Xi Jinping, durante una ceremonia en Beijing en 2019.

Xi Jinping, durante una ceremonia en Beijing en 2019.

TRIBUNA | AMENAZA CHINA SÍ, AMENAZA CHINA NO

China, ¿desafío o aliada?

Si se enfocan las relaciones con China de manera unidimensional, desde el prisma único de la competición, se ponen en riesgo cuestiones requieren de una alianza.

25 julio, 2021 02:51

Las relaciones con China son crecientemente difíciles. Más allá de la competición tecnológica y comercial, la rivalidad del gigante asiático con las democracias liberales tiene un trasfondo ideológico cada vez más evidente.

Desde su llegada al poder en 2013, el presidente chino Xi Jinping ha llevado a cabo una centralización de poder masiva, reforzado el nacionalismo chino y la confianza del país en su modelo político. La crisis de la Covid-19 ha afianzado estas tendencias y dado un rumbo más asertivo a la postura internacional de China.

La coyuntura actual plantea el reto de cómo reconciliar la competición estratégica con la necesidad de encontrar respuestas colectivas a los desafíos globales, así como de evitar un deterioro aún mayor de un sistema internacional crecientemente volátil.

El lado más visible de la evolución política de China en el mundo es su creciente activismo diplomático. China lidera cinco de las 14 agencias especializadas de la ONU y también ha formado sus propias instituciones, así como numerosos foros regionales y globales.

Además, la creciente confianza de China en sí misma ha chocado con un ambiente internacional escéptico respecto a sus intenciones. Como respuesta al creciente escrutinio internacional, China ha adoptado una narrativa combativa y desarrollado un abanico cada vez más amplio y sofisticado de herramientas de represalia, como la Ley contra Sanciones Extranjeras.

El activismo diplomático de China tiene un trasfondo ideológico y refleja la confianza del país en su modelo político. Pekín culpa a Occidente de monopolizar las normas y estándares morales globales, que considera que únicamente responden a los intereses occidentales. Igualmente, China trata de posicionarse como un referente alternativo a la democracia liberal, promoviendo su modelo político y la reforma de la gobernanza global.

La pandemia ha hecho evidente la superioridad del sistema chino a ojos de sus dirigentes

La insatisfacción de China con el orden actual y su determinación de transformarlo no es ningún secreto. En 2014, el pleno del 18º Comité Central proclamó que China debe participar activamente en la formulación de normas internacionales y fortalecer su influencia en los asuntos de derecho internacional. Por otro lado, sus líderes han promocionado la solución china como una alternativa al modelo de desarrollo occidental, alentando a otros países a emular aspectos de su sistema.

Esta vocación no sólo se ha mantenido, sino que se ha acelerado con la crisis de la Covid-19. La pandemia ha hecho evidente la superioridad del sistema chino a ojos de sus dirigentes y ahondado su descontento con el orden actual. El ministro de exteriores chino, Wang Yi, llamó a reformar la gobernanza global en el 75 aniversario de la ONU y alentó a los BRICS a liderar ese esfuerzo.

Aún es pronto para saber exactamente cómo sería un orden internacional liderado por China. Igualmente, es necesario tener en cuenta que las tendencias revisionistas de China coexisten con otras más continuistas. Sin embargo, hay ciertos aspectos que ya suponen un desafío para el sistema actual. En primer lugar, China promueve un marco legal internacional sujeto a una interpretación absoluta de la soberanía nacional, descalificando incluso las críticas como interferencias en sus asuntos internos.

Igualmente, su visión del multilateralismo se asemeja más a una compleja red de acuerdos bilaterales con China en el centro. Esta visión sinocéntrica de la cooperación internacional ha dado forma a proyectos como la Iniciativa de la Franja y la Ruta y a fórmulas de cooperación regional como el 17+1 o el foro China-CELAC.

En este contexto, las relaciones entre las democracias liberales y China se han vuelto inevitablemente más complejas y cierto nivel de competición es ineludible. A medida que las diferencias ideológicas se agrandan también es importante mantener los canales de comunicación abiertos y conseguir acuerdos en temas concretos. El cambio climático es el sector clave para ello.

En primer lugar, para atajar la crisis medioambiental de manera efectiva, la cooperación con China (el mayor emisor de dióxido de carbono del mundo) es claramente imprescindible.

Hace falta una política equilibrada que no pierda de vista los intereses comunes

Además, China tiene cada vez más conciencia del desafío medioambiental y es consciente de que los esfuerzos en este campo son necesarios para su imagen. El afán de liderazgo de China podría incluso convertirla en aliada en este campo. Por ejemplo, China se comprometió voluntariamente a alcanzar la neutralidad de carbono en 2060, en un ambicioso discurso de Xi Jinping ante la ONU.

Por último, y a pesar de unas diferencias cada vez más irreconciliables, el cambio climático ha escapado en cierta medida al antagonismo que abarca cada vez más sectores de las relaciones entre China y algunos países occidentales. De hecho, ya ha habido ciertos avances en este ámbito entre China y Estados Unidos y con Europa. Esto, asimismo, podría servir para mantener el diálogo abierto en un contexto de recrudecida rivalidad geopolítica.

El problema es que la falta de confianza impide la formulación de compromisos específicos y vinculantes. Una oportunidad para avanzar hacia objetivos más concretos la proporcionará la cumbre de Glasgow, que tendrá lugar en noviembre de este año y que podría demostrar que el multilateralismo es aún productivo.

Las relaciones con China deben ser realistas y a la vez tener en cuenta las diferencias fundamentales existentes. Para ello, hace falta una política equilibrada que, sin comprometer valores e intereses, deje un espacio para la cooperación y no pierda de vista los intereses comunes. La estabilidad del comercio y las cadenas de valor globales, así como la recuperación económica postpandemia, son ejemplos de asuntos que requieren soluciones colectivas.

La dualidad entre competición y cooperación con China es compleja y difícil de mantener. Sin embargo, enfocar las relaciones con China de manera unidimensional, desde el prisma único de la competición, puede poner en riesgo otros intereses fundamentales.

*** Cristina de Esperanza Picardo es analista de Asia en El Orden Mundial y Research Assistant en el EsadeGeo Center for Global Economy and Geopolitics.

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