La Marcha Verde.

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LA TRIBUNA

Geoestrategia en el Magreb

"No tenemos una postura antiargelina. La única duda es cuánto nos interesa implicarnos. Impedir la Marcha Verde habría significado dañar nuestras relaciones con Marruecos" (Henry Kissinger)

19 mayo, 2021 15:39

Como todo proceso histórico, la descolonización tuvo una gran desventaja: la desorganización política, administrativa y económica de las naciones que surgieron gracias a los procesos de independencia.

En el caso de Marruecos aparecieron dos graves obstáculos para su configuración como Estado tras la disolución del protectorado francés en 1956. El primero fue Argelia, también independiente, que frenó las aspiraciones de expansión marroquí. El segundo, el Sáhara español. La Guerra de las Arenas, además, produjo un recelo todavía vigente entre los dos países norteafricanos. Aún hoy, también, uno puede tropezarse con alguna mina si cruza la frontera por donde no debe.

Uno de los mayores errores políticos del bloque capitalista fue su apoyo a los Estados nacientes, provocado por su oposición a las tentaciones de un Moscú soviético todavía muy vivo. Si Argelia había coqueteado con Rusia, los anhelos de Marruecos eran aceptables si le tendía una mano a Occidente, aunque fuera flácida.

Ahí están para demostrarlo algunas naciones africanas cuyas fronteras parecen hechas con escuadra y cartabón, y tirando de perpendiculares y paralelas.

Con Marruecos ocurre una particularidad. Ni reconoce los enclaves españoles (Ceuta y Melilla) ni la postura española sobre el Sáhara, que Marruecos considera también parte de su territorio nacional.

En el primer caso, poco importa a Marruecos que Ceuta estuviera desde el siglo XVI bajo soberanía portuguesa (hasta que Portugal reconoció la soberanía española a las puertas del siglo XVII). Con Melilla ocurre algo similar. Es española desde el siglo XVI.

Hay que tratar de transigir con el hecho de que las crisis migratorias (que también son crisis humanitarias) se han convertido en un negocio

Pero hay que volver a nuestra era. Darle a Marruecos el papel de cuello de botella de la inmigración (como también sucede por ejemplo con Turquía en el extremo oriental de Europa) supone intentar soldar un brazo roto con una tirita.

Hay que compaginar por tanto los intereses geoestratégicos de las naciones europeas con la imposibilidad práctica de que estas acojan a todos los inmigrantes que desean llegar a la UE. La medida más inteligente hasta ahora ha sido la de regar con dinero a los países fronterizos para que los inmigrantes no crucen mares o salten vallas y muros. Parece que esta solución no ha tenido mucho éxito.

Hasta cierto punto, hay que tratar de transigir con el hecho de que las crisis migratorias (que también son crisis humanitarias) se han convertido en un negocio que permite a algunos países pobres sacar una paga extra de los países ricos. “Págame y te los mando por goteo”.

Rabat optó en su día por instaurar un modelo político dependiente de la monarquía. Por eso es absurdo comparar una monarquía parlamentaria al estilo europeo con una monarquía al estilo alauí.

En Canarias, no parece descabellado pensar que el principal objetivo de Marruecos es ocupar el vacío de poder que ha dejado España y que Mauritania no puede reclamar. La expansión de sus aguas territoriales es un intento de controlar el monte submarino Tropic, que es rico en telurio, un mineral usado en la industria informática.

Marruecos ha usado la inmigración para sacar unos jugosos millones de euros en concepto de ayuda mientras compra armas a Estados Unidos

España estuvo a punto de tener un susto por el juego diplomático marroquí con la isla de Perejil. Pero esta guerra fría que ha desencadenado la hospitalización en Logroño con un nombre falso del líder del Frente Polisario, Brahim Gali, demuestra la fragilidad diplomática española. Más aún cuando el Gobierno español no ha conseguido estrechar lazos con la administración Biden, lo que sale caro.

No cabe duda de la inteligencia de Rabat, que utiliza a sus civiles como armas para lavarse las manos luego. Incluso se teorizó con ello en el libro La Marcha Verde, modelo de filosofía política para Hassan II. Falseando a Gandhi, el Gobierno marroquí encontró la forma de reeditar con éxito algo parecido a la cruzada de los niños. Un dardo venenoso que Marruecos barniza de pacifismo.

Desde entonces, y por la imposibilidad de una guerra abierta contra España, Marruecos ha usado la inmigración para sacar unos jugosos millones de euros en concepto de ayuda mientras compra armas a Estados Unidos.

España pesa poco en la geopolítica. Sólo Francia y Estados Unidos tienen voz en el norte de África. El historiador Josep Fontana advertía sobre esa forma de preservar la estabilidad en la zona que consiste en regar de dinero a regímenes corruptos. “La pax americana en el Mediterráneo se asentaba en el apoyo a una serie de gobiernos corruptos del norte de África, desde Egipto hasta Marruecos: regímenes autoritarios que mantenían apariencias exteriores democráticas”.

Si la política es la guerra por otros medios, de poco sirve financiar a quien sólo acepta retrasar el golpe a cambio de dinero. ¿Qué más se puede hacer? Superar el miedo a la unidad política de la Unión Europea.

Entre la política dura y la diplomacia inteligente está el quid de la preservación de los intereses nacionales (y europeos)

Es cierto que Ceuta y Melilla son la frontera sur de la UE. Aunque Alemania o Francia puedan tener intereses distintos a los españoles, esa frontera les compete por igual. No por la inmigración, sino por la perpetuación de ese modelo de comportamiento que lleva a darle el bocata al abusón para que no te pegue.

En el contexto global sólo es posible responder a este tipo de actuación con el apoyo de todas las democracias occidentales. Con la excepción de Estados Unidos, que sigue la línea de Donald Trump en su reconocimiento de Marruecos. Y eso que Joe Biden era un referente para el PSOE actual.

Entre la política dura y la diplomacia inteligente está el quid de la preservación de los intereses nacionales (y europeos). No en ese buenismo político que interpreta las relaciones internacionales como si estas fueran una gigantesca oenegé estatal.

Entre Neville Chamberlain y Winston Churchill hay niveles intermedios lo suficientemente aceptables como para hacerse respetar internacionalmente.

*** Santiago Molina es periodista.

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