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LA TRIBUNA

Las palabras del dos mil dieciocho

El autor reflexiona sobre el valor de las palabras como creadoras de la realidad y sobre cómo el lenguaje determina nuestro comportamiento.

8 enero, 2018 23:58

Las leyes y las noticias, las tradiciones y las revoluciones, los valores y los objetivos audaces: toda nuestra realidad se construye con palabras. Dotadas de esqueletos significantes que evolucionan como animales darwinianos, las palabras tienen también un alma que puede iluminarse o apagarse, y su verdadera importancia está en el centro de su significado.

Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, uno puede comerse las palabras, es decir, “omitirlas o hacerlas desaparecer” pero puede también bebérselas, en cuyo caso “escuchará con atención”. Cogerlas o tomarlas para “asegurarse de que se cumplen”. Jugar con ellas, medirlas, soltarlas y borrarlas. Usar “palabras gruesas”, que son insultos y “palabras mayores” que son asuntos importantes. En plural, las palabras son una “expresión poco sincera o vacía de contenido”. En singular, la palabra es “la promesa de que una cosa es verdad”. Afirmaba Quevedo con ironía que “las palabras son como las monedas, que una vale por muchas, como muchas no valen por una”.

Cada año el diccionario de la RAE defenestra unas cuantas palabras. El pasado año 2017 se realizaron 3.345 modificaciones y la prensa política llevó a incluir la palabra “posverdad”, una distorsión deliberada de la realidad y el uso de las tecnologías móviles al “postureo” de los “selfies” y a los “notas”, que son personas que quieren llamar la atención. El concepto de “sexo débil” salió del diccionario -después de que algunas plataformas online reunieran miles de firmas y la sociedad finalmente evolucionara hacia un feminismo constructivo- y desapareció el concepto de “inceptor”, alguien que comienza algo… una palabra muerta que estaría bien recuperar porque es difícil encontrar personas que consigan poner cosas en funcionamiento. Desapareció la tilde de los pronombres demostrativos para hacernos la vida más sencilla y entraron al diccionario de la RAE los “hackers”, que son los antiguos bandoleros pero con “ratón”.

Poner los sentimientos en palabras activa la parte clave del cerebro en el control de los impulsos

Salen de Google, Facebook o Instagram nubes de palabras y así los lectores miramos al cielo del online. Precisamente Google Trends señala estadísticamente las tendencias en palabras más buscadas en el mes de diciembre en nuestro país: los resultados de la “lotería de navidad”, los no menos esperados de las “las elecciones catalanas” y el nuevo disco del cantante súperventas “Pablo López”. El precio de los “bitcoins”, la presentadora de televisión italiana que se desmayó en directo “Nadia Toffa” y la nueva entrega de “Star Wars” son preocupaciones globales de una sociedad mundial que curiosamente al terminar el año quería ir al cine, ver la televisión y ganar dinero online. Una sociedad que cada vez más expande y contrae el lenguaje: mutila las palabras por pereza en los dispositivos móviles y sin embargo encadena ideas sin fin en hipertextos de larguísima discontinuidad discursiva tal como vaticinaran los investigadores del lenguaje del siglo XX.

Es clara la importancia de las palabras en las relaciones. La psicología moderna menciona a menudo la importancia de “verbalizar”, lo cual es consecuencia directa del modo en que funciona nuestro cuerpo. Poner los sentimientos en palabras y pronunciarlas activa la corteza prefontral derecha, es decir la parte clave del cerebro en el control de los impulsos, según publicaba recientemente la revista Psychological Science refiriendo un estudio de la Universidad de California. De este modo, usar las palabras más adecuadas, encontrarlas y decirlas, en sentido literal, cambia las substancias que nos componen.

En el ámbito profesional, existe un modelo de coaching que utilizan algunas consultoras y que se denomina “Visión Personal”, el cual consiste en aplicar el modelo habitual de “visión corporativa” a las personas. Es interesante como ejercicio. Pruebe un momento a rellenarlo en un papel: busque tres palabras que resuman sus cualidades principales, es decir, en qué es usted mejor. Piénselo de un modo amplio y verá que hace años que otros se lo dicen: ¿cocino bien?, ¿hablo bien en público?, ¿sé dirigir grupos de personas? A continuación haga lo mismo con sus valores, indicando qué tres actitudes defiende intensamente, sin las cuales tiene serios problemas para manejarse. Sin duda compartirá estos valores con las personas que siente como más cercanas en su vida: ¿esfuerzo?, ¿creatividad?, ¿tolerancia?

Vivimos, inmersos en palabras y frases, con algunas de ellas grabadas a fuego y en la búsqueda de otras

Ahora intente escribir una misión filosófica, pensando en el porqué más abstracto de su existencia. Qué es lo que ha guiado sus pasos hasta donde se encuentra ahora mismo y póngale palabras, con toda la sinceridad que le sea posible, a esa búsqueda. Evite los juicios morales. ¿Demostrarse algo? ¿Entender mejor? ¿Hacer algo por algún motivo? Elija en ese momento un objetivo audaz para el año que comienza, con tal de que sea concreto -medible, incluso- y confirme que cuadra con sus cualidades –o habilidades para lograrlo- y sus valores -o motivaciones más profundas-.

Ya lo tiene: de este modo vivimos, inmersos en palabras y frases, con algunas de ellas grabadas a fuego y en la ignorancia y la búsqueda de otras, pero siempre eligiendo los términos de nuestra preferencia. Más o menos alineados con las palabras que nos llenan y nos dan significado. En ningún caso las palabras se las lleva el viento, sino que pesan tanto que nos condicionan profundamente y nos aplastan contra la realidad que crean. Dotemos conscientemente de las palabras que elijamos al número compuesto de tres palabras, dos mil dieciocho, inceptores de nuestro propio plan… verbal. 

Antonio Teruel

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