La intolerable comparación trazada por Santiago Abascal entre Benito Mussolini y Pedro Sánchez, presagiando para el legítimo presidente del Gobierno el mismo final violento que sufrió el dictador italiano, no es "sólo" un exabrupto más.

Este vaticinio criminal no puede solventarse con un mero repudio declarativo por parte de PSOE y PP. Aunque hablaría bien de los socialistas que reconocieran la contundencia con la que Alberto Núñez Feijóo ha deplorado este lunes las palabras del presidente de Vox, en lugar de insistir en que "el presidente del PP es incapaz de condenar las palabras del neofascista Santiago Abascal".

No puede pasarse por alto esta transgresión del más elemental fundamento del sistema democrático: la acción política encauzada por medios pacíficos. Y más cuando Vox no sólo no se ha retractado, sino que se ha reafirmado en las palabras de Abascal.

Porque ningún cargo de Vox ha salido a la palestra a desmarcarse de su presidente. Por el contrario, varios líderes de la formación ultra, como el vicepresidente de Aragón, Hermann Tertsch o Ignacio Garriga han quitado hierro a la infamia proferida por su jefe, achacando el escándalo a una "manipulación del Gobierno". Y eso aunque Abascal dijo claramente que "el pueblo querrá colgar por los pies a Pedro Sánchez".

Estas amenazas nos retrotraen a tiempos en los que imperaba, en palabras de José Antonio Primo de Rivera, "la dialéctica de los puños y de las pistolas".

También implican el programa de "un muro de las dos Españas" que empujaría a la sociedad española a un clima de crispación lindante con el conflicto civil. 

Por eso, Feijóo tampoco puede contentarse con declararse ajeno a "este tipo de pronunciamientos", si bien tiene razón en que abonan y "van en la misma línea" (salvando las distancias) que la estrategia polarizante de Sánchez. Basta con recordar las también incendiaras opiniones de Abascal sobre Cataluña durante la campaña, que contribuyeron a lastrar las posibilidades electorales del PP.

Es evidente asimismo que Génova acierta al denunciar un "intento de victimización del PSOE y de implicar al PP".

Pero después de que Abascal haya cruzado todas las líneas rojas, sólo resta que los dos grandes partidos den un paso al frente para dejar fuera de la comunidad democrática a Vox.

Y ello teniendo en cuenta que no se puede hacer culpable a todos sus cargos públicos. Pero sí instar a sus cuadros a pronunciarse y distanciarse de las declaraciones de su presidente, haciéndoles ver que las condenas más valiosas serían las que viniesen precisamente del seno de Vox.

A este periódico no se le oculta que las exhortaciones al PP han de circunscribirse al ámbito de las alternativas factibles.

Y una primera solución viable es la promoción por parte de Feijóo de una declaración institucional, que debería acoger el Parlamento, por la que se aísle y se repudie colectivamente cualquier manifestación del tenor de la de Abascal. 

Al margen de liderar este cordón sanitario a la ultraderecha, el PP debe estudiar también una fórmula que permita excluir a Vox de la ecuación parlamentaria sin que se resienta la gobernabilidad de la España autonómica y municipal.

Porque una ruptura inmediata del PP con Vox condenaría a Valencia, Aragón, Murcia y Castilla y León a una improcedente repetición electoral. Amén de que supondría darle al PSOE lo que busca, cuando propone que "la mejor forma que tiene Feijóo de condenar las palabras de Abascal es romper sus pactos con los neofascistas de Vox".

Naturalmente, la opción más deseable es la que este periódico no se ha cansado de pedir: una negociación entre PP y PSOE en la que ambos se comprometan a dejar gobernar al más votado, para poder aislar a los actores extremistas.

El PSOE tiene nuevamente ocasión de demostrar que su compromiso de frenar a la ultraderecha es sincero, y no una mera estratagema electoral. Y en lugar de dejar al PP en manos de Vox, como hizo tras el 28-M, garantizar la estabilidad a los gobiernos del PP para que pueda prescindir de la extrema derecha.