La campaña electoral en Ecuador se ha cerrado abruptamente con un asesinato de uno de los candidatos a la Presidencia. Fernando Villavicencio ha sido tiroteado este miércoles en Quito, en un ataque que, según el ministro del Interior, ha sido perpetrado por sicarios.

Aunque existen los precedentes del asesinato del presidente de Haití Jovenel Moïse en 2017, y del vicepresidente de Paraguay Luis María Argaña en 1999, hacía mucho tiempo que no se producía un magnicidio de un candidato en una democracia de América Latina. El último fue el presidente del PRI mexicano, Luis Donaldo Colosio, en 1994. Además, ya en los comicios locales de febrero pasado fueron asesinados tres candidatos a alcaldes y otros siete sufrieron atentados.

La muerte de Villavicencio resulta aún más terrible si se piensa que se había destacado justamente por combatir la creciente inseguridad y por hablar sin tapujos contra el crimen organizado. Y que había basado su candidatura en "enfrentar y derrotar a las mafias que han cooptado el Estado y tienen de rodillas a la sociedad".

Tanto en su labor de legislador como en su faceta de periodista, investigó y denunció centenares de casos de corrupción y expuso a las "mafias políticas vinculadas al narcotráfico". En un país en el que la delincuencia está carcomiendo cada vez más la estructura política y económica, la valentía de Villavicencio, que ha pagado con su vida, cobra mayores cotas de heroísmo.

Por sus denuncias sobre el problema de la inseguridad en Ecuador, el candidato había recibido amenazas de muerta que le obligaban a moverse con escolta. A la vista de que la protección policial no ha sido efectiva, la familia ha señalado al Gobierno por lo que consideran medidas de seguridad insuficientes.

Y es que el crédito de los presidentes ecuatorianos esta bajo mínimos cuando los sucesivos gobiernos se han visto envueltos en sospechas de corrupción. Tanto Rafael Correa, de quien Villavicencio era el más contumaz opositor, como el actual presidente, Guillermo Lasso.

A esto se le suma una escalada de violencia en Ecuador por la acción de bandas armadas que hace que el país atraviese la peor crisis de seguridad de su historia, superando cifras históricas de criminalidad en el último año y la mayor tasa de muertes violentas desde que hay registros.

La espiral de violencia en la que vive inmerso el país se explica en gran medida por la inclusión de Ecuador en la ruta latinoamericana del narcotráfico, a través de la frontera con Colombia. Está dejando de ser el país seguro que era -al menos, en mejor situación que sus vecinos-, registrando multitud de reyertas y motines carcelarios por las batallas entre cárteles rivales, y con muchas prisiones controladas por las bandas criminales.

Junto con los atentados contra políticos, también la libertad de prensa se encuentra cada vez más amenazada, habiéndose normalizado las amenazas contra periodistas como Villavicencio, varios de los cuales se han visto obligados a exiliarse para escapar del mismo destino que el candidato.

El presidente ha venido decretando en los últimos tiempos estados de excepción encadenados, lo que da muestra de la gravedad de la crisis y de la impotencia del gobierno para atajar la criminalidad disparada.

Si el gobierno no logra imponer su autoridad, Ecuador corre el riesgo de deslizarse hacia un Estado fallido, tal y como advirtió el malogrado político. Por ello, sólo cabe desear que el resultado de las elecciones el próximo 20 de agosto (cuya fecha no se modificará pese al asesinato del candidato) sirva para poner fin a la deriva violenta del país.