Se esperaba que el Comité Federal del PSOE de ayer sábado sirviera para oficializar la reestructuración del organigrama precipitada por la dimisión de Adriana Lastra, última de los ocho "sherpas" que llevaron a Pedro Sánchez hasta la Moncloa en ser defenestrada.

Sin embargo, la remodelación de la dirección del partido (en esencia, la recuperación de figuras de las que Sánchez prescindió en su día y el solapamiento entre Moncloa y Ferraz) apenas ha merecido un par de minutos en el discurso del presidente.

Por el contrario, Sánchez hizo del Comité Federal un mero escenario para repetir los anuncios que ya hiciera en el Debate del estado de la Nación (con el impuesto a la banca y a las energéticas como medida estrella), y para asumir (si bien de forma atemperada) la reivindicación de Unidas Podemos de castigar a las empresas que repercutan los costes del nuevo tributo sobre los ciudadanos.

El presidente ha perdido la oportunidad de emplear la reunión de su recién estrenada Ejecutiva para dar explicaciones de la "rectificación de la rectificación", que enmienda por completo el organigrama del Congreso Federal de Valencia del pasado octubre y el mandato soberano emanado de este.

Entre las explicaciones que se han echado a faltar en el discurso del presidente está la de cómo piensa compaginar María Jesús Montero su cargo de ministra de Hacienda con unas labores tan exigentes como las que requiere ser la número dos del partido. También queda por aclarar a qué se debe la destitución de los por lo demás solventes solventes portavoces de la ejecutiva y el grupo socialista, Felipe Sicilia y Héctor Gómez, respectivamente, después de tan poco tiempo desde su nombramiento. Tampoco ha dicho nada Sánchez en lo que se refiere a cuáles son los criterios que le han llevado a elegir a unos ministros para su "minigobierno" orgánico y no a otros.

Además, las voces discordantes de su caprichoso y continuo baile de cargos optaron por no significarse en el foro de ayer. Queda así expedita la consagración de un hiperliderazgo sin precedentes en el PSOE, que permitirá a los socialistas afrontar lo que queda de legislatura y las próximas citas electorales.

Sin contrapesos internos

Acaso la indiferenciación entre Gobierno y partido que apuntala esta remodelación orgánica haya hecho olvidar a Sánchez que no debería actuar como líder del PSOE con la misma discrecionalidad imperial con la que actúa como jefe de Gobierno.

En su papel de jefe de Gobierno, la Constitución Española le atribuye al presidente la competencia de nombrar y cesar ministros a su antojo y sin estar obligado a dar cuentas por ello. Pero la misma Constitución establece también que la estructura interna y el funcionamiento de los partidos deberán ser democráticos

Precisamente esta es una queja habitual entre los barones que no se cuentan entre las filas de los fieles del sanchismo. El secretario general presentó su candidatura erigiéndose como voz de la militancia y adalid del diálogo. Sin embargo, en el afianzamiento del personalismo de Sánchez poco hay del prometido debate interno.

En el contexto de una democracia parlamentaria, al igual que el presidente del Gobierno y su gabinete deben prestarse a ser fiscalizados por el Parlamento, el líder de un partido que se dice democrático debería responder frente a los órganos internos por sus nombramientos y ceses.

El PSOE y el resto de partidos políticos españoles tienen una escasa cultura de contrapesos internos en sus estructuras. Este déficit democrático obstaculiza el surgimiento de canales de expresión para las necesarias objeciones de los cuadros del partido, como las que muchos dirigentes socialistas le dirigen en privado al estilo inmediatista, sobrevenido y errático del presidente.

Algunos críticos hablan de que Sánchez dirige el PSOE como si fuera su "cortijo", y hablan incluso de "humillación" en sus decisiones. Es verdad, no obstante, que la mayoría de asistentes al cónclave celebran que se haya cerrado filas para subsanar la crisis que atravesaba el partido desde las elecciones andaluzas. En ese punto, al menos, acertó Sánchez: la inacción ante las crisis nunca es una opción recomendable.

En cualquier caso, no debería pasar por alto el presidente que la confusión entre ser el líder de una formación o ser su amo priva a los partidos (y, por ende, a todos los españoles) de la riqueza que siempre aportan a la vida política la deliberación y el debate.