Pedro Sánchez ha convertido el reconocimiento de un futuro e hipotético Estado palestino en uno de los ejes de su política exterior. Noruega se sumó ayer a su posición con algunas reservas de sentido común que coinciden con la posición defendida por Alberto Núñez Feijóo en el Congreso. "La cuestión es cuándo", ha dicho el primer ministro noruego, Jonas Gahr Stores. Es decir, "no es el momento".

Sánchez se reunió luego con el primer ministro irlandes, Simon Harris, que se expresó en términos parecidos a los del líder noruego. 

La intención de Pedro Sánchez es reconocer al Estado palestino antes del verano. Este diario ha expresado en anteriores editoriales sus dudas de que el posicionamiento del Gobierno responda a una posición geopolítica meditada y no a un mero oportunismo electoralista destinado al consumo interno. Una sospecha abonada por la insistencia con la que Sánchez buscaba ayer viernes la polémica con el PP respecto a este asunto. 

Parece obvio también que el peso de España en Oriente Medio es, hoy, mínimo. Israel ha repetido una y otra vez que no considera a España un actor relevante en la región y las giras del presidente por países como Arabia Saudí, Catar y Jordania apenas han arrancado diplomáticas declaraciones de cortesía de sus líderes. 

Pero si hubiera que analizar las declaraciones del presidente como si fueran algo más que un intento de confrontar con el PP y de restarle espacios a Sumar y Podemos en uno de los pocos terrenos en los que estos pueden ir más allá que el PSOE (Ione Belarra acusó esta semana a Israel de ser moralmente equivalente a los nazis, una afirmación que en Alemania sería considerada delito de odio antisemita), este diario cree conveniente hacer algunas preguntas al respecto. 

EL ESPAÑOL ha manifestado en anteriores editoriales su apoyo a la propuesta de los dos Estados con dos condiciones irrenunciables. El primero es el reconocimiento recíproco del Estado de Israel por parte de todos los actores relevantes en la región. El segundo, la seguridad de Israel y la garantía de que no será atacado por sus vecinos

Sin esas dos concesiones, reconocer un Estado palestino no sería visto más que como un incentivo a la erradicación de Israel por parte de Irán y sus proxies en la región. Como un "premio" a coste cero por la matanza del pasado 7 de octubre. 

Pero hay más. ¿Con qué autoridad palestina pretende Pedro Sánchez negociar ese Estado? ¿Con qué fronteras? ¿Con qué territorio? ¿Con qué capital? ¿Cuál será la forma jurídica de ese Estado? ¿Será una democracia? ¿O pretende España reconocer un Estado controlado, al menos en parte, por un grupo yihadista que llama al genocidio de todos los judíos? ¿Pedirá España la igualdad de hombres y mujeres en ese Estado? ¿Instituciones democráticas? ¿Elecciones justas y libres? ¿Separación de poderes?

Más importante aún, ¿qué condiciones deberá cumplir ese Estado palestino respecto a Israel? ¿Pedirá España un compromiso de que ese Estado no atacará a su vecino? ¿O el reconocimiento será incondicional? ¿Ha pensado el Gobierno en cómo afectará ese reconocimiento a nuestras relaciones con Egipto, Jordania o Estados Unidos? 

Un cínico dudaría de que un país que ha sido incapaz de solucionar el problema de los secesionismos periféricos vascos y catalán en 150 años de historia tenga la solución mágica para el conflicto que enfrenta a Israel y los palestinos.

Pero concedida la mayor, es decir, aceptada la premisa de que España tiene la fórmula para desencallar ese conflicto, ¿cómo pretende solucionar el Gobierno los detalles, no precisamente menores, que han abortado todas las negociaciones de paz celebradas hasta ahora, en buena parte por el rechazo de los palestinos a incluso las ofertas más generosas realizadas por la izquierda israelí más cercana a sus posturas? 

El diablo está, en fin, en los detalles. Y si la propuesta del Gobierno español es seria, el presidente debería ser capaz de responder sin problema a las preguntas planteadas por este editorial. La alternativa es pensar que se está utilizando a israelíes y palestinos de una forma tan frívola como oportunista e irresponsable.