Es probable que la rotunda victoria del 'no' a la propuesta de nueva Constitución chilena (por un 62% de los votos negativos contra un 38% de los afirmativos) haya supuesto un alivio para aquellos que temían tanto una victoria del 'sí' como un resultado ajustado a favor del rechazo. 

Uno que hubiera llevado a la frustración a los sectores más radicales de la izquierda chilena y, probablemente, a un resurgimiento de las violentas protestas de 2019 que condujeron al punto muerto en el que se encuentra hoy la sociedad chilena.

La victoria del 'no' no es, como han dicho la izquierda chilena e incluso algunos medios españoles del entorno gubernamental, un renacimiento del pinochetismo frente a "la Constitución más progresista del planeta", sino un rechazo a un texto legal populista, demagogo e indigenista.

Un texto que convertía en extranjeros en su propio país a más de la mitad de los ciudadanos, como demuestra ese 62% que ha votado en contra de ella. 

Deficiente técnica jurídica

Y lo cierto es que resulta difícil defender con argumentos adultos una propuesta de Constitución chilena que ha adoptado la forma de un farragoso y repetitivo texto de 388 artículos y 57 disposiciones transitorias, de muy deficiente técnica jurídica, que confiere derechos a "la naturaleza", que define Chile como "un Estado plurinacional, intercultural, regional y ecológico" o que consagra conceptos acientíficos y ajurídicos como "las disidencias sexuales", los "seres sintientes" o la "neurodivergencia".

La Constitución chilena no era un texto legal progresista, sino uno profundamente retrógrado que dividía a los ciudadanos en función de su origen étnico y que daba carta de naturaleza jurídica a los conceptos teóricos preferidos de la extrema izquierda indigenista y populista chilena.

Una amplia mayoría de ellos, además, y de forma irónica, heredados de unas políticas de la identidad estadounidenses con muy difícil traslación a la realidad del Chile de 2022.

El resultado supone un duro golpe para Gabriel Boric, que ha anunciado ya una remodelación de su gabinete apenas seis meses después de su toma de posesión como presidente del país.

Una Constitución de partido

El objetivo es presentar una propuesta de nueva Carta Magna lo antes posible. Pero convendría que esa labor se afrontara de una forma seria y que huyera de la imagen de esas reuniones preparatorias en las que los sectores de la izquierda radical llegaron a rechazar las sugerencias de la derecha chilena que sólo pretendían corregir las faltas ortográficas del texto o su paupérrima técnica jurídica. 

Porque si algo ha llevado a esa aplastante victoria del 'no' no ha sido la pervivencia del pinochetismo, tan minoritario en el Chile de hoy como el franquismo en la España de 2022, sino la evidencia de que la nueva Constitución era un texto legal de parte que no representaba más que a una escasa, aunque muy vehemente, minoría de los chilenos.

Y prueba de ello es que la propuesta ha salido derrotada incluso en los territorios mapuches a los que esa Constitución prometía poco menos que un régimen jurídico ad hoc que los equiparaba a una nación confederada con leyes propias. 

La victoria del 'no' ha demostrado la discordancia entre el peso de determinados discursos e ideologías en los medios de comunicación y su representatividad real entre esa sociedad a la que esos discursos e ideologías dicen querer "proteger" con discursos a medio camino de lo mesiánico y de lo infantiloide.

Convendría que muchos tomaran nota de ello lo antes posible en España y que otros tantos se aplicaran al verdadero diálogo político en Chile.