Militares españoles en la playa de El Tarajal, de Ceuta.

Militares españoles en la playa de El Tarajal, de Ceuta.

LA TRIBUNA

Rabat, tenemos un problema

“Cuanto más nos acercábamos al referéndum, más nerviosos se ponían los marroquíes por si no lo ganaban” (James Baker)

3 junio, 2021 03:29

Ocurrió hace casi veinte años, cuando la anterior crisis, de la que la memoria popular sólo recuerda el episodio del islote de Perejil. Entonces, aunque pocos supieron verlo, el verdadero motivo también era el Sáhara Occidental.

Ahora, el envalentonamiento le viene al majzén por el reconocimiento por parte de Donald Trump (a los pocos días de salir de la Casa Blanca) de una soberanía que la ONU dice desde hace 45 años que no existe.

En aquella ocasión (2002) fueron unas concesiones petroleras a Francia y Estados Unidos, y el respaldo que ambas potencias otorgaron a un plan de autonomía bajo soberanía marroquí (sin posibilidad de independencia alguna), las que hicieron pensar a Mohammed VI que el asunto estaba resuelto.

Pero José María Aznar se movió en la ONU para evitarlo. Y hasta contraatacó otorgando sus propias concesiones de hidrocarburos cerca de Canarias. La delimitación de sus aguas vuelve a estar ahora, como entonces, en el ojo del huracán. Menudo déjà vu.

En otoño de 2001, el embajador marroquí, Abdesalam Baraka, fue llamado a consultas por Rabat. Pero pasaban las semanas y no volvía. Josep Piqué, a la sazón ministro de Exteriores, contestaba siempre a los periodistas que le preguntaban que “cuando vuelva, lo recibiremos con los brazos abiertos”.

Poca gente recuerda hoy que cuando en julio de 2002 tuvo lugar el incidente de Perejil, había transcurrido ya más de un semestre desde que se nos había ido el embajador para Rabat. No volvió hasta 2003.

Zapatero realizó un viaje a Rabat para entrevistarse con el monarca marroquí pese a contar con la desautorización expresa de Aznar

Tampoco se recuerda que, aunque ahora se haya criticado a Pablo Casado por entrevistarse con dirigentes marroquíes, el entonces líder de la oposición José Luis Rodríguez Zapatero, del que el PSOE recuerda hoy su supuesta lealtad durante aquella crisis, realizó un viaje a Rabat para entrevistarse con el monarca marroquí. Y eso pese a contar con la desautorización expresa de Aznar. 

O que aquel mismo verano, en El Escorial, el líder socialista se desmarcó de la posición oficial española en favor de la autodeterminación del Sáhara (la misma que hasta entonces había tenido tradicionalmente el PSOE) para respaldar el plan de autonomía auspiciado por Francia y Estados Unidos.

Pero la España de Aznar no cambió su posición, y James Baker, exsecretario de Estado estadounidense y enviado especial para el Sáhara Occidental, se vio obligado a elaborar un nuevo plan que, aunque orientado a la autonomía, cumpliera con el derecho internacional y contemplara, al menos como posibilidad, la independencia.

El Frente Polisario aceptó ese plan y el Consejo de Seguridad lo aprobó por unanimidad en 2003 como la mejor solución al contencioso. Pero no tuvo el respaldo del Marruecos de Mohammed VI. Y eso pese a que su antecesor, Hassan II, accedió a una autodeterminación pura y dura, en 1991, al acordar con el Polisario un alto el fuego que duraría tres décadas y no se quebraría hasta el pasado 14 de noviembre.

Cuando al año siguiente, en 2004, se produjo la masacre del 11-M y Zapatero llegó al Gobierno, evidenciando que la cooperación antiterrorista con el vecino del sur no había funcionado del todo bien, España dejó de respaldar el plan que tanto incomodaba a Marruecos, y Baker dimitió.

Desde entonces, el contencioso del Sáhara Occidental, aunque ha conocido otros intentos de mediación, está totalmente estancado y con España atenazada, entre otras cosas, por el recuerdo del 11-M. Pero también por asuntos como la inmigración o la propia situación de Ceuta y Melilla. 

Aunque a Marruecos lo que le importa de verdad desde 1975 es el Sáhara y cómo legitimar su presencia irregular allí. Y, por eso, aunque amague de vez en cuando con Ceuta y Melilla, no abrirá nunca otro frente en el Mediterráneo mientras no tenga cerrado el del Atlántico.

Las complicadas relaciones entre España y Marruecos son un grave problema de Estado. Pero es precisamente por eso por lo que no tiene sentido esconder la realidad

Pero en el momento en que esto último ocurra, dado el carácter irredento del régimen, y mientras este no dé pasos hacia la democracia, los próximos pasos en la construcción del Gran Marruecos podrían ir encaminados hacia las ciudades norteafricanas. Y, después, hacia Canarias. 

Las complicadas relaciones entre España y Marruecos son un grave problema de Estado. Pero es precisamente por eso por lo que no tiene sentido esconder la realidad. Y es por eso por lo que, teniendo en cuenta que esto no es sólo una cuestión de principios, sino de intereses geoestratégicos a largo plazo, España debe recordar que cualquier cesión que se haga en menoscabo del derecho internacional jugará en contra nuestro en el futuro.

A la vista está que el apaciguamiento con Marruecos nunca ha dado resultados y que la famosa teoría del colchón económico de intereses, desplegada desde los tiempos de Felipe González, ha terminado por jugar en contra nuestra y por colocarnos en desventaja. Porque el crecimiento económico no ha propiciado los deseados cambios en la estructura de poder del régimen marroquí.

Por eso el Gobierno de Pedro Sánchez, con el apoyo del resto de fuerzas políticas españolas, debería tomar la iniciativa en la UE. No sólo para dejar claro ante Marruecos que no estamos solos (y que no caben chantajes). Sino para que desde Bruselas se condicionen de una vez las ayudas económicas a Rabat al respeto de los derechos humanos y a una verdadera política de buena vecindad en la que no quepan episodios como el de Ceuta.

También, para que el ciego respaldo que Francia ha dado casi siempre a las tesis marroquíes dé paso a posturas en las que la UE pueda comenzar a ser parte de la solución al problema en el contencioso del Sáhara Occidental.

*** Federico Echanove es periodista.

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