Antes de la orden ejecutiva firmada por Donald Trump para declarar por primera vez el inglés única lengua oficial del país, en EEUU nunca se había considerado necesario oficializar el idioma hegemónico. Lo cual revela que la medida responde únicamente a un móvil ideológico.

Concretamente, a la idea de "una lengua, una nación", que constituye el principio básico del credo nacionalista a lo largo y ancho del mundo. El propio Trump dijo en una ocasión: "En este país hablamos inglés, no español"

La oficialización del inglés es coherente con el ideario supremacista y xenófobo del "America First" del presidente, que entiende la identidad nacional de una forma excluyente. Aunque EEUU es el país multicultural por antonomasia, la idea de la nación para el esencialismo trumpista es el de una cultura monolíticamente anglosajona.

América es para el movimiento MAGA la América blanca protestante. Y por eso la inmigración hispanoparlante (que, al ser la más importante, será la más perjudicada por la medida) representa una amenaza para la lengua inglesa, y en consecuencia para la identidad estadounidense.

Este esquema mental no nos pilla de nuevas a los españoles: es igual al que informa la ideología de los nacionalismos periféricos. Y el mismo que el PSOE respaldó la semana pasada. En su acuerdo con Junts para transferir las competencias de inmigración a Cataluña, se justificaba el control de los flujos migratorios por la necesidad de reducir el impacto de los nacidos "fuera de Cataluña" (incluidos los provenientes del resto de España) en la identidad, la lengua y la cultura catalanas.

Al otro lado del Atlántico, la marginación de la segunda lengua más hablada de EEUU bebe de un clasismo antiinmigración análogo. Como los independentistas catalanes, los nacionalistas americanos estigmatizan el castellano como la lengua de los pobres, por su vinculación a la inmigración latinoamericana.

Y con ello sólo hacen gala de un provincianismo cateto. Porque el español es la cuarta lengua con más hablantes del mundo (más de 600 millones de personas), la segunda lengua de comunicación internacional y el idioma en el que se realizan las transacciones correspondientes al 10% del PIB mundial.

Pero el hecho de que la priorización del inglés sea un gesto no quiere decir que no vaya a entrañar consecuencias tangibles. Porque alentará una discriminación lingüística hacia los más de sesenta millones de estadounidenses hispanohablantes.

Muchos de ellos tienen conocimientos limitados de inglés. Y cabe esperar que se vean afectados por la revocación de la directiva del año 2000 que exigía a las agencias federales facilitar servicios en otros idiomas a los que no hablan un inglés fluido.

La primera víctima de esta revocación ha sido la supresión de la versión en español del sitio web y de las redes sociales de la Casa Blanca, cuestionada incluso por el rey Felipe VI el mes pasado. 

Como alertan los tres expertos consultados hoy por EL ESPAÑOL, reducir la disponibilidad de información y atención gubernamental en español, en el segundo país del mundo con más hispanohablantes, menoscabará sus derechos al dificultar su acceso a los servicios públicos.

La promoción institucional de un modelo monolingüe en EEUU está orientada a afianzar entre la población un modelo de nacionalidad que suprime la diversidad lingüística y cultural del país. Lo cual reforzará la criminalización de la inmigración hispana, ya suficientemente atenazada por el clima de terror creado por la política de deportación de Trump.

Si a ambas canalladas se le suma el corte de la financiación, tras la suspensión de Usaid, de los movimientos opositories a las dictaduras latinoamericanas, sólo resta concluir que Trump ha traicionado insensiblemente al electorado latino que le dio la victoria en noviembre.