Yolanda Díaz, vicepresidenta del Gobierno.

Yolanda Díaz, vicepresidenta del Gobierno.

LA TRIBUNA

El prólogo de la vicecomunista Yolanda Díaz

El prólogo escrito por la vicepresidenta Yolanda Díaz para El manifiesto comunista elimina toda ilusión de que alguien del Partido aprenda algo del mancillado Marx.

13 septiembre, 2021 01:33

Con ocasión de los cien años del Partido Comunista, se reedita El manifiesto comunista y se abren otros cien años de esperanza. A ver si por fin alguien lo lee. El hecho de que esta vez, en una buena y cuidada edición, venga prologado por la viceministra Yolanda Díaz nos ha hecho albergar cierta ilusión de que alguien del Partido aprenda algo del mancillado Marx. Pero al bueno de Carlos le pasa lo mismo que a la tercera consulta médica: todo el mundo la utiliza para autodiagnosticarse, y nadie le hace caso.

La lectura del prólogo, no obstante, deja poco espacio para la esperanza. Una vez más las siglas pesan más que las ideas. Detrás de unas frases cursis y sentimentaloides, pegadas entre sí con imágenes de poesía preescolar, subyace esa idea que es mucho más comunista que marxista: el partido es el verdadero intérprete del signo de los tiempos, y la sociedad un conjunto de borregos reaccionarios.

Marx hace tiempo que pasó a ser un busto de bronce o una estatua de piedra en alguna plaza secundaria de la Rusia comunista. Los líderes soviéticos sabían bien que lo mejor era archivar en una biblioteca al sacerdote laico y que las figuras que podían dar sombra y cobijo a los lideres del partido eran las de Lenin o Stalin. Marx era un viejo demente lleno de contradicciones. Mejor no airearlo mucho. Lo único salvable de Marx era Engels, y punto.

Lo que se prologa aquí, por tanto, no son las ideas de Marx, sino la lógica del poder y la supervivencia del Partido. Así es en la Rusia poscomunista, donde la lucha sigue viva entre las dos grandes figuras del partido, Lenin y Stalin, y donde Marx no pinta nada.

La cuestión para la Rusia de Putin es, hoy como ayer, la grandeza del partido único y el culto a la personalidad

En la década de los 50, Jruschov inició el proceso de desestalinización y escribió un informe secreto que llevaba por título Acerca del culto de la personalidad. En el documento, una vez más, se reflejaba la preocupación por la supervivencia del partido. Stalin había sido demasiado carismático y podría arrastrar con su muerte la desaparición de la agrupación. Era un elemento podrido en un organismo vivo, o al menos así lo veía el heredero del aparato. El metro de Moscú, esa catedral gnóstica subterránea que crece como imagen opuesta a los edificios religiosos medievales, tiene su propio imaginario, y sorprende no encontrar casi ninguna imagen de Stalin. Los años sesenta rusos se construyeron bajo el presupuesto de la desestalinización y el culto exagerado a Lenin.

Sin embargo, algo está cambiando en la patria roja, y nos dice mucho de lo que es el comunismo y muy poco del éxito real de la doctrina marxista. El mausoleo de Lenin en la Plaza Roja, no hace mucho tiempo un lugar sagrado en el corazón de Moscú, hoy es un lugar marginal, descuidado, con unos vigilantes desaliñados y unos fuegos perpetuos que languidecen. Al entrar parece que alguien ha subido un par de grados el climatizador para que la momia cérea se derrita y el mito leninista fluya por las alcantarillas.

Sorprende también visitar el recién creado Museo de Historia Contemporánea y no ver más que unas gafas, ropa y un viejo texto de Lenin en un rincón marginal y poco iluminado. Todo lo demás en el museo es culto a la grandeza de la patria. Hoy vuelve a estar de moda Stalin. ¿Por qué? Porque Lenin dividió a los rusos en blancos y rojos y promovió la guerra civil, mientras que Stalin los unió a todos en torno a la gran victoria patria contra Occidente. La cuestión para la Rusia de Putin es, hoy como ayer, la grandeza del partido único y el culto a la personalidad. Eso ha sido el Partido Comunista, y así son sus hijos y sus nietos.

¡Pobre Marx! ¿Habrán leído nuestros prologuistas El 18 de brumario? ¿Habrán prestado atención a las luminosas páginas del Manifiesto en las que confía en la emancipación del proletariado y no en la fuerza y organización del partido? El problema es que Marx fue un gran sociólogo y un pésimo político. Hoy, entre sus seguidores, priman los segundos y rarean los primeros.

En Marx hay una afirmación de la dignidad del pueblo que está muy lejos del desprecio que han mostrado los líderes comunistas

Si, como dice Hannah Arendt, era un mal político es precisamente porque desconfiaba radicalmente del poder de los de siempre y creía que el signo de los tiempos y la cultura llevaría a la desaparición de los antagonismos políticos. Ignoraba profundamente la realidad oligárquica de la política. Realmente pensaba, o eso nos hace creer, que la dominación del hombre por el hombre podría desaparecer de una vez por todas. Es un deseo muy respetable, lo podemos compartir, pero la historia nos ha demostrado muchas veces que su puesta en práctica conduce a la peor de las tiranías.

Los líderes comunistas han sido en todos los casos unos elitistas que han tratado con profundo desprecio al campesino, al obrero o al trabajador, por inculto o inconsciente del verdadero signo de la revolución. La sociedad, para el comunista de partido, es reaccionaria, y por eso hace falta un partido fuerte que sea capaz de doblegar las resistencias temporales y que nos lleve, triunfal, a la victoria final.

Si Marx era un excelente sociólogo, y es por lo que nos encantaría que nuestros líderes comunistas lo leyesen, es porque fue de los primeros en descubrir el significado político de la realidad social, diferente y, en muchos casos, independiente de la forma política y de las oligarquías. En Marx hay una afirmación de la dignidad del pueblo y de la sociedad que está muy lejos del desprecio sistemático que les han mostrado los distintos líderes comunistas.

Si hay algo que podamos esperar de los cachorros de la política es que lean más a Marx y menos a los panfletos del Partido. Yo, como Engels en la edición de 1890, diría entonces: “¡Ojalá estuviera Marx a mi lado para verlo con sus propios ojos!”.

*** Armando Zerolo es profesor de Filosofía Política y del Derecho en la USP-CEU.

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