Se cumplen 3 años de la firma del preacuerdo para el Gobierno de coalición entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, sólo 24 horas después de las elecciones del 10-N. Un pacto que escenificaron con un afectuoso abrazo en el Congreso de los Diputados.

Apenas dos meses antes, Sánchez había declarado que "no dormiría por las noches" si hubiera incluido en su gabinete a Unidas Podemos, en referencia a las frustradas negociaciones con Iglesias para intentar formar gobierno que siguieron a las elecciones del 28-A.

La consumación del "pacto del insomnio" marcó el arranque del modus operandi sanchista, consistente en una sucesión de retractaciones constantes a la que le ha venido obligando un cada vez más temerario funambulismo parlamentario. El último y más grave episodio de cambio de guion con respecto a las promesas y compromisos adquiridos es la amnistía encubierta para favorecer a los políticos catalanes implicados en el proceso soberanista mediante la eliminación de la figura penal de la sedición, y su sustitución por el tipo penal de "desórdenes públicos agravados".

Esta impúdica concesión a uno de sus socios prioritarios, ERC, también deja en agua de borrajas las palabras del Sánchez candidato, que proponía endurecer el castigo de las tentativas rebeldes de subvertir el orden constitucional. Una entrega servil a las exigencias de su más importante sostén parlamentario que tuvo como precuelas la concesión del indulto a los presos del procés el año pasado, la desprotección de los damnificados por el incumplimiento de la sentencia del 25% en castellano en las escuelas catalanas, y las sucesivas reuniones de la llamada Mesa de diálogo con el independentismo.

Pero el amplio historial de contradicciones y rectificaciones que jalonan la hemeroteca del presidente no se entiende sin referirlas a la dinámica asumida en aquel "pacto del abrazo" de 2019. Porque el imparable protagonismo en la gobernabilidad de España que el separatismo ha ido adquiriendo durante el mandato de Sánchez se ha producido bajo los auspicios de la izquierda populista incorporada al Gobierno. Ambos, instrumentos de demolición de la arquitectura del régimen del 78.

Desde el primer día, este periódico ha venido advirtiendo al PSOE de que su alianza con Unidas Podemos, lejos de ser inocua, instauraría una peligrosa tendencia extremista en la política española que acabaría arrastrando al PSOE, al Gobierno y a las instituciones. Que las minorías populista e independentista hayan ganado cada vez más peso es la mayor prueba de la centrifugación a la que Sánchez ha condenado su partido.

La polarización y el bibloquismo que ha azuzado este Gobierno es uno de los signos más visibles del contagio del estilo morado por el PSOE. Aunque UP es una fuerza en clara decadencia, muy lejos de aquellos asaltadores de cielos que soñaron con el sorpasso al PSOE, lo que han demostrado estos tres años de gobierno del insomnio es que este no ha convertido a los de Iglesias en socialdemócratas, sino que ha hecho a los de Sánchez mucho más radicales.

El giro a la izquierda de Sánchez, agravado desde que Feijóo llegó a la dirección del PP, ha tenido como emblema un irresponsable expansionismo presupuestario y una confiscatoria política tributaria, deudora del programa de impuestos a los 'ricos' que siempre enarboló Podemos.

Son muchas más las modificaciones normativas en las que ha acabado prevalecido la agenda legislativa morada, como en la subida del salario mínimo, la reforma laboral, la ley del "solo sí es sí", el acercamiento de presos etarras o la Ley de Bienestar Animal. Y otras en las que, pese a las aparentes desavenencias irresolubles entre las "dos almas" del Gobierno de coalición, finalmente se ha impuesto el sello de Unidas Podemos, como en la reforma de la Ley del Aborto o la más reciente rendición del PSOE a la autodeterminación de género en la Ley Trans.

Parece que también se ha mimetizado Sánchez con el desdén por la neutralidad de las instituciones que siempre abanderó su compañero de abrazo. La colonización de organismos como el CIS, el INE, RTVE o Correos dan buena muestra de ello.

Esta simbiosis perversa y contradictoria del gobierno dentro del Gobierno ha condenado a los españoles a una política frentista que ha reforzado las impermeables relaciones de fuerzas detrás de la investidura de Sánchez en 2020. El presidente ha volado todos los puentes con el PP, y su asimilación de la retórica populista ha ahondado en la polarización del espacio político español.

Aquel PSOE que había llegado a esbozar incluso una alianza de gobierno con Ciudadanos en 2016 ha abandonado toda vocación de centralidad, moderación y concordia. La fatal combinación entre la dependencia de unas geometrías parlamentarias endiabladas y la ausencia de reparos del líder socialista para garantizar su supervivencia ha llevado a que el insomnio haya cambiado de bando. Son los ciudadanos los que ahora encuentran problemas para dormir por las noches.