Ilustración: Javier Muñoz

Ilustración: Javier Muñoz

LA TRIBUNA

El discurso del Rey: las reformas necesarias

Al hilo del mensaje de Navidad de Felipe VI, el autor reflexiona sobre la necesidad de aprovechar la experiencia de 40 años de democracia para rectificar aquello que funciona mal.

25 diciembre, 2017 23:58

La prolongada crisis política española, manifestada desde las elecciones generales de diciembre de 2015, ha tenido su punto álgido con el intento golpista de los separatistas catalanes. En este marco, S. M. el Rey ha reivindicado, en su discurso de Navidad, el encuentro de concordia e inclusión que fue la Constitución de 1978, precisamente porque a los españoles nos preocupa la estabilidad, el presente y futuro de nuestra Nación y un indeseable horizonte de exclusión y enfrentamiento entre los propios catalanes.

Es la hora de utilizar el conocimiento, la experiencia de nuestra Historia reciente. En 1988, Jean François Revel publicó un ensayo, El conocimiento inútil, que además de ser un best-seller, obtuvo el prestigioso premio Chateaubriand. La tesis del libro de Revel era que la humanidad y, sobre todo, las elites políticas tendían a no armonizar su comportamiento con el conocimiento adquirido por la experiencia. Los empresarios, los científicos, los médicos, los ingenieros, etc. se guían, rectifican y avanzan gracias al conocimiento que convierten en acciones. Sin embargo, en la política, sociedades enteras y muchos políticos no convierten sus conocimientos en acciones acordes con lo que la experiencia demuestra que es más conveniente.

En el caso de España, con recetas rupturistas e inmovilistas, corremos el riesgo de que nuestro conocimiento sea inútil. Desde la mitad de la década de los ochenta del pasado siglo, la clase política española es consciente y responsable de la deriva que estaba tomando el régimen político de la Transición hacia un Estado de partidos. Gracias a las publicaciones de politólogos como Pradera, García Pelayo, Alejandro Nieto, Lorenzo Abadía y muchos otros, no se puede alegar ignorancia de sus advertencias. Según estos autores, el Estado de partidos es una degradación de la democracia en la que los partidos políticos, en lugar de representar a la sociedad, lo que hacen es ocuparla en provecho propio y practicar una suerte de neodespotismo ilustrado plebiscitario. Una definición que sirve tanto para los partidos que, hasta ahora, han tenido responsabilidad de gobierno en Madrid como en las autonomías.

En 2016 y 2017, la respuesta del PP ha sido el inmovilismo; la del PSOE ha sido la división

Los partidos son esenciales en la democracia. No hay democracia sin partidos y sin libertad de prensa. Pero el Estado de partidos que padecemos, más por el desarrollo legislativo que por la Constitución del 78, se ha convertido en una forma oligárquica de gobierno en la que unos pocos partidos políticos acumulan el poder en detrimento de la libertad, la calidad democrática y la representación.

La base de la creciente desafección de la sociedad española hacia los partidos establecidos es la idea extendida de que la solución, sea cual sea, no es probable que venga de los beneficiarios del sistema que han construido. Si el PP y el PSOE quieren desterrar esta imagen real, tienen que ponerse a la cabeza de la manifestación reformista con propuestas que no parezcan que desean reforzar y ampliar su dominio partidista sobre la sociedad española.

En las elecciones generales de diciembre de 2015, los electores expresaron un alejamiento de los partidos gubernamentales, que perdieron un tercio de sus apoyos. Además, se produjo el declive del bipartidismo imperfecto que viene administrando el gobierno de la Nación desde 1978. En 2016 y 2017, la respuesta del PP ha sido el inmovilismo y la deserción (FAES); la respuesta del PSOE ha sido la división y la perplejidad.

Los discursos del Rey contrastan con las redundancias de lo obvio del discurso gubernamental

Las recientes elecciones en Cataluña muestran el declive (PP) y estancamiento (PSOE) de los partidos tradicionales. Por su parte, los separatistas catalanes pretenden que el 47 por cien de esa región se imponga a toda Cataluña y al resto de España con una ley fundacional de la república catalana plenamente excluyente. Como muy bien ha señalado el Rey, no pueden “imponer las ideas propias frente a los derechos de los demás” ni llevarnos “de nuevo al enfrentamiento y a la exclusión”. Los separatistas no han aprendido nada. Para ellos el siglo XX, tan dramático y esperemos que irrepetible, es un conocimiento inútil.

El magro resultado del PSC-PSOE en Cataluña sugiere que muchos catalanes no separatistas entienden que continuar por la vía de las concesiones, lejos de atemperar el problema, lo aumenta. El nacionalismo supremacista que padecemos, no sólo en Cataluña, es un proyecto continuado de acumulación de fuerzas a la espera de la coyuntura favorable para destruir la nación española y construir un mini-estado independiente. A los hechos me remito.

Los dos importantes discursos del Rey, del 3 de octubre y el de Navidad, contrastan con el inmovilismo funcionarial y redundancias de lo obvio del discurso gubernamental. La reciente comparecencia del presidente del Gobierno en la Moncloa para comentar los resultados de su partido en las elecciones catalanas constituye un acto de tancredismo, de desprecio del conocimiento útil. El presidente, empleado a fondo en la campaña electoral y con un resultado desastroso, parecía que hablaba de algo ajeno, como un metereólogo de la televisión que observara la circulación general de la atmósfera: todo normal según lo previsto, los apoderados, interventores, votaciones, colegios electorales…

Si PP y PSOE no hacen propuestas reformistas que aprovechen el conocimiento, otros las harán

Otro argumento recurrente es el manejo de los tiempos del presidente del Gobierno. Según Revel, en el libro citado: “El tópico interesado que difunden los hombres de Estado, según el cual el arte de gobernar consistiría en saber esperar o, según el refrán español en 'dar tiempo al tiempo', no es más que el maquillaje de la irresolución. Si es para dejar que las situaciones evolucionen ellas solas, ¿para qué sirve tener dirigentes? El éxito del que toma la decisión depende, por lo menos, tanto del momento en que decide como de lo que decide. Demasiado tardía, la decisión ya no es tal, simplemente registra el hecho consumado. A menudo, gobernar, dirigir, emprender no son más que eso. La vida es un cementerio de lucideces retrospectivas”. He aquí, escrito hace treinta años, un retrato completo de la aplicación monclovita, in extremis y limitada, del artículo 155.

S. M. Don Felipe VI concluyó su discurso de Navidad con una invitación a enfrentar los retos del presente y del futuro: “2018 nos espera en unos días y debemos seguir construyendo nuestro país, porque la historia no se detiene. Y no hemos llegado hasta aquí para temer al futuro sino para crearlo”.

La política tiene horror al vacío. Ante la principal crisis política española de los últimos cuarenta años, si el PP y el PSOE no hacen propuestas reformistas viables que aprovechen el conocimiento, serán otros quienes las hagan; y pueden ser más o menos razonables o más o menos rupturistas, como “el referéndum pactado” o “el nuevo proceso constituyente” de los podemitas, separatistas y buena parte de la izquierda. Por tanto, se trata de aprovechar el conocimiento, la experiencia de cuarenta años, para diagnosticar y rectificar lo que se viene haciendo mal desde 1978. En otras palabras, abandonar la parálisis, hacer útil nuestro conocimiento y convertirlo en acción.

*** Guillermo Gortázar es historiador y abogado. Su último libro es 'El salón de los encuentros. Una contribución al debate político del siglo XXI'. (Madrid, Unión Editorial, 2016).

Juan Carlos Girauta

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