Pedro Sánchez ha querido aparentar tranquilidad este miércoles durante el acto por el Día de la Constitución, mostrándose distendido en los corrillos del Congreso y restando gravedad al "dramatismo" de lo que él llama "agoreros".

Pero lo cierto es que después del abandono de Podemos del grupo parlamentario de Sumar este martes, a Sánchez se le pone aún más cuesta arriba una legislatura ya de por sí agónica.

En primer lugar, porque como han reconocido fuentes socialistas a este periódico, existe una cierta preocupación en el PSOE ante la eventualidad de que la fragmentación del espacio a su izquierda pueda lastrar sus posibilidades electorales en los comicios que se celebrarán en 2024, las elecciones gallegas, vascas y europeas.

Pero, principalmente, porque tal y como ha reconocido el entorno de Podemos, la adscripción de los cinco diputados morados al Grupo Mixto supone que el Gobierno queda en minoría en el Congreso. 

La "mayoría progresista" de Sánchez se resquebraja (incluso entre sus componentes de izquierdas) menos de tres semanas después de ser investido el presidente. Dado que Podemos no tiene ningún acuerdo firmado con el PSOE, y que tiene intención de hacer valer sus cinco votos para ponérselo todavía más difícil al Ejecutivo, puede decirse que hay más diputados en la oposición, 176, que apoyando al Ejecutivo, 174.

Esto supone que, a partir de ahora, la coalición gobernante tendrá que negociar todas y cada una de sus iniciativas legislativas también con la dirección de Podemos. Y a la vista de lo apurado que es el equilibrio de fuerzas y de lo intrincadas que son estas negociaciones, al PSOE le puede resultar arduo sacar adelante incluso su más perentoria votación, la de los Presupuestos.

Probablemente no le falte razón al PSOE cuando descarta la posibilidad de que los morados vayan a hacer caer al Gobierno "progresista", en este clima político tensionado por el bibloquismo que marca la estrategia sanchista del "muro" contra la derecha.

De hecho, aunque los de Belarra ya se declaran oposición, han querido garantizar igualmente que su actitud será "constructiva" porque no tiene ningún interés en "reventar" la legislatura. A ello puede haber contribuido la llamada de la secretaria general a Félix Bolaños de la que informa hoy EL ESPAÑOL. El ministro se ha comprometido a propiciar un ambiente de estabilidad pacífica con Podemos siempre y cuando este ofrezca a cambio su lealtad.

Pero a la vista del largo historial de desencuentros con los ministros de la cuota morada durante la pasada legislatura, y del atrincheramiento de un Podemos movido ya únicamente por el ánimo revanchista, tener que negociar con un partido más no invita precisamente al optimismo del que ha presumido Sánchez este miércoles.

Más bien al contrario, el berrinche de Irene Montero y Belarra durante el traspaso de carteras permite augurar que la animosidad de Podemos no se verterá únicamente sobre Yolanda Díaz (a quien acusa de "ninguneo"), sino también contra el nuevo Gobierno del que lamentan haber sido "echados".

En honor a la verdad, cabe apostillar que Díaz ha intentado diluir todo lo posible a Podemos en su plataforma y en el nuevo gabinete que ha acordado con Sánchez desde que el continuado declive electoral de las ruinas de la formación de Pablo Iglesias evidenció que Belarra y Montero se habían convertido en un activo político tóxico.

Después de que la debacle de la extrema izquierda el 28-M reforzara a una Yolanda Díaz aupada por Sánchez como socio prioritario para marginar a Podemos en su nueva plataforma, la vicepresidenta vetó a Irene Montero de sus listas. Y una vez conformadas las nuevas Cortes, dejó a los morados sin coportavocías en el Congreso, sin ministerios y sin autorización para intervenir en los plenos. Y a continuación de que los morados anunciaran el cisma, la vicepresidenta se vengó expulsando de las comisiones a sus diputados morados un día después de elegirlos para ellas.

Se ha consumado una ruptura que podía intuirse tras meses de tira y afloja entre Belarra y Díaz. Y que se recrudeció tras el acuerdo de gobierno entre PSOE y Sumar, tras el que Podemos celebró una consulta para obtener el aval de sus bases al refuerzo de su "autonomía" frente a Sumar.

Este pulso cainita sólo amainó momentáneamente con la tregua que se dieron ambas formaciones para concurrir juntas al 23-J. Tregua rota sólo 24 horas después, cuando la secretaria general de los morados compareció para decir que la candidatura conjunta había sido un error.

Los costes del divorcio no van a resultar demasiado onerosos para los cinco diputados de Belarra. Perderán las asignaciones mayores asociadas a un grupo parlamentario propio y los sueldos de las comisiones, pero a su vez ganarán en independencia política y en visibilidad en el hemiciclo, y se llevarán un nuevo y jugoso emolumento con el cambio al Grupo Mixto.

Será más bien Sánchez quien tendrá que hacer cargo con los gastos de esta ruptura. Porque si bien el PSOE no puede permitirse considerar a los diputados de Podemos tránsfugas, y castigarlos en consecuencia, tendrá que convivir esta legislatura con la inquietud adicional que genera la imprevisibilidad de este reducto fratricida, sectario y despechado.