Con su contundente discurso tras la ruptura de las negociaciones con Vox, María Guardiola ha marcado un antes y en después en las relaciones del PP con los de Santiago Abascal.

De hecho, sus palabras son asumibles por cualquier cargo o afiliado de su partido y cuentan con el beneplácito de la dirección nacional, tal y como han confirmado fuentes del PP a este periódico.

Poniendo pie en pared frente a la ultraderecha y sus exigencias, la candidata a la presidencia extremeña certifica la sinceridad de la estrategia postelectoral de Feijóo. A saber, no renunciar a gobernar en solitario en aquellas comunidades donde, como en Extremadura, Aragón o Baleares, el PP no esté estrictamente obligado a depender de Vox para formar gobierno.

Que la hoja de ruta es la de afrontar negociaciones diferenciadas según las peculiaridades de cada territorio lo corrobora que los populares querían repetir el formato de Baleares para el gobierno extremeño. Pero, superada la hora límite de las 10:00 de la mañana de este lunes, Vox se ha negado a aceptar la oferta de la presidencia de la Asamblea y un "plan programático" pactado.

De esta forma, con su inflexible contumacia, Vox no sólo le ha entregado la presidencia de la cámara extremeña y su control casi total al PSOE. También ha abocado a la región a una repetición electoral que puede salirle muy cara.

Al margen de que Vox tenga sus razones para reclamar su cuota de poder, es evidente que sus demandas (formar un gobierno de coalición y obtener dos consejerías) son absolutamente desproporcionadas en relación con sus cinco diputados, y en comparación con los 28 del PP. Negándose a dar su apoyo a la investidura de Guardiola, como ella misma ha dicho, todo lo que puede conseguir Vox es forzar unas segundas elecciones.

Si, como parece probable, los extremeños son de nuevo llamados a las urnas, la extrema derecha va a tenerlo muy difícil para sostener su postura. ¿No está trasladando Vox la idea de que todo cuanto le interesa es un par de sillones? Su veto tiene muy mal relato, en la medida en que está brindándole al PSOE la oportunidad de recuperar la mayoría perdida. Además, transparenta una falta de criterio unificado y de sistematicidad en su política de pactos nacionales.

En cambio, todo apunta a que Guardiola tiene mucho que ganar. Si la jugada le sale bien, podrá recabar el voto útil de Vox entre quienes privilegian en su jerarquía de prioridades el cambio de color del Ejecutivo extremeño. Si la jugada le sale redonda, obtendría también el apoyo del electorado moderado del PSOE, que le otorgaría su confianza por su rechazo a la ultraderecha.

En el mejor de los casos posibles, y si la aspirante al gobierno de Extremadura lograse acariciar la mayoría absoluta, estaría demostrando que confrontar a Vox no sólo no penaliza electoralmente, sino que puede dar suculentos réditos en las urnas.

En definitiva, María Guardiola no sólo ha hecho lo que tenía que hacer, que es aguantar el pulso a un Vox cuyos magros resultados no justifican sus desorbitadas aspiraciones. Al plantarle cara a su rival en la derecha, la candidata del PP también ha empezado a labrarse un perfil reconocible dentro de su partido.

Porque el enfrentamiento con Vox le ha dado visibilidad, y a Guardiola se le está poniendo cara de baronesa. Está demostrando así que el PP tiene cantera más allá de Ayuso en la división de mujeres fuertes en el poder regional.

Pero sobre todo Guardiola se ha alzado como la representante de esa parte del PP (la mayoritaria) que no traga con las imposiciones de un ideario anacrónico y excluyente. Con su rechazo a "entrar en batallas culturales que están superadas", la candidata popular ha contribuido a marcar un espacio propio para su partido y a ratificar las líneas rojas que el propio Feijóo marcó contra Vox.

El PP debe seguir el ejemplo de Guardiola como su línea de acción preferencial de aquí en adelante, y también para las elecciones generales. Y no amilanarse frente a quienes con sus discursos criminalizan a los inmigrantes y frivolizan con la gravedad de la violencia de género.