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LA TRIBUNA

Prensa digital: un aula abierta

Al hilo del uso de las tecnologías de la comunicación en la educación escolar o universitaria como consecuencia del confinamiento por el coronavirus, el autor reflexiona sobre las aportaciones de la prensa digital a la formación de los ciudadanos.

13 abril, 2020 03:07

Leer este artículo requiere en torno a cinco minutos. Si al final de sus líneas ha logrado aportar algún conocimiento o suscitar alguna reflexión o crítica, significará que el lector habrá invertido su valioso tiempo en una de las acciones más extraordinarias, provechosas y placenteras de nuestra vida: aprender.

Mientras los centros de enseñanza permanecen cerrados a cal y canto por la pandemia, la comunidad educativa debate apasionadamente sobre la transformación que ha supuesto la tecnología digital para impartir clases a distancia, comunicarse con el alumnado o mantener, en circunstancias muy adversas, la actividad académica y administrativa.

Los brillantes ejemplos de colegios, institutos y universidades que están empleando estos días metodologías innovadoras basadas en contenidos audiovisuales o herramientas virtuales demuestran hasta qué punto se han incorporado progresivamente los lenguajes y las técnicas de los medios de comunicación de masas al ámbito específico de la escuela.

Más allá del grave momento actual –en el que resulta discutible que se puedan seguir con normalidad las lecciones, completar las actividades y llevar a cabo las evaluaciones de forma telemática, como si no estuviera sucediendo nada terrible fuera de nuestros hogares–, esta traslación del mundo de la comunicación a la educación es un hecho que está siendo abordado desde múltiples puntos de vista.

Sin embargo, el fenómeno contrario, más revolucionario y disruptivo aún si cabe, no está acaparando la misma atención entre profesores e investigadores: las televisiones, las radios, los periódicos y las redes sociales se han ido convirtiendo a su vez en espacios de aprendizaje, en aulas abiertas al conocimiento.

Los medios están formando, instruyendo a la ciudadanía como si fueran nuevos campus universitarios

¿Quién sabía hasta hace poco hasta el más mínimo detalle sobre la Covid-19? ¿Quién era capaz de utilizar de forma cotidiana la terminología especializada de los sanitarios o de los economistas ante una crisis de esta envergadura? ¿Quién estaba de verdad al tanto de las medidas que implica declarar un régimen de Estado de Alarma?

Los medios de comunicación no solo –cumpliendo con su función esencial– están informando y opinando exhaustivamente sobre estos y otros asuntos relacionados con el coronavirus, sino que, paralelamente, están enseñando, formando, instruyendo a la ciudadanía como si fueran nuevos campus universitarios.

Los programas informativos de TV se han llenado de vistosas pizarras virtuales y las cadenas de radio graban podcast didácticos complementarios a las noticias o las tertulias; en YouTube se encuentran cientos de canales educativos y científicos con un número espectacular de suscriptores; en cuentas de Instagram, Twitter o Facebook, un sinfín de experiencias pedagógicas de todo tipo han convertido a muchos docentes –a cuál más variopinto, creativo y heterodoxo–, en exitosos influencers. En definitiva: una de las características más sobresalientes de la sociedad del conocimiento es que, mientras tengamos una pantalla delante, no es que nos esforcemos por aprender, es que no podemos dejar de hacerlo.

El efecto verdaderamente rompedor, el resultado perdurable de esta tendencia, no es que los medios estén incluyendo cada vez más recursos didácticos, sino que están consiguiendo que los usuarios “aprendan a aprender” por sí mismos, generando una nueva tipología de espectadores, radioyentes o lectores que saben mejor que nadie en qué áreas les interesa formarse y trazan su propio “plan de estudios” alternativo, independiente y libre a partir de los miles de contenidos disponibles en la red.

Dentro de este panorama edu-comunicativo, la prensa digital es el medio que ha experimentado de manera más creativa y eficaz con los nuevos formatos y estilos de aprendizaje dirigidos a estos alumnos proactivos.

Las rígidas estructuras académicas no pueden proporcionar los saberes urgentes que un periódico digital suministra

En las páginas de los diarios online se habilitan secciones periódicas que difunden vídeos o infografías interactivas sobre cualquier materia –economía, informática, salud, etc.– como si fueran apuntes de una clase a distancia; se entrevista a expertos en los más diversos campos científicos como si se impartieran lecciones magistrales; o se convocan actividades con los lectores –chats, foros, FAQ, etc.–, que funcionan eficazmente como auténticas tutorías colectivas y participativas.

Pero, además de ser una ventana privilegiada para difundir contenidos educativos y científicos, la prensa digital aporta una serie de valores añadidos respecto a otras formas convencionales de aprendizaje que convierten a estos medios en complejos ecosistemas de e-learning. Su objetivo principal es atraer y fidelizar a ese usuario autodidacta, ofreciéndole un contenido útil, una experiencia enriquecedora para aprovechar al máximo el tiempo que dedica a ilustrarse. En las antípodas de una formación online rutinaria o encorsetada, se fomenta que el lector impulse su propio aprendizaje y decida en qué quiere emplear su atención y su esfuerzo.

En primer lugar, la prensa digital no solo trata de ofrecer un contenido de calidad, sino que demanda que esté vivo, actualizado, en un proceso de constante evolución y mejora. A la velocidad que se producen hoy los cambios, la necesidad de adquirir nuevas competencias y habilidades específicas se manifiesta de forma aún más perentoria, más determinante. Las rígidas estructuras académicas de los sistemas educativos –ideales, por su parte, para una formación integral, estructurada y sólida– no pueden proporcionar ese ritmo constante de saberes urgentes y precisos que un periódico digital suministra y renueva a diario.

A su vez, el lector puede adentrarse en ámbitos no genéricos, no trillados, es decir, separarse de los itinerarios convencionales y autogestionar sus preferencias. Así, se puede acceder con facilidad a conocimientos heterogéneos, particulares, raros, aparentemente insignificantes o improductivos que resultan ser todo lo contrario: análisis de los datos de tráfico de este tipo de contenidos poco ortodoxos en plataformas como YouTube señalan que los usuarios consumen una cantidad ingente de originalísimos vídeos educativos que escapan a las temáticas y las metodologías más tradicionales. Es decir, queremos aprender lo que realmente nos incumbe, nos afecta, nos empuja a progresar.

Así, en la prensa digital se están compartiendo lecciones de todo lo habido y por haber: historia, ciencia, cultura, tecnología, economía, política, salud, psicología, habilidades profesionales, relaciones humanas, belleza, gastronomía, entrenamiento deportivo, formación musical... Si probamos a buscar tutoriales sobre los temas más singulares, más extraños en los que nos gustaría adentrarnos, descubriremos que hay a nuestra disposición múltiples contenidos sobre esa materia “irrelevante” que creíamos que solo nos interesaba a nosotros. Incluso, además de artículos, píldoras educativas o secciones concretas dentro de los periódicos, hallaremos formatos autóctonos, como los unboxing o los walkthrought, especialmente optimizados para lograr un aprendizaje sencillo, satisfactorio y duradero.

A través del ordenador, la tableta o el móvil, se puede “asistir a clase” en cualquier lugar y en cualquier momento

Del mismo modo, los recursos multimedia, los hipervínculos y las técnicas narrativas de storytelling o gamificación posibilitan múltiples capas, múltiples niveles de profundidad, desde lo más sintético y superficial a lo más extenso y complejo. Los periódicos digitales cuelgan cada vez más documentos originales, con frecuencia verdaderos tochos en PDF, para quien quiera ampliar conocimientos mientras apelan al carácter lúdico del aprendizaje: entretenerse no está reñido con aprender –más bien tienen que ir en la misma dirección–, por lo que deben convivir contenidos fiables, rigurosos y sistemáticos con estrategias de ocio que faciliten la asimilación y el recuerdo: sumarios, enumeraciones de aspectos clave, listados de preguntas, instrucciones de cómo hacer algo paso a paso, galerías de imágenes, juegos, encuestas, etc.

Por último, no se necesita ni de un espacio físico ni de un horario estricto: la variedad de soportes, dispositivos y canales favorece que, a través del ordenador, la tableta o el móvil, se pueda “asistir a clase” en cualquier lugar y en cualquier momento. Sobre todo, lo relevante es que, al difundirse en abierto sin limitaciones geográficas o temporales, estos contenidos están sujetos a un permanente escrutinio público y su correspondiente control y evaluación. Podemos buscar muchas versiones del mismo tema en distintos periódicos y cotejar, comparar, contrastar, en definitiva, elegir qué materiales nos resultan satisfactorios y cuáles no.

Esta es la característica fundamental a la que nos referíamos anteriormente: la incorporación de recursos educativos a las páginas de la prensa digital pone de manifiesto quela oportunidad de formarse, la libertad de decidir en qué empleamos nuestro tiempo se ha trasladado, cada vez más acusadamente, al individuo. Una vez que el ecosistema digital se convierte en una gran pizarra, nosotros somos los responsables de nuestro propio aprendizaje a lo largo de toda la vida, somos el motor de nuestro propio cambio.

Acabemos mandando deberes al lector, una sencilla tarea. Consiste en explorar cualquier periódico online e iniciar una búsqueda entre cientos de contenidos educativos –por ejemplo, cómo fabricarse una mascarilla, un estudio de los escenarios económicos que nos esperan, una historia de las epidemias en el Imperio romano o algunos consejos para estar en forma, física y psicológicamente, durante una cuarentena–; a continuación, después de haber disfrutado del contenido, tendrá que responder a una única cuestión: ¿he aprendido algo que merezca realmente la pena en estos últimos cinco minutos?

Si inmediatamente siente la necesidad de compartir por WhatsApp ese texto, esa infografía, ese vídeo o ese podcast o, incluso, si le entran unas ganas irrefrenables de ponerse a crear sus propios apuntes o grabar audios o vídeos que quiera compartir en sus redes sociales, significará que no solo habrá invertido de la mejor manera posible su tiempo, sino que estará dispuesto también a enseñar a los demás cómo aprovechar cada instante de su vida.

*** Mario Rajas es profesor titular de Comunicación Audiovisual y Publicidad de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Rey Juan Carlos.

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