Hace apenas 24 horas, Miriam Nogueras descargó toda su artillería retórica contra Pedro Sánchez en el Congreso. "Cínico e hipócrita", le llamó, echándole en cara un listado interminable de incumplimientos.

Junts había roto de forma "irreversible" con el Gobierno, aseguró Nogueras.

Sólo 24 horas después, con el eco de sus insultos todavía rebotando en el techo del hemiciclo como las balas de los golpistas del 23-F, Junts ha salvado al Gobierno de una derrota parlamentaria por un único voto. Una abstención táctica en la votación sobre la prórroga de las centrales nucleares ha permitido que Pedro Sánchez esquive un golpe que le habría puesto al borde del precipicio.

La diferencia la han marcado los siete diputados independentistas. Junts no ha votado con el PSOE, claro está (eso habría sido demasiado obvio). Pero sí se ha abstenido, dándole a Sánchez lo que necesitaba.

El presidente del Gobierno ha recibido el mensaje alto y claro: "Haremos teatro e incluso te insultaremos, pero te permitiremos llegar a 2027 sin obligarte a convocar elecciones generales anticipadas".

Esta contradicción no es accidental. Es el patrón habitual de un partido de charanga y pandereta que descubrió hace tiempo que la farsa de la confrontación es mucho más rentable electoralmente que la coherencia.

La clave es esta: Junts está en caída libre ante Aliança Catalana, que crece mientras ellos languidecen.

Así que Junts necesita gritar y amenazar con romper. Pero también necesita que nada de eso suceda de verdad. Porque Sánchez depende de ellos tanto como ellos dependen de Sánchez.

Lo que ha quedado probado hoy más allá de toda duda razonable es que Junts no es un partido españolista, pero sí el partido más españolazo del Congreso. Porque nada hay más españolazo que esas bravatas hiperventiladas que luego se diluyen en el éter de las abstenciones tácticas.

Lo de Junts, en definitiva, no es agresividad pasiva, sino pasividad agresiva.

Por eso, aunque escenifique la ruptura, Junts continuará salvando a Sánchez votación a votación, pero siempre de la forma más hipócrita: abstenciones en lugar de apoyos, silencios en lugar de aplausos.

Lo que alimenta realmente esta estrategia de doble cara es que Junts ya ha perdido lo que le importaba. La amnistía llegó, pero el juez Llarena se niega a aplicársela a Puigdemont por malversación.

El traspaso de competencias en inmigración fue bloqueado por una coalición imposible de PP, Vox y Podemos.

Y los incumplimientos del PSOE son reales, documentados, inaceptables.

Lo que queda son migajas. La oficialidad del catalán en Europa y la aprobación de leyes que favorecen a intereses muy concretos. Los empresarios catalanes, por supuesto, están encantados con el mantenimiento de las nucleares que alimentan sus negocios. Porque más de la mitad de la energía que necesita la economía catalana procede de esas plantas y la energía verde no es una opción para ellos.

¿Junts, el partido que proclama salvaguardar a Cataluña, votaría contra los intereses de sus principales valedores empresariales? La abstención ha sido la solución perfecta para ellos.

La realidad es que Junts se ha convertido en un partido de intereses muy concretos. La amnistía de Puigdemont y el mantenimiento de una legislatura que les permita vender su apoyo al mejor postor.

Y el salvamento silencioso de Sánchez les permite cobrarse sus favores sin aparecer como cómplices.