de incendiario combustible la moqueta parlamentaria.

La suerte estaba echada, o como diría el romano, alea jacta est. Pero ¿cómo había podido suceder tamaño dislate?, se preguntaban todos los diputados. Incluidos los de la coalición que, paso a paso, minuto a minuto, intervención a intervención, iba desmontando al gobierno de la grupa del poder.

"Gracias a los votos del PNV, se respiraba tranquilidad, y el presidente creía que podría pasar un plácido veraneo"

La moción de censura había venido y nadie sabía cómo había sido. O quizás sí había alguien que lo sabía. Ese era Pedro Sánchez, el candidato a suceder a Rajoy, que llevaba semanas y semanas urdiendo un plan. Un plan que tenía como único objetivo echar a Mariano del palacio de la Moncloa.

Hacía una semana, gracias a los votos del PNV, que se habían aprobado los presupuestos. En todos los ministerios se respiraba mucha tranquilidad. Tanto el presidente como su Gobierno creían que podrían pasar un plácido veraneo.

Era el día 1 de junio y el calor comenzaba a sentirse con intensidad en Madrid. Pero en el Congreso de los Diputados, afortunadamente, funcionaba bien el aire acondicionado que mantenía el Salón de Plenos a unos 23 grados centígrados.

Mariano Rajoy le comentó a Soraya, su vicepresidenta, que su intención era pasar las vacaciones estivales en su casa de Sanxenxo. Y le preguntó si querría venir a pasar unos días con ellos. Soraya le contestó que miraría su agenda, pues tenía comprometidas unas revisiones médicas que le habían dicho durarían, más o menos, diez días.

¿Pero te pasa algo?, le preguntó Mariano. No, nada importante, pero me han encontrado una pequeñísima sombra en el pulmón izquierdo y hay que hacer una biopsia. O sea, me tienen que internar y sacar una muestra. Bueno, dijo Mariano, esperemos que no sea nada, ya me irás informando.

Gabriel Rufián y Celia Villalobos en el Congreso de los Diputados.

Gabriel Rufián y Celia Villalobos en el Congreso de los Diputados. EFE

Ni ese percance en la salud de Soraya, que tan buena relación mantenía con Oriol Junqueras, les hará recapacitar y retirar su apoyo a la moción de censura, pensó el presidente. De todos modos, se decía Rajoy a sí mismo, tenemos el apoyo del PNV. Nos lo han demostrado en los presupuestos, y sin sus votos la moción no puede prosperar.

Aitor Esteban, el jefe parlamentario de los sediciosos vascos, miraba al techo del hemiciclo como buscando los agujeritos que habían provocado los tiros del guardia civil a quien se le fue el dedo de madre la noche del 23 de febrero. No los encontraba, y como Mariano adivinara su intención, le dieron ganas de levantarse de su escaño azul e ir y decirle: ahí, Aitor, ahí es donde están.

"Rajoy levantó la cabeza, miró la pantalla y no podía dar crédito a lo que sus ojos contemplaban: había triunfado la moción de censura"

El día 1 de junio se produjo la votación. No hubo equivocaciones e incluso el voto telemático funcionó perfectamente. Rajoy permanecía distraído. Pero la realidad era que los diputados del PNV en bloque habían votado a favor de la moción de censura. Soraya le apretó el brazo y le dijo con voz trémula: Mariano… Éste levantó la cabeza, miró la pantalla y no podía dar crédito a lo que sus ojos contemplaban. Había triunfado la moción de censura, y después de anunciarlo Ana Pastor, la gran amiga de Rajoy y diputada gallega como él, todos los diputados de izquierdas, y los nacionalistas, todos sin excepción, prorrumpieron en un sonoro aplauso que ya se prolongaba más de cinco minutos.

El presidente se levantó aturdido y tambaleante, se paró unos momentos apoyándose en el pasamanos dorado y luego siguió hasta la puerta de salida. Enfiló el pasillo, cruzó la puerta de entrada, montó en el automóvil Audi 3000 GLS que le aguardaba en la entrada y le ordenó al chofer que se dirigiera al restaurante Arahy.

Sabía que ahí habían almorzado sus tres fieles compañeros y con un poco de suerte, aunque ya eran las cinco y media de la tarde, todavía estarían tomando copas. Efectivamente, ahí estaban y se levantaron sorprendidos cuando vieron entrar al presidente con el rostro desencajado.

La vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáez de Santamaría, con el asiento vacío de Rajoy.

La vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáez de Santamaría, con el asiento vacío de Rajoy. Efe

Ahora el cielo vuelve a estar encapotado. Pero a quien esta vez se le viene la negra tormenta encima es al que la desencadenó hace dos años. Al PNV se le ve tambaleante y con pocas ganas de que se lo lleve por delante la riada que se avecina por el multifracaso de Sánchez.

Ellos son expertos en aguantar en el machito a costa del sufrimiento de otros. Ya pasó con la macabra historia de ETA. Los terroristas sacudían el árbol y los nacionalistas, muy cucos, recogían los frutos, como dijo el gran cínico de la transición Javier Arzalluz. Con Z, como la de los que apoyan a Vladímir Putin. O sea, y resumiendo: quien a PNV mata, a PNV muere.

*** Jorge Trias Sagnier es abogado y escritor. Fue diputado del PP entre 1996 y 2000.

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