.

. EFE

LA TRIBUNA

Catalunsraum

El autor denuncia el espíritu totalitario que subyace en el nacionalismo catalán y los rasgos que comparte con el nacionalsocialismo, como su afán expansionista.

13 agosto, 2018 01:32

Lebensraum es un término acuñado por Friedrich Ratzel a comienzos del siglo XX, popularizado durante la Alemania nazi por constituir la ideología expansionista del III Reich. Tuvo su réplica en otros países con regímenes totalitarios, como el caso italiano con su propio Spazio vitale, pero el germano fue el paradigma de referencia.

El concepto parte de una asunción sencilla. Según el nazismo, la expansión del imperio se fundamentaba en que Alemania, lo alemán y su cultura eran tan superiores que debían hacer un esfuerzo moral y militar por expandir su presencia en todo territorio posible al este de Europa, con el objetivo de colonizarlo para perpetrar su ideología y asegurar que éstos produjeran los recursos económicos necesarios para su supervivencia.

Así, la lógica manifestaba que cuantos más territorios fueran anexionados y, por supuesto, germanizados, más fácil sería garantizar la homogeneidad cultural y la erradicación de la disidencia que pudiera plantear problemas por sí misma o gracias a la colaboración de regímenes extranjeros.

En su versión moderna, el totalitarismo sustituye la aniquilación por la expulsión mediante el acoso

Desde que acabó la Segunda Guerra Mundial hemos visto muy pocos ejemplos de expansionismo por motivos culturales o étnicos, siendo la mayor parte intentos debidos a criterios económicos o geopolíticos. Hemos avanzado en la instauración de regímenes democráticos en gran parte del globo, y la erradicación militar de etnias o colectivos es afortunadamente impensable en cualquier territorio Occidental.

Pero las ideas detrás de los horrores totalitarios, aún en su versión moderna en la que la aniquilación se sustituye por la expulsión mediante el acoso, siguen estando presentes en nuestro día a día en ideologías con las que convivimos diariamente y que suscitan la connivencia de aquellos que se autodenominan a sí mismos anti-fascistas.
Y es que, ¿no es acaso el proyecto político denominado Països Catalans una versión moderna y pretendidamente pacifista del Lebensraum?

Vamos a analizarlo. El independentismo catalán considera, a través de su proyecto supremacista brillantemente explicado a lo largo de los años en numerosos artículos y conferencias por parte de Quim Torra, que los catalanes son cultural y biológicamente superiores al resto de españoles. ¿Se acuerdan de la denominación de malas bestias que nos profirió el Molt Honorable?

También opina el independentismo que su lengua y sus costumbres son diferentes a las de los demás, y su uso implica necesariamente un estatus diferente al de los castellano-hablantes que residen en su territorio. ¿Por qué si no multar a todo aquél que no rotule en catalán?

No podemos permanecer impasibles ante unas ideas que buscan hacer de Europa una pesadilla

Creen, además, que todos aquellos que no sean catalanes -y ser catalán no es sólo una cuestión de nacimiento, también es de lengua y adscripción a su ideología- deben salir del territorio y volver a Andalucía o Madrid para garantizar la pureza ideológica de su nuevo “proyecto de país”. ¿Qué son si no todas aquellas llamadas de la expresidenta del Parlament a que Arrimadas vuelva a Cádiz?

Acosan, también, a los disidentes con insultos, vejaciones y ataques personales a ellos y sus familias para que el asedio les fuerce a exiliarse de verdad. ¿O acaso es normal que mi compañero Xavi García Albiol, al igual que todos los dirigentes constitucionalistas, necesiten escolta para pasear por su ciudad?

Pretenden, de esa forma, anexionarse Baleares y Valencia con la excusa de una identidad cultural y lingüística que justifique su pertenencia a un proyecto de país, buscando en realidad personas, territorios y recursos que aseguren la supervivencia del ente matriz. ¿Qué otra excusa hay si no para pretender formar un Estado con Comunidades Autónomas con las que el único nexo de unión, además del supuesto cultural, es su pertenencia conjunta a España? ¿Por qué si no los conniventes con su proyecto llevan años catalanizando ambos territorios a través de la inmersión lingüística educativa y administrativa? ¿Por qué derogar entonces la ley de símbolos que aprobamos para evitar simbología catalanista en las islas?

Es hora de que empecemos a tratar al nacionalismo catalán como lo que es: un proyecto totalitario

Hace unas semanas el prófugo Puigdemont dijo que podría pisar Cataluña cuando quisiera, pues el territorio francés de Rosellón también es parte de su construcción idealizada de república inventada llamada Països Catalans. La evocación a la violación de la soberanía de un territorio ajeno al nuestro hizo saltar muchas alarmas por la evidencia totalitaria del proyecto que esta gente está dispuesta a emprender.

Hemos necesitado ver la paja en ojo ajeno para darnos cuenta de que en los nuestros ya ha anidado con casi total impunidad el supremacismo, el acoso y la violencia psicológica ejercida de la peor de las maneras posibles.

Es hora de que empecemos a tratar al nacionalismo catalán como lo que es: un proyecto totalitario que busca acabar con el disidente por medios absolutamente intolerables en un contexto democrático como el actual.

Y es que, aunque sea un atrevimiento estos días, debemos decirlo alto y claro: españoles, pese a ellos, nos quedamos. Vamos a desenmascararlos.

*** José Ramón Bauzá es senador del PP y fue presidente de las Islas Baleares.

Más en opinión

Blog del Suscriptor
Jesús Nieto

La meritocracia del carnet

Anterior

Segundo 'Aquarius': que corra el turno

Siguiente