No fue fácil para Elizabeth Truss convencer a sus colegas tories para ser escogida como sustituta de Boris Johnson, primera ministra de Reino Unido y cabeza de los conservadores. Le ha llevado meses de disputa y un largo verano, y aun así se ha impuesto a Rishi Sunak con un pequeño margen y menos del 60% de los apoyos. Nadie en la derecha británica había ganado con una ventaja tan estrecha sobre su oponente.

Y, sin embargo, ese arduo proceso será un apacible paseo en barca comparado con los desafíos nacionales e internacionales que se le presentan. Truss tendrá que dar remedio a decenas de males que asfixian una nación particularmente damnificada por el brexit, la pandemia de coronavirus y la invasión rusa de Ucrania.

Reino Unido registra un dato de inflación interanual terrorífico, del 10,1%, y Goldman Sachs predice que el año que viene alcanzará el 22%. Los británicos están además pagando tres veces más por la energía que hace un año.

Su Servicio de Salud está asimismo al borde del colapso. La lista de espera incluye a más de seis millones y medio de ciudadanos, un 50% más que antes de la pandemia, y las noticias sobre el caos en los hospitales están a la orden del día.

El transporte ferroviario no ofrece tampoco argumentos para el optimismo, con huelgas y retrasos constantes este verano. Igual que el sistema de Justicia, con miles de abogados y fiscales sobrecargados y abonados a un parón teóricamente indefinido.

Desafíos y críticas

Parece muy difícil que Liz Truss se desembarace con naturalidad de la sombra de Boris Johnson, en cuya Administración sirvió como ministra de Asuntos Exteriores, para recuperar la fiabilidad de un partido profundamente dañado por una gestión deficiente y por los numerosos escándalos públicos y sexuales.

A su vez, resulta casi imposible que la guerra de Ucrania concluya a corto plazo con el único resultado beneficioso para el país: una derrota sin paliativos de Moscú. Una que haga imposible la continuidad de Vladímir Putin y que abra un período de transición y aperturismo para Rusia.

Truss deberá también responder a las críticas sobre su falta de coherencia ideológica, marcada por su conversión al brexitismo y al conservadurismo clásico tras apoyar la permanencia en la Unión Europa y encuadrarse en el centro del tablero político. 

Sombra de Thatcher

Su carta de presentación incluye la promesa de un recetario genuinamente liberal y thatcheriano que devuelva a Reino Unido a la senda del crecimiento y que permita solucionar la peor crisis económica desde los años 70.

Entonces, Margaret Thatcher acudió con éxito al rescate de una nación social y moralmente agotada. Pero Truss tendrá que despejar la incógnita de si bastará con el manual liberal para emular a la mujer que definió el destino económico, político y social de su país y de Occidente de la mano del republicano Ronald Reagan. Un hombre bien distinto al dubitativo demócrata Joe Biden.

Juega a su favor la destreza que la ha conducido a la cúspide del Partido Conservador. Y, en su contra, un escenario complejo, cambiante e impredecible. El tiempo dará o quitará razones sobre el legado de Liz Truss. Uno que se asemeje al de Thatcher, forjado en hierro, o uno equiparable al de Theresa May, más similar a la hojalata.