Es la primera vez en 45 años de democracia que un candidato presidencial comienza una campaña electoral decisiva en la Casa Blanca. Desde luego, por esto sí pasará Pedro Sánchez a la historia de nuestro país. Y eso por más que el timing de la reunión se deba a razones azarosas o involuntarias derivadas de la enmarañada agenda de Joe Biden.

El equipo del presidente estadounidense se cuida mucho de regalar los apellidos que otorga públicamente a sus invitados. La denominación de Sánchez como "socio cercano" no equivale a la de "socio inmejorable" del canadiense Trudeau o a la de "socio clave" del francés Macron. Tampoco equivale a la efusividad del presidente español, que incorporó a sus elogios una inesperada referencia contra el trumpismo: "En esta capital se vivió una situación inédita en la democracia estadounidense y Biden fue un ejemplo". 

Pero el presidente estadounidense, a fin de cuentas, envió un mensaje inequívoco de unidad y de cercanía al Gobierno español y, por extensión, a España.

Ambos mandatarios conversaron ayer viernes en la Casa Blanca durante 45 minutos, a pocas semanas de que España asuma la presidencia semestral de la Unión Europea, sobre causas internacionales, como el apoyo a la resistencia ucraniana o la lucha contra el cambio climático.

También sobre cuestiones bilaterales, como el traslado de inmigrantes centroamericanos a nuestro país o la limpieza de Palomares, contaminada de plutonio desde 1957. Se espera sobre esta última que, después de incontables promesas, la Administración estadounidense asuma de una vez la responsabilidad del accidente.

Desde luego, comenzar la campaña electoral en Washington, a invitación del presidente de los Estados Unidos, concede una fotografía más amable para Sánchez y para los españoles que una persecución en los pasillos de la sede de la OTAN para una conversación fugaz. El cambio es sustancial y el mérito es, absurdo sería negarlo, del equipo diplomático a las órdenes de Moncloa.

Porque, para Sánchez, la reunión con Biden es munición de primera en un año electoral donde uno de sus principales reclamos es, precisamente, su proyección internacional y su buena mano en Bruselas. Y es cierto que la presencia de Sánchez en Washington responde, más bien, a la proximidad del ciclo en el que representará a todos los europeos y, por tanto, no sólo a los españoles. Pero no deja de ser una buena noticia que, ya sea por la presidencia comunitaria o por la creciente influencia española, Sánchez se reúna en la Casa Blanca con el principal mandatario del mundo libre.

Quizá la sintonía entre los países no coincide con las expectativas de quienes añoran una amistad como la compartida por George W. Bush y José María Aznar, con sus luces y sus sombras. Pero basta una dosis de realismo para admitir que esa relación ha mejorado sustancialmente desde que José Luis Rodríguez Zapatero convirtiera España en una nación apestada a ojos de Estados Unidos tras el desprecio a su bandera y la salida de Irak, con una retirada de tropas que muchos recuerdan como una traición.

Quizá, también, el estrechamiento de las relaciones con la primera potencia democrática sería menos probable de no haberse producido la invasión rusa de Ucrania. Una guerra que ha agitado el tablero geopolítico y que ha exigido el esfuerzo de todo Occidente para reforzar su comunión y negar a Moscú y Pekín su gran aspiración y deseo: el divorcio entre Washington y Bruselas, y el avance de la Unión Europea hacia una falsa y peligrosa neutralidad.

Pero tampoco rechazaremos los beneficios que ese azar nos comporte. 

Así que bienvenida sea esa sensación de alivio entre los españoles derivada del hecho de que, más allá de las preferencias partidistas o ideológicas de cada uno, el país luzca como un socio leal y fiable ante sus colegas occidentales. Especialmente en un mundo cambiante que se define con crudeza en esta guerra europea, y a pesar de los vínculos de la izquierda española con la izquierda populista iberoamericana. Vínculos que, en determinados círculos de poder americanos, son observados con recelo.

La legislatura de Sánchez concede una larga lista de razones para el reproche. Cada una de esas razones ha sido diseccionada y cuestionada en numerosos editoriales de este diario. Pero esta circunstancia no debe nublar el juicio. Hay poco que recriminar al presidente en sus relaciones internacionales, que se toma muy en serio y que dirige un excelente ministro como José Manuel Albares. Lo ha demostrado, en las últimas semanas, con el viaje del presidente a China, su recepción del brasileño Lula da Silva o la condecoración con la orden de Isabel la Católica a Nancy Pelosi.

La fotografía de Sánchez en la Casa Blanca tiene por tanto un alto valor simbólico, político y estratégico para España. También, por qué negarlo, un alto valor electoral para Pedro Sánchez.